A SCANNER DARKLY
LA TURBULENCIA DEUN DIONISO MODERNO
EN LA FARMACIA UTÓPICA
Jorge Antonio Díaz Miranda
17 de enero de 2014
En
el año 2006 el director cinematográfico de origen texano, Richard Linklater se atrevió a llevar a la pantalla la novela de Phillip K. Dick, A Scanner Darkly. Pero antes de seguir quisiera hacer algunas
confesiones de enamoramiento.
Primero,
confieso que no me atrevo a sugerir una traducción del título de la novela con
reminiscencias inquietantes, a riesgo de aporta más ignorancia como la de
cientos de traspolaciones gachupas, sudacas o mexicas que de solo leerlas
producen pena ajena.
Segundo.
confieso que, movido por el morbo, me hubiese gustado conocer la opinión del
escritor que ya no vio este film por su lamentable deceso años atrás. Porque en
este sentido creo que, entre todas las críticas que se publicaron en la prensa
especializada, la del escritor hubiese sido la más incisiva, la más demoledora,
la más terrible y no por pedantería de literato (como en su día mi admirado Rydley Scott trató de argumentar para
defender su interpretación cinematográfica de Do Androids Dreams With Electric Sheep?), sino atendiendo el hecho de que entre su numerosa novelística New
Wave, A Scanner Darkly es lo más
personal que Dick haya escrito, la más siniestras, la que desnuda su alma, la
que desencadenó en él la madre de todos los vómitos culposos, la guerra terminal
de todos sus demonios que tomaron el alma martirizada del escritor como
frontera de guerra.
Tercero,
confieso que la versión cinematográfica del texano Linklater me gustó porque no
rehúye las partes densas de la contracultura groovy vinculadas a formas
siniestras de violencia, esquizofrenia y paranoia (¡Remeber The Manson´s
Family), explorando los filones subterráneos de la sórdida Mind of Junkie.
A Scanner Darkly fue escrita por Phillip
K. Dick en los años sesenta con un estilo autobiográfico, cuando el autor
fijó su residencia en California durante un oscuro periodo de dependencia a las
drogas psicodélicas, euforizantes, heroícas, de impacto profundo. En ese
período Dick se montó en un happening
llevado a cabo con la veleidad y vigor de un Dioniso moderno de la farmacia
utópica, cuya vorágine aventurera casi termina en locura, suicidio, incapacidad
cognitiva y todos los estadios intermedios degenerativos e iatrogénicos. Si
bien Dick se permite exponer en esa novela su postura crítica frente a la doble
moral del gobierno estadounidense respecto del problema de las drogas (que ya
desde esos años lo rebasaba), el escritor también reconoce la falta de control
personal y la perdida de la realidad que va operando en él y sus compañeros una
transformación terrorífica. “Esta es
una novela sobre la gente que fue castigada con severidad por lo que hacía”,
escribió Dick en la nota final de su libro, después de la cual enlista los
nombres de catorce de sus amigos más íntimos que, o murieron por sobredosis o
quedaron permanentemente dañados por el abuso de las drogas. El argumento de la
novela de Dick se mueve en un marco futurista donde el gobierno de los Estados
Unidos ha perdido la guerra contra las drogas y los policías adictos persiguen
a traficantes, dealers y consumidores sin darse cuenta que se persiguen a sí
mismos, en un juego de despersonalización, desdoblamiento, odio, ambigüedad y
locura. El personaje de ese mundo desesperanzado y podrido que describe Dick es
el policía encubierto Fred, adicto como tantos otros de sus compañeros a la
sustancia D que provoca pérdida de memoria de corto plazo, despersonalización y
una gradual desintegración del yo. Fred persigue a un distribuidor de droga que
se llama Bob Arctor, pájaro de cuentas, killer violento y junkie nocturno que
se pasa consumiendo la misma sustancia D que le gusta al junkie policiaco… ¡Pero
F y B son la misma persona¡
Pero
volviendo a la versión cinematográfica de Linklater podemos decir admitiendo
cierta condescendencia, que su adaptación es fiel al espíritu de denuncia combativa
que trató de sostener en gran parte de la novela Phillip K. Dick. Fiel a la
tensión entre el afuera y el adentro que termina en el desmoronamiento de la
civilización y la vuelta compulsiva de la barbarie. Lo que me gustó personalmente es que Linklater
propone un giro que ubica la historia en el momento geopolítico actual, a
propósito de las infames guerras estadounidense en Afganistán e Irak; con el
profético consumo-producción descontrolado de heroína en ese país. La técnica
de animación empleada por el realizador texano se denomina rotoscoping, la cual
consiste en digitalizar las imágenes previamente filmadas en live-action y luego
animarlas con un programa especial de computadora que permite controlar
iluminación, velocidad, densidad, modulación del sonido, filtrarlo, aumentar
gradualmente su intensidad. El resultado de la animación redunda en átmosferas
sórdidas, desoladas y sombrías donde los protagonistas se fusionan con los
objetos casi perdiendo su identidad. La imagen final que se obtiene de esta
forma de procesamiento digital-cinematográfico hace que la fotografía se
parezca a un cómic.
¡Venid
a contemplad pues, sin miedos ni tapujos, el fuego en el que este mundo ha de
arder si manso y resignado sigue por esta ruta vesánica de cobardía, liquides e
hipocresía, triplemente adictiva¡ Amén.