Ana Popovic
Festival de Blues.
Complejo Cultural Siglo XXI, Puebla de los Ángeles, 24 de noviembre/2007.
Fotografía de Jorge Díaz.
Festival de Blues.
Complejo Cultural Siglo XXI, Puebla de los Ángeles, 24 de noviembre/2007.
Fotografía de Jorge Díaz.
Reproducción sin afanes de lucro, utilizada para fines informativos.
CRÓNICA DE ÁNGELES EN EL CORAZÓN AZUL DE PUEBLA
(ACERCAMIENTOS AL FESTIVAL DE BLUES)
JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
(Puebla de los Ángeles, sábado 24 de noviembre de 2007)
Rebobinando el crepúsculo. Hacia mediados del 1978 se llevó a cabo en la Ciudad de México el Primer Festival de Blues. A la postre se realizarían en la misma sede nueve ediciones más, a lo largo de 27 años. Fue hasta el año 2007 en que los organizadores decidieron dar un giro para cambiar de sede, aproximando a la Ciudad de Puebla la vena ardiente del Blues, este movimiento artístico que es a un mismo tiempo música y forma de vivir, originario del sur profundo de los Estados Unidos y hoy diseminado en todo el mundo. Así pues, la nueva edición de este añejo festival se incluyó como parte de las actividades del Noveno Festival Internacional de la Ciudad de Puebla.
La necesidad obliga a una continua actualización, y las tradiciones en todo el mundo se renuevan para adaptarse. La música Blues es una de esas tradiciones que se ha rebobinado después de años de penurias, clandestinaje y marginación. En su origen surge como un identikit racial, la de esclavos y trabajadores negros sometidos por sureños blancos, pero hoy, se manifiesta como una tradición que comparten múltiples grupos raciales sensibilizados hacía el feeling griot.
Lo multirracial es uno de los criterios que inspiraron a Raúl de la Rosa, organizador freelance, para convocar en este año un elenco especial, donde por supuesto domina la negritud, pero se reservan algunas sorpresas que permitirán atisbar los vastos horizontes multiculturales que la Música del Demonio Azul ha escalado en este naciente siglo XXI.
Lo multirracial es uno de los criterios que inspiraron a Raúl de la Rosa, organizador freelance, para convocar en este año un elenco especial, donde por supuesto domina la negritud, pero se reservan algunas sorpresas que permitirán atisbar los vastos horizontes multiculturales que la Música del Demonio Azul ha escalado en este naciente siglo XXI.
La tarde de un día difícil. Volver a Puebla después de años de sequía angelina produce un efecto de nostalgia, no obstante la presencia imponente de la nueva supercarretera siglo XXI, el desmesurado modernismo de Angelópolis y el inocultable kitsch que introduce el asalto de los emporios automovilísticos al castigado paisaje urbano (visiblemente Hummer Corp, Toyota, Mercedes Benz y Land Rover). Pese a lo anterior, el aire de la provincia permanece: bucólico, costumbrista, conservador...y religioso. Los grandes monumentos históricos, el trazado de la ciudad, el Centro Histórico; aluden a una vigencia de la tradición (espacio y tiempo) en contra del no-lugar y el nihilismo de la posmodernidad. El retorno depara sorpresas, algunas agradables y otras no tanto. Las nuevas avenidas, puentes de distribución, ejes y túneles han propiciado sin querer un desproporcionado laberinto, un palimpsesto de luces, letreros e indicaciones que lo único que hacen es desorientar al neófito automovilista que arriva fatigado después de dos horas de tortuoso viaje.
Uno de las más recientes edificaciones que por un momento nos hace olvidar el anacronismo colonial poblano es el Complejo Cultural Siglo XXI, sede del ambicioso maratón de Blues. Este Complejo fue dotado de un estilo arquitectónico armonioso, sobrio y lleno de luz. Posee una forma semicircular y fue construido en forma de Auditorio con una capacidad para cinco mil personas. Tres aspectos destacan de su imponente interior: los ventanales que subrayan en todo momento la pretensión de fusión con el horizonte que circunda la ciudad; la distribución espacial del mobiliario que permite desde cualquier perspectiva una visión total del escenario; y finalmente, la acústica del conjunto que reproduce en alta fidelidad el sonido sin rebotes, distorsiones o efectos indeseables.
Uno de las más recientes edificaciones que por un momento nos hace olvidar el anacronismo colonial poblano es el Complejo Cultural Siglo XXI, sede del ambicioso maratón de Blues. Este Complejo fue dotado de un estilo arquitectónico armonioso, sobrio y lleno de luz. Posee una forma semicircular y fue construido en forma de Auditorio con una capacidad para cinco mil personas. Tres aspectos destacan de su imponente interior: los ventanales que subrayan en todo momento la pretensión de fusión con el horizonte que circunda la ciudad; la distribución espacial del mobiliario que permite desde cualquier perspectiva una visión total del escenario; y finalmente, la acústica del conjunto que reproduce en alta fidelidad el sonido sin rebotes, distorsiones o efectos indeseables.
El Recital de ángeles oscuros. Las luces se apagan, crece la expectación, el telón se levanta y sobre la plataforma del escenario surge el destello metálico de un conjunto inconfundible: batería, guitarra eléctrica, bajo y teclado. Alrededor se ven micrófonos, amplificadores, pedales y bocinas. Tensión-silencio-expectación. El juego de luces en el fondo del escenario muestran figuras geométricas combinadas cambiando cada segundo de color y disposición siguiendo una trayectoria circular como si fuera un gigantesco calidoscopio. Minutos más de espera, minutos más de deliciosa tensión, minutos que caen en la estera del tiempo con la lentitud de la eternidad. Pero todo esto no será más que la breve respiración que se toma antes de lanzarnos a la tempestad...
Las perennes victorias del alma. La historia de la música Blues está llena de constantes emigraciones y reencuentros. Hacia la década de los 50´s del siglo XX se instala definitivamente en la industriosa ciudad de Chicago tras andar errante desde el sur. Varias cosas sucedieron en ese inter, entre las más importantes podemos mencionar su encuentro con el Jazz y el retorno a su espíritu comunitario. A mediados de los 60 y después de pasar por la fusión R&B, su alma se parte para pisar al mismo tiempo lo mundano y lo sagrado, emergiendo una inesperada corriente que pone al día los acordes 4x4 y los matiza con una pizca estudiada de Gospel. De esta forma nace entre otros estilos el Soul, un Blues más lento, sensual y sofisticado, que incorpora el coro de voces como respuesta al llamado y la tentativa explosiva de una guitarra eléctrica sobre amplificada, además de las notas desoladas de la harmónica. Sin duda, entre las representantes más significativas de este fusion style music podemos contar a Peaches Staten, Sharon Lewis y Catherine Davis. Considerarlas para participar en el Festival de Blues fue todo un acierto pues ilustró de forma convincente la fuerza de la tradición, la necesidad de la transición y la vigencia innegable del mensaje artístico que se engloba. Evangelios recitados desde el Soul, el Hip hop, el R&B; es decir desde el dolor y la redención, la sensualidad y el goce de estar vivo. Un recital sin mayor pretensión que irradiar la fuerza de la vida para seguir adelante como sea y sobrevivir.
Una odiosa comparación. Fueron notables las diferencias, nítidas, insoslayables. En el escenario había una imagen que se esforzaba por interpretar el Blues de arrabal que, en la voz y estilo interpretativo de su padre era estremecedor. La voz era la de Muddy Waters sin su fuerza ni su naturalidad; los músicos eran la banda original del desaparecido Bluesero de Rolling Fork Mississippi pero sin la fuerza que éste les imprimía. Y es que Mud Morganfield, hijo mayor de Muddy Waters no convenció con su pose revival, su voz impostada y sus covers calcados nota por nota y hasta los recursos fonéticos sonaban a plagio. Acorde a la filosofía empresarial de su estudiado utilitarismo de la memoria de su padre terminó su concierto invitándonos a comprar su más reciente disco. Hasta la emblemática Hoochie Coochie Man resulto la mar de aburrida. Lo que salvo la presentación del junior de marras fue la participación de las leyendas Mojo Buford y Big Eyes Smith, que a ratos nos hacían recordar las plantaciones de algodón donde el Blues surgió y se transformó en Slide y Grass.
Jimi Hendrix Reloaded. Sin duda el hálito bélico que recorre cada rincón de los Estados Unidos ha sido un factor traumático para los estadounidenses. Y ha sido una sombra que se ha proyectado en la cultura de ese país generando expresiones oscuras que tienden hacia lo vesánico, ampliando con ello las fronteras del arte. La música no ha sido la excepción pues su pulso, por lo menos en los EU, ha estado vinculado al desarrollo histórico durante su preeminencia como potencia militar y económica. Quién no recuerda a Jimi Hendrix con su guitarra eléctrica simulando el ruido de un bombardeo aéreo, reproduciendo el horror de los B-52`s, las quemaduras de tercer grado del NAPALM, la intervención armada en Vietnam. Quién no recuerda la muerte de este famoso músico que transitó por los oficios de paracaidista en la fuerza aérea más poderosa del mundo…Pero ese tiempo ya se fue, y ahora como Hendrix, el poderío militar de USA habita el limbo pues Irak y Afganistán han enseñado a esta nación su vulnerabilidad y la profunda equivocación histórica de sus gobernantes. Lo fortuito de este imperio en decadencia es que sigue reproduciendo las mismas condiciones de penuria que en su día provocaron la emergencia de un estilo musical contestatario, irreverente y directo que se opone a la hipocresía, la doble moral y el conservadurismo. Uno de los representantes que sigue en la línea del inconmensurable Hendrix es Guitar Shorty. Este músico texano posee igual que su notable antecesor una carrera fulgurante. Shorty lleva en el camino del Blues poco más de 50 años, y presenta un trabajo multi laureado gracias a su tesón, sinceridad, energía y los complejos patrones que exhibe para tocar la guitarra eléctrica. En la hora y media que dura su presentación nos muestra una versión actualizada del mejor Blues-Rock del que se tenga memoria: una poderosa y explosiva mezcla de Jimi Page, Jimi Hendrix y las mejores guitarras del Blues dentro del estilo Chicago. Provocador, atrevido, revisionista, no duda en citar sus fuentes y presentarlas bajo su mirada caleidoscópica, es decir, policroma y profunda…Hey Joe¡ suena renovada con los poderosos acordes de su guitarra en una versión extendida de poco más de 25 minutos, en los que de forma notable introduce variaciones, rupturas, cambios de ritmo, combinaciones in extremo. La guitarra gime bajo sus dedos ágiles, con notas alargadas y agudas que nos trasmite parte de la desesperanza que The Doors anticipaba desde los 70`s del siglo XX en las óperas Orange County Suite, The End y When The Music Over: “El diablo es una mujer y fuma despreocupada en el cruce de caminos. La mujer es el diablo y Mira a mi madre consumirse en las frías losas del hospital. En el camino yo recojo mis restos hundidos en whisky”. Con cartel suficiente y experiencia de mil caminos, el texano Shorty baja del escenario y se funde con el público, recorre las filas del auditorio compartiendo un oscuro encantamiento a través de los poderosos acordes de su guitarra. Se detiene en distintos sitios para saludar con su arte a jóvenes, viejos y niños, hombres y mujeres redimidos por el reverendo Bluesman, visiblemente emocionados, atrapados en su magia, arrobados, conmovidos, sorprendidos por el ángel negro que baja furioso a las playas del mundo para acercar el paraíso. Fiesta inaudita de reminiscencias paganas, Shorty sabe de su poder pero baja gustoso del carro de fuego que lo conduce para volver al barro que le dio origen y se revela humano, sensible, amistoso. El mejor show que pisa tierras mexicanas, de un músico que comparte y se comparte, un músico que no oculta la satisfacción de ser admirado por su talento, pero sin caer en la soberbia y sin despegar del suelo firme que lo sostiene.
Heredera de una tierra de nadie. Serbia posee una historia de cruces culturales, convivencia interracial, emigraciones y encuentros sobre “La tierra bendecida por la sangre de los mártires, con el viento perfumado y el canto de las doncellas que bajan de la montaña con canastos llenos de flores” como decía un poeta de Belgrado del siglo XVI. En Serbia Las antiguas ciudades constituyen un friso donde aún pueden observarse las huellas Otomanas, austriacas, zíngaras, eslavas, arábigas. Musulmana y cristiana la sociedad Serbia se había caracterizado hasta antes de 1995 por ser un modelo de coexistencia pacífica y tolerancia, hasta que los Tigres del “Heroico” Arkham llegaron y con su batahola de fanáticos de soccer del Estrella Roja de Belgrado impusieron el nacionalismo y la pureza racial para exterminar cualquier puente de intercambio entre las dos religiones dominantes. De este turbulento crisol de historia cultural, antigua y reciente, proviene Ana Popovic (se pronuncia /Ah´nah Pop´o vitch/). Nacida en Belgrado el 13 de mayo de 1976, se crió dentro de una familia de músicos profesionales. La influencia directa tanto educativa como estilística provino de su padre, un músico profesional de guitarra y bajo, quien solía organizar veladas de Jam Session con amigos para tocar jazz, Blues, bossa nova, soul y música tradicional de los Balcanes. El diseño gráfico fue la profesión que Ana eligió dentro de la exigente Universidad de Belgrado, sin embargo la música ocupó los recónditos espacios de su alma y dedicó a este arte su tiempo libre para desarrollar un estilo propio fundado en la sólida base práctica que recibió de sus padres. Después de la desintegración de Yugoslavia, Ana decide quedarse en Alemania y participar de la fascinante escena artística que se desarrollaba en ese país. La escena germana estaba caracterizada por su apertura, vanguardia y rescate de las mejores tradiciones musicales, y todo lo anterior fusionado con el reggae, el punk- rock, funk y la World Music. Compositora, virtuosa de la guitarra, cantante con un amplio repertorio de registros vocálicos, Ana puso todas estas cualidades al servicio del Blues. La revista Guitar Player define a Popovic de esta manera: “no es sólo una gran compositora y cantante es ante todo una guitarrista capaz que ha configurado un lenguaje propio dentro del Blues, con sentimiento, alma y cerebro, y versatilidad(…). Esto último es la razón de su mensaje fluido, de sus líneas jazzísticas, de su frescura y del potencial renovador que explota para ampliar las fronteras del Blues.”
Con su guitarra Fender-Estratoscaster Ana Popovic ha impreso páginas inolvidables de Jam Sessions y colaboraciones al lado de figuras como Terry Wilson, Jon Cleary, Lenny Castro, Darrel Leonard, entre otros. Su más reciente disco es del año 2007, titulado Still Making History para Eclecto Groove Records, en donde acompañada de 14 músicos de primera línea refrenda su amor por el Blues del Delta del Missisipi, poniéndolo al día, dotándolo de nueva expresividad y profundidad, en consonancia con lo mejor de la nueva generación de talentos y muy cerca de Keb`Mo, Joss Stone, Marcy Gray o Amy Winehouse. Su presentación en el Complejo Cultural Siglo XXI fue más que notable, pues reflejó fielmente el ambiente europeo donde la Popovic se ha desarrollado, y sus profundos conocimientos del Blues y estilos afines. La tesitura de su voz en ciertos momentos nos hace recordar a Aretha Franklin, Diana Ross, Smokey Robinson y a la bruja cósmica la inolvidable Janis Joplin. Pese a estas reminiscencias su voz es única, expresiva y profunda, al liberarse parece que se rompe, cede, tiembla en cada nota, y el dolor está amplificado con la guitarra que gime angustiada. En Hungry la voz se vuelve un sollozo, un suspiro, un murmullo que suplica, desea, implora y finalmente se disuelve, mientras la batería marca el fin de la esperanza y el teclado eleva puntuaciones fúnebres. En Sexies Man in Alive la belleza glacial de la cantante se torna cálida, una playa del trópico llena de abalorios, una incitación para romper la frontera de los sentidos y terminar en la consumación más satisfactoria. En una noche en que la música es el centro, la sensualidad de la voz de Ana se vuelve una lluvia de fuego con su cabello de oro, y así nos impacta con la tormenta ágil de su guitarra que estalla en medio de My Favorite Night. En U Complete Me se abre el infierno para ascender al limbo y derretirnos con su voz, finamente sexie, sofisticada, elegante, virtuosa. En Still Making History la música se vuelve más íntima, casi un murmullo, su voz es un trino magistralmente controlado, llena de pequeñas sutilezas…los pobres mortales que asistimos al milagro de esta aparición no tenemos más que romper nuestro corazón. Así termina el ángel rubio su participación, la cantante desaparece pero sin duda su ardiente huella permanece al lado de nuestra pasión, y la visión de la blusa dorada que apenas cubre su hermosa figura de luz.
Canned Heat y Javier Bátiz. El rock and roll no morirá jamás. Asociado al excitante clima de San Francisco en los tempranos años 60´s del siglo XX, la contracultura, la psicodelia, Canned Heat no necesita presentación. No obstante las varias muertes del conjunto, con el depresivo Alan Wilson y el desbordado Bob Hite caídos On the road; el grupo arriva al siglo XXI con la férrea dirección de Fito de la Parra que lejos está de vivir de sus glorias pasadas. Al contrario, es notable el deseo de la renovación para no perder vigencia. Y Fito sabe muy bien que en el negocio de la música todo es transición para no quedar al margen, y ese saber es tributo de poco más de cuarenta años de girar en el underground más fecundo y alivianado, para extraer de los abismos una expresión genuinamente artística. Con más de 30 discos editados y cuarenta piratas manufacturados en Japón, el grupo propone en este 2007 un retorno hacia las raíces como en su día Erick “Dios” Claptón nos regalo 12 joyas Blueseras From the Creadle. Así, Canned Heat, el eterno sobreviviente de Woodstock, Monterrey Pop Festival, y la larga orgía-agonía de los sesenta, se presentó al Festival de Blues de la Ciudad de Puebla, con el músculo sano, el corazón palpitante y la materia gris sin alzhaimer para demostrar que el calor enlatado es fulgurante, cachondo y que seguirá ardiendo “porque el verdadero Blues no sabe lo que es el Fin”. Y toda esta vitalidad no obstante los kilos de Ganja que De la Parra sigue pirando sin importarle su visible adscripción al club de la tercera edad.
La nueva formación de lujo de Canned Heat incluye aparte de la piedra angular multicitada en estas breves líneas, al multiinstrumentista Robert Lucas (Harmónica y guitarra principal), James Thornberry (guitarra) y Larry “the mole” Taylor (bajo). Un desliz de pura nostalgia, aprobado por el Boss Fito de la Parra, permite la aparición del “brujo” Javier Bátiz para cerrar el círculo de fantasmas invocados. De esta manera Canned Heat regala a la audiencia reunida una sobredosis de buen boggie, citando en este ágape de ausencias las señeras figuras de Elmore James, Crazy Horse, Bob Dylan, The Rolling Stones, Jefferson Airplane, Donovan, Van Morrison, John Lee Hooker, Eddie Cochran; es decir, en pocas palabras Blues en estado puro. Destaca inmediatamente por detrás de Fito, Robert Lucas con los registros vocálicos de su voz que nos recuerda por momentos a Joe Cocker, Joe “Papa” Turner o a Dr. Jonh. Pero cuando manipula la harmónica el efecto resultante es de conmoción: un prolongado aullido que provoca dolor, redención, desesperación y todos los estados intermedios. Una danza de oscuras aventuras nos cuenta Lucas, aderezadas de sexo, whisky y Blues; pero también nos habla de la dureza de la vida dentro una nación que presiona a todo el mundo para correr todo el tiempo como ratas y ganarse así el derecho de vivir en los EU, The Human Condition; nos cuenta la tristeza que causa la inconciencia de destruir la belleza natural y sustituirla por una gris opacidad urbana que todo consume y esteriliza, Let´s Work Togheter…En este itinerario que entra y sale de la nostalgia Lucas extrae notas canónicas de su guitarra, agudas, alargadas, tensas, para decantarlas hacia una súbita explosión de pura energía, con lo pedales a todo lo alto y sutiles variaciones que introducen de vez en vez alguna distorsión. Pero Lucas no se cansa de sugerir nuevas líneas armónicas y combinaciones, improvisa sobre la base del ritmo 4x4 sin desmesura, sin opacar el acompañamiento de sus compañero y sin quedarse fuera de tiempo de la inmensa pared envolvente de percusiones que Fito erige a su alrededor. Cinco tipos tocando desde el alma del Blues, gentiles, poderosos e inmensos, con esta música que nos hace sentir tan bien, que nos hace sentir vivos, que devela a nuestros ojos el pulso vital de las pequeñas cosas y su innegable significado, hasta el fin.
JADM
Puebla, Pue., Sábado 24 de noviembre de 2007.