Otra
tocada más*
Jorge Antonio Díaz Miranda
Marzo 2014
Si hubieses
atravesado el océano a nado y mirado allí el infinito,
habrías visto
amontonarse ola sobre ola aunque el pánico de la muerte te dominara.
Habrías visto algo…
habrías visto en el verde y tranquilo mar, pasar los delfines;
habrías visto nubes,
sol, luna y estrellas; pero nada verás en la lejanía eternamente vacía.
No oirás tus propios
pasos ni hallarás nada firme en que descansar.
Goethe
No es más que otra
tocada más,
El mismo viejo rock and roll,
A mi ni me preguntes
porque nunca sé nada
No es más que otra
tocada.
Todo es mentira, nada
es verdad,
Todo es así del color
del cristal.
No es más que otra
tocada más…
Puede pasarnos todo
Puede no pasar nada
No es más que otra
tocada…más
Alejandro Lora.
Miré,
la verdad no recuerdo cómo llegamos a Neza-York
para ver el concierto del Tri de Alejandro Lora, pero lo que es seguro es que
viajamos toda la noche en tren como polizontes, el Juanelo y aquí su servilleta, él mismo que está
pergueñando confusamente estas líneas, mientras padece bochornos de madrugada. En
aquel tiempo tenía como trece años y la vagancia era una opción decorosa en
medio de una vida que de otra manera sólo ofrecía una montaña de aburrimiento. Era 1984 y ya me había especializado en el roll que era cosa de largarse, conseguir
un aventón, llegar a cualquier lugar,
ponerse a talonear para no morir de
hambre, conseguir unos compitas con una
covachita extra para relajar el esqueleto, azotar el cuerpo o tenderse
como Dios manda, “a pierna suelta” y sin que la tira te haga bascula en
la callecita, que dizque por faltas a
la moral (¿pos cuál?). La mera neta es que siempre me era fácil
conseguir alojamiento porque llegaba a las casas que me recomendaban los conectes, tirando rollo directo a los meros jefes y me ponía a hacer talacha,
pintando muebles aquí, haciendo mandados allá, haciéndole al macuarro más pa´ allá o cargando bultos
con tiliches de todo género como buen
tameme. Eso sí, siempre llevaba
alguno que otro libro para pasar el rato y una reserva de pesitos extras por si
las flais. El sabadito era para caguamear y los domingos para pachuquear en el zocalito de la comunidad tirándoles rostro a las chunditas
al son de buenas carnes tenga aste´ y mejor las pase. Más yo no era pasilla con las chiquitas, ni gandalla, ni barbaján, puro verso libre de arrímese mi vida, deme acá la prueba de su
amor y vamos ahí. En una de esas giras conocí al Juanelo, un compa que se
pasaba volado 24 horas al día con
carrujos de Juanita y cuando perdía altura (porque no conseguía la bacha nuestra de cada día), se curaba el
bajón con litros de ron o borlas
impregnadas con flexo para aterrizar soft. Era buena persona el re-cabrón, pantera pa´ los putazos,
solidario con los cuates y bien chambeador.
Le tupía sabroso como herrero estrella del taller de su padrastro, quien lo
explotaba cañón para que –dizque- se
le quitara lo vicioso. Pero la verdad es que el ruco se pasaba de lanza y
un buen día el Juanelo decidió huir del chante
maternoso para dedicarse al noble arte de rolling stone. Viajamos juntos tres a o cuatro veces en la bestia de hierro, repleta de pura raza centroamericana, donde años después, según me contó, conoció a Gladys una hondureña “sedosa” que
lo redimió con cuatro hijos… de otros, pero él ni en cuenta, hasta la fecha
está re feliz con su morena “catracha”, siguiendo fielmente el apotegma mexica
de que “todo lo que esté dentro de tu corral es tuyo”. Bendito sea. Pero esa es
otra historia. Volviendo al año 1984, nos encontrábamos en el tren viajando de moscardones y como ya nos conocían los
ferrocarrileros, nos recibieron complacidos porque siempre les trabajábamos
duro en la limpieza de los vagones, cada que el tren hacía paro en las desoladas rancherías serranas no-le-digan-a-mi-madre-a-donde-chingados-ando. Pero en esa ocasión
no seguimos hacia Veracruz como era la costumbre, decidimos desertar en Toluca para movilizarnos a Neza-York y caerle al concierto del agüelo
Lora y su banda itinerante. De ese municipio del Estado de México sólo
conocíamos dos cosas: la fama de los puticlubs
que regenteaba la familia del profe Carlos Hank, y, que era tierra consagrada
de los ñeros punketos más marginados
de éste país, que se la rifaban en
los toquines weekend con estoperoles y greña mohicana, parando sus pelos de
alambre con aceite de carro o gomina
barata. Neza-York City también era
tierra de hoyos fonkis, es decir, míticos
basureros, solares o baldíos que prestaba el municipio para que en ellos la
chaviza y la momisa descargaran adrenalina y pelusa, respectivamente.
Amenizaban Mara, el Tri de Alex “Loro”, Bostick, el bardo urbano Rock-drogo González, el grosso Javier Bátiz, los súper des-madrosos
ruquitos Xochimilcas, Gerardo Enciso… a las descargas
solían llegar todo tipo de personajes públicos y aunque usted no lo crea, uno
que otros “televiso” como el pendejísimo
de Luis de Llano que se iba a dar las
tres con la naquiza. ¿O sea, cool
no? Llegados pues a la capital del chorizo –pase usted a sentarse que falta todavía un buen
para que this tale over-, tomamos el guajoletero hacia Neza York City e hicimos como dos horas de viaje urbanos por
barriadas destartaladas, ciudades perdidas y hediondos “rellenos sanitarios”, ayudando al cobrador para que no se le fueran lisos los cábulas que no
querían liquidar la payola. Finalmente,
llegamos a Nezita-my-love, donde nos
dio la bienvenida un acendrado olor a letrina que casi nos hacía devolvernos
por “los caminos del Señor”. Bajamos del urban
crazy horse con el trasero bien vapuleado
por andar rebotando en los baches y la espalda jorobada porque los asientos
tenían respaldos en forma de caparazón de tortuga. El panorama que nos ofrecía la capital punketa en sus barrios populares era el
típico de la provincia de aquellos añitos, es decir, un desmadre de calles mal
trazadas, embotellamiento, hacinamiento, contaminación, basura,
viejas vecindades apiñadas y ruido blanco que salía de los caseríos de los
lugareños pues a todo volumen escuchaban a Rigo Domínguez, los Bukis, Bronco o
la Internacional Sonora “Pedorrera” (como era conocida ahí la fosilizada
Santanera). En la terminal preguntamos por el Cortijo y nos dijeron que nos
fuéramos por la calle Constitución y contáramos siete cuadras, luego diéramos vuelta a la izquierda y camináramos
todo derecho hasta la Chingada –textual-, que era la cantina más respetada del
rumbo, después de la cual encontraríamos la arena de lucha libre y al final el
esperado Cortijo que era una plaza de toros abandonada (todavía con redondel y
gradas). Unas cuadras antes de arribar al fonki
hole encontramos por el camino a una carnalita
que conocía el Juanelo, la chava iba bien mona
con un vestidito guapachoso hecho de
gaza, que dejaba ver hasta los holanes
de sus coquetos mini choninos
y unas piernas de fantasía que hacían juego con el péndulo de sus amplias
caderas. La “mona-lisa” en cuestión se dedicaba a menudear mois de Acapulco con colita
de borrego y como conocía a mi cuachimalfais
le facilitó una cantidad copiosa de hierbita mágica que al menos en las
siguientes dos semanas –de acuerdo al rápido cálculo mental que hice-, le
alcanzaría para alunizar en el mismísimo “Mar de la tranquilidad”. Además nos convido
cuatro cigarritos a cada uno, con la única condición de que los fumáramos con
ella mientras esperaba a su novio. Tres cigarritos después nos despedimos de la
chavita no sin antes haber combinado canabinol
con lúpulo espumoso de unas güeras bien
sudadas y recetarle a nuestra anfitriona, entre cada trago y fumada, unos besitos en su boca, carnosa y húmeda, con
un discreto pero inconfundible sabor a thinner. Finalmente, fumados y con la
panza llena de cerveza, llegamos al toquin
y el personal ya estaba entrando. Los gorilas
de seguridad con pinta de ser carne de
presidio, exhortaban a la broza punketa
con una voz que revelaba que ellos también llevaban lo suyo entre pecho, bofe
y espalda:
“¡En
santa paz genteeeeeeee, cero broncas, cero broncas, no tenemos que empujarnos.
No somos animales. Aguante bandaaaaaaa, aguanteeeee. Formaditos se ven más
bonitos cabroneeeees. Ya llegó el pinche Tri,
niños y viejitos primero. Haber esas carnalitas de allá no se metan
ahí, ya saben que las tortitas por la derecha por-faaaaaa¡”.
Ahí
nos dimos cuenta que los menores de edad que no iban acompañados de sus papis
los regresaban a su casita con todo y humillante jaculatoria moralina a la
sazón de “¿Cómo crees chamaco?, todavía hueles a pañal”. Era obvio que el
Juanelo y yoni seríamos bateados de la misma humillante manera
con la estatura de 1.50 y nuestros rostros de ángeles pen-tizos. Salimos de la formación donde la banda hacía cola, buscamos una posible salvación y
dimos una vuelta por la plaza para ubicar alguna entrada de contrabando. Nada. Pero
sin esperarlo y ya casi derrotados, encontramos al mismísimo Alex “Loro”
echándose una cascarita con unos joys que a leguas se les notaba lo
proletario. Nos acercamos al veterano “Esclavo del Rock and Roll” y le cantamos directo para que nos diera un
pase sin escalas al backstage. Nos miró de arriba abajo y
nos preguntó nuestra edad. Trece dijimos al unísono. Él nos contestó “Ok. ¡Síganme
los niños¡”. Dejó la cáscara y nos
llevó a un camión donde sus roadies
descargaban los micrófonos. Les dijo: “denle unas cajitas a estos chamacos para
que entren a rockanrolear, por
cortesía del Tri”. Pasmados por la generosidad de la leyenda rucanrolera ni pío pudimos decir.
Entramos por una puerta especial reservada al talento con las cajitas vacías, directamente al backstage y ahí las dejamos. Una edecán
nos ofreció botana y fruta, refresco y agua…”por órdenes del Alex”, dijo. Claro
que nosotros comimos y bebimos, todo lo que la niña nos ofreció. Lástima que eso no incluía ni cerveza ni el wiskito que barruntaban una hielera, por
ello de que éramos menores de edad. De todas formas le dimos las gracias por la
generosidad del agüelo Lora y
descendimos al nivel de la raza que
ya estaba haciendo desmadre para que el concierto iniciara. Una hora después
los chiflidos y las mentadas estaban a todo trapo con una lluvia de botellas de
plástico y bolsitas rellenas con líquidos de dudosa procedencia, que sin duda
mancharía el honor de cualquier cristiano al que le cayeran de lleno. El
Juanelo y yo nos alejamos de la zacapela y mirábamos cómo el personal se despeñaba.
Justo en ese momento la mois alcanzó
su efecto más pronunciado y mezclada con el lúpulo de las chelitas que
conseguimos de contra, logramos una
euforia ad hoc al desmadre que se
avecinaba. Salió el Tri y la raza rugió complacida. El buen Alex, gritante de la banda, salió bien “cuete” y lo primero que le dijo al
personal fue con su horrorosa voz de temprana andropausia: “los tiras han
llegado a parar el toquin, así que banda, por favor: ¡miéntenles su puta madre¡“. Y la banda desde
luego que eso hizo, pero no sólo, una lluvia de rocas y botellas cayeron sobre
los pitufos que al ver la reacción de
la turba se largaron del lugar con el
rabo entre los nabos. Yeah¡. En seguida comenzó el toquin y se fueron
sucediendo las rolitas clásicas de la
banda con un rhytmin and blues
vertiginoso, con largos solos de guitarra que gemía con notas glissadas haciendo
alucinar cañón a la barra brava: Chavo de onda, Oye cantinero,
Perro negro y callejero, ADO... Al llegar esa rola el Juanelo y yo entramos al slam bien prendidos… y por poco no la contamos. Como pueden
imaginar el Juanelo y yoni teníamos
cuerpos escuálidos y estatura de enanos, frente a los punks de 1.70 o más que se empujaban con fuerza para fundirse en la
vorágine eufórica de la danza, y, las chavitas le entraban aún más duro. Total
que nosotros éramos un par de mocosos pendejos “metidos entre las patas de los
caballos”, jaloneados por aquí, aventados por allá, remolidos y casi aplastados
más acá. De milagro los punketos que
esnifaban durísimo de bolsitas
rellenas con FZ10, formaron un círculo alrededor de nosotros. Pero la cosa se
iba poniendo peor y aquello se convirtió en un vendaval demoniaco. Ya casi para
morir aplastados en medio de la masa más que enardecida, sentí que unos
brazotes me levantaban en vilo y luego sólo veía el techo del cortijo y por
debajo sentía muchas manos que me paseaban de un lado a otro… ¡habíamos
inventado el hand surfing¡. Voltee
hacia un lado y para mi consuelo ¡ahí estaba el Juanelo¡, levantado también en
todo lo alto por los danzantes heavy-nopal.
La rola seguía frenéticamente y el Tri la extendió un par de minutos más, para
nuestra zozobra. Y ahí seguíamos llevados de aquí a allá “zarandeados como navíos trémulos en medio de la más brutal de
las tempestades”. A punto del desmayo, nos
detuvieron en un punto y los amables punks
y chavitas que los acompañaban, comenzaron a lanzarnos hacia arriba y entonces
entendí la frase lapidaria de los Corintios: “Conocerás a Dios en tierra de
extraños y será amargo”. Después de otros segundos eternos, depositaron
nuestras asustadas zaleas en el escenario, con el trasero en una sola pieza
aunque magullados de todos lados, manoseados, nalgueados, pitorreados,
empapados de todos los líquidos que el personal nos lanzó de todas direcciones…
pero vivos gracias a la Divinidad. El Alex comenzó la siguiente rola
dedicándola a nosotros, lo que le agradecimos con el clásico gesto de los cuernitos heavies (como los que hace
ahora Kid Buttowsky, medio doble de riesgo y héroe cartoon de mi hijo). Pero nosotros todavía seguíamos asustados y
mirándonos perplejos uno al otro. Ahí nos quedamos, flojitos y cooperando pues habíamos probado la lumbre del infierno
y por muy poco no estaría contando esto.
*La canción salé en el cuarto disco homónimo del grupo de Alejandro Lora, en 1988. Se tomó el nombre de la canción para titular lo que aquí se narra.