MISS BALA[1]
REFLEXIONES REVUELTAS
ALREDEDOR Y ENTORNO
JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
NOVIEMBRE 2011
El reflejo incisivo y conciso de una sociedad atrapada en la violencia. En el intercambio de balas entre criminales y federales hay más inocentes y víctimas, que verdugos o sus detractores. Entre el bien y el mal hay molestos puntos medios que no son ni una cosa ni la otra, o bien, pueden aparentar ser de un bando y estar en otros. En el velo de apariencias que es en realidad la guerra contra el crimen organizado en México, lo que queda, es la inconmensurable impunidad y maldad que hay detrás de este montaje. La realidad supera a la ficción en un amplio espectro de crudezas inhumanas: carne de cañón que sale todos los días empujados por lealtades latentes o manifiestas, compulsivas, in acting out, inocentes por inconsciencia y de igual forma llevadas al matadero o la tortura. La belleza física es también maldición en el póquer mortal de las apuestas, llevada de un lado a otro como símbolo enaltecido en imagen, y denostado en la debilidad de la carne, en la desposesión de su voluntad, en la supresión de su espiritualidad, hasta ser demolidos en su individualidad por el terror… llevados al fango de la ignominia, trasladados en camiones entremezclados con frescos cadáveres sanguinolentos. Ciudades que desfallecen al anochecer por el fuego que escupen camionetas blindadas, en el erizamiento fálico de las armas de hombres que luchan por exterminar al adversario. Poblaciones martirizadas que enloquecen en la certeza de que la vida se ha trocado perversa y siniestra. Padres que asisten a la violación de sus hijas, hijos que miran el asesinato de sus padres, sociedad que mira en cadena nacional la demolición de todos sus principios y gobiernos que aplauden la sangre de los inocentes que no son ellos mismos. Hay ciudades que ya quieren que se largue este gobierno de mentiras, con sus ejércitos y policías soflameros que se coluden como miasmas con el dinero. Qué lejos de dios, que cerca estamos de los lobos. Allá Estados Unidos y su delirio de dinero, drogadicción y guerras. Aquí México, con la miseria de muchos, el hambre y el envilecimiento. El infierno entre nosotros, aplastando, reventando, macerando doliente carne humana, entrañas, mierda y sesos, dispersados a la nada por certeras balas expansivas. Rostros irreconocibles traídos de primitivas galerías del horror, deformes, mutilados, desintegrados, vueltos monstros por un dragón que a todos abraza con el peso de la condenación. Apocalipsis ahora en ciudades martirizadas, cuyos hijos más pequeños hacen fila en la ventanilla de sicarios o en la ventanilla de asalariados muertos de hambre. Las madres golpearan a las hijas, y estás se volverán desgobernadas, putas maravillosas de estilo impropio o palomas víctimas de ajenas venganzas. La subcultura del narco está integrada a la realidad mexicana. Desde los productos de su industria hasta las canciones que van y vienen en un intercambio de burlas, golpes y competencias para ver quien es quién en el ranking de chingamadres. Todos contentos en el barco in god we trust, en buena onda, en calor chocodivertido, fuego amigo, no señor sí señor, besos lascivos en anillos libidinosos, generales sex your parents y mafiosos fornicadores que violan vírgenes… cóctel y choppin en el happening de los pontífices, en el maratón de los desdenes del poder, las genuflexiones impúdicas, las declaraciones histéricas, el escándalo de las televisoras que tranquiliza a las buenas conciencias de ultraderechistas facking-dick; mientras la encrucijada sigue recogiendo cuerpos de los muertos de hambre que encontraron trabajo como carne de cañón, mulas humanas que pasan a un lado y otro de la frontera con bolsas de cocaína y paquetes de ganja seleccionada, armas de asalto, cueros de rana, trocas de lujo y políticos que sonríen como putas complacientes ante los nuevos negocios y su cauda de oro.
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