LA APORTACIÓN GERMANA A LA EDAD MEDIA
JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA[1]
22 de septiembre de 2011
¿Qué enemigos podrían resistir al reino que fuera capaz de triunfar con el poder de los artefaktos?, ¿qué astucia del adversario no se rendiría a la sutileza de quienes han perseguido y capturado a ese espía que vence en el mismo seno de la naturaleza?
Alexandre Neckham, De naturis rerum, II, c. 174 (page 308).
Las oleadas de tribus bélicas que barrieron Europa a partir del siglo IV asestaron los golpes de muerte a la decadente Roma Imperial y mantuvieron el continente en tumulto casi constante durante más de un milenio. Pero al mismo tiempo los invasores infundieron en Occidente un vigor propio, que poco a poco se fundió con tradiciones más antiguas (de Próximo Oriente, Asia menor, celticas e indoeuropeas) para forjar una nueva Europa. Gran parte del espíritu de estos pueblos –vikingos, vándalos, sajones y godos- se refleja en el dominio tecnológico sobre el hierro, esto sin duda aportan a Occidente un nuevo concepto de la guerra y las armas, de la naturaleza y la religión, trasformando al mismo espíritu romano: Para los bárbaros, como para casi todos los pu7eblos primitivos, la vida era una batalla constante por la sobrevivencia, contra el medio tormentoso del norte, los animales salvajes y las tribus vecinas. En su extenso libro, Alexander Murray[2] nos dice que hallar un ethos militar-intelectual entre los pueblos germánicos, no es un problema pues estos se veían obligados a probar su fuerza ante un enemigo varias veces superior como lo era la Roma Imperial, poseedora de una formidable maquinaria bélica de impacto masivo pero imprecisa, un ariete poderoso que atemorizaba pero que no derrotaba a enemigos con ejércitos más livianos y de desplazamiento veloz. De modo que si la pax romana poseía los artilugios ofensivos heredados de las técnicas arcaicas de la Grecia Macédónica, los pueblos germánicos poseían la tecnología innovadora de la metalistería, recubrimientos y aleaciones resistentes pero sobre todo ligeros, que hacían de su infantería una formación letal: acorazada, multifuncional, flexible y móvil.
Las invasiones bárbaras, completadas a principios del siglo VI, dividieron a Europa occidental entre seis grandes tribus germánicas: visigodos, borgoñones, ostrogodos, anglosajones, francos y vándalos. Los reinos estaban organizados sin cohesión y solo los francos sobrevivieron a la oleada de posteriores invasiones. Del dominio de estas tribus germánicas, transculturadas, salieron las modernas Francia, Alemania, Bélgica y los Países Bajos.
Sin embargo, bajo la turbulencia estaba produciéndose un proceso claro y constructivo. Por todas partes de Europa Occidental empezaron a formarse nuevas sociedades al irse fusionándose las pequeñas minorías germánicas con las poblaciones romanas o romanizadas. Estas sociedades híbridas difirieron, desde el principio, en formas que habrían de tener grandes consecuencias durante siglos. Más también compartirían algunas características comunes. Todas eran gobernadas por reyes germánicos. Y casi todas ellas estaban gobernadas por guerreros bárbaros que se habían establecido como grandes terratenientes y granjeros de cierta consideración; el vasto substrato de campesinos y esclavos permaneció prácticamente inalterado. Pero la tradición nunca de forma inmediata libera de su tenaza influyente la emergencia de un nuevo orden social, y también los germanos al igual que los romanos fueron discípulos obstinados del imperio. De todas formas, conquistados y conquistadores fueron cambiando gradualmente su visión sobre la Roma Imperial, sopesando la importancia de los contrapesos políticos y jurídicos, los alcances del dominio heráldico, y las relaciones de cada uno de estos aspectos con el poder militar y el gobierno fuertemente centralizado en la figura de los cesares. Ker ha observado que los pueblos germánicos, a diferencia de la Roma Imperial, nunca llegaron a constituir una unidad política, sin embargo si se llevó a cabo esa unidad en el caso de su lengua, su cultura, pero sobre todo en los esfuerzos bélicos expansionistas hacia el sur lo que estaba relacionado con el instinto de la sobrevivencia y un cierto ímpetu de desafío, tanto físico como intelectual. El creciente contacto con la civilización romana modificó en grado significativo a los guerreros germánicos, sobre todo en el aspecto de un ordenamiento estratégico orientado a la unificación del poder político con la maquinaria bélica. En todo caso fueron los reyes germánicos quienes obtuvieron mayores beneficios en este período de transición, primero gobernando como fieles defensores del Imperio y luego, gradualmente, liberándose de las restricciones arancelarias de gobernar en nombre del Imperio. Fue a través de este proceso como los reinos sucesores germánicos (tal como los conocen los historiadores) acaban siendo reconocidos como reinos autónomos y soberanos, independientes de la égida imperial.
Las características destacadas de los reinos germánicos e incluso su destino, quedaron determinadas, en gran medida, por la naturaleza y amplitud de la experiencia de sus fundadores con Roma y los romanos. En general, los tres principales grupos germánicos que llegaron al Mediterráneo – los visigodos, los vándalos y los ostrogodos –se desarrollaron rápidamente bajo el estímulo de su estrecho contacto con el imperio, pero pagaron un elevado precio por esa delantera al soportar el peso de las largas guerras que siguieron. Sin embrago, los dos grupos principales de la Europa septentrional –los francos y los sajones- estuvieron menos expuestos a la influencia romana y a las guerras destructivas. Si bien su desarrollo fue más lento, sus reinos duraron más. Los cinco grupos se dispersaron por distintas regiones geográficas. Expresados en términos de regiones geográficas modernas: los visigodos ocuparon España y casi fueron exterminados por las legiones romanas; Los vándalos ocuparon el norte de África y fueron absorbidos tanto por Romanos como por los distintas culturas del Magreb; los ostrogodos ocuparon Italia pero fueron absorbidos por las disputas intestinas por la heredad imperial de Lacio; Los sajones ocuparon Inglaterra y se unieron a los pueblos célticos en su legendaria lucha de resistencia contra la Roma Imperial; Los francos ocuparon Bélgica y Francia, como aliados de Roma, aunque el propósito era en realidad observar establecer un sólido bastión que a la postre serviría como ariete y catapulta para la oleada de subrepticias invasiones hacia los territorios imperiales. A la larga fueron los francos los que sostendrían el más sistemático e implacable asedio hacia las fronteras del imperio, lo cual, no correspondía a las múltiples consideraciones de los gobernadores romanos quienes los veían como ciudadanos honorables, independientes y singulares. En un episodio de sorprendente ceguera, ni los comandantes de las legiones, ni la chirriante burocracia imperial, ni los lugartenientes políticos de cesar, vieron amenaza alguna en este grupo de tenaces guerreros francos, los cuales, con tenacidad y disciplina, esperaron el momento histórico de su venganza. Con todo constituyen el grupo “bárbaro” más civilizado.
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