miércoles, abril 02, 2014

SILENCIO EN EL PARAÍSO



SILENCIO EN EL PARAÍSO
Jorge Antonio Díaz Miranda
Abril 2014


Las durísimas lecciones de la canalla economía actual, conminan a cualquiera a movilizarse y pirarse hacia cualquier otro país para hacer suya la promesa de una tierra prometida en suelo extraño, porque en la suya propia hace rato que lo único que hay es mamar gallo y aguantar. Podemos amar a este país, pero como dice con mucha razón el bardo Gerardo Enciso, este país no me ama a mí. Así que ya está. Montado el impasse de la golfa nacionalista pasaremos la página y le volaremos la chaveta para seguir con la ilusión de la tierra prometida aunque sólo sea para no rendirse jamás, sin darle ni un ápice de bola a la depresión de mierda que por andar en los cuarenta, es más que una tentación. Porque a pesar de todo esta tierra es y será por mucho tiempo más un paraíso donde la vida seguirá siendo posible a contracorriente de los comemierda de la politiquería nacional, que quieren que creamos lo contrario para que nos sacrifiquemos en sus impúdicos aposentos, manchando nuestro plumaje con los lodos del deshonor y la lambisconería rampante. Lo único que cabe decirles a todos esos cabrones vividores es que les dé lo suyo su p$%&#"a progenitora. 



Ese es el planteamiento de la película Silencio en el Paraíso, dirigida por el colombiano Colbert García Benalcázar. Todo alrededor es un mausoleo, dice el poeta Cavafis, un fragmento de nada que se dispersa en el viento y aunque todo esté sometido al crepúsculo, la unidad del espíritu, la ciudad de Dios, no ha de ser sometida por la  ruina del mundo. La redención en todos lados deviene de la emancipación del trabajo y mientras te mantengas en circulación, la vida será transformada para bien en su vorágine y dignidad. Lo que sigue es mirar adelante, juntar los fragmentos del viejo YO y hacer con ello un cigarrillo para exorcizar los demonios de la culpa. El amor de los cuerpos en su devenir de caricias lentas y el beso profundo, y la humedad resultante, y la pasión que se desborda, conforma todo una miríada de paraíso, sensual, salvífico, deslumbrante, fugitivo: “¡ahorre tiempo, ahorre energía, rápido que se le pasa el díaaaa. Salud. Usted sea amable aunque el del lado no le hable… sólo vea a las muchachas bonitas. Una cosa es hacer el amor y otra la arrechera¡  Pero no es éste un panegírico de la jodidez y un tratado de psicología de la marginalidad, aunque terrible el peño de ver la cara fría del desdén a quienes debemos hasta la ropa, seguir hasta el final es la única nota que sostiene la idea de futuro como un bastión donde seguimos siendo nosotros. La vida de Ronald (Francisco Bolívar), un chaval de 20 años, se desgrana en una debacle prematura que lo hace encararse con sus severas limitaciones sociales, no obstante su idea es fija en un futuro que desafía los pronósticos y pone s aprueba su integridad. Huyendo del No Future, consigue un trabajo en una plantación de café, pero para su sorpresa eso la decisión lo lleva directamente al foso del infierno, donde unos milicos muy valientes (como buenos maricones que son), lo despachan junto con sus compañeros de viaje. Hacerse hombre es un riesgo que apuesta el alma  en un delirante juego de azar. Pero por más trágico que sea el destino no caeremos en la tentación de caer en  las trampas de pendejos por más enredados que estemos en las garras del militarismo: “En Colombia, según la Fiscalía, 1800 jóvenes, fueron engañados, disfrazados de guerrilleros y asesinados por militares para obtener beneficios y aumentar artificialmente el número de bajas rebeldes.” El parecido con México no es intencional, si a alguien le suena lo mismo de esta maldita guerra contra el narcotráfico que sostiene el Estado mexicano, donde por pura coincidencia sólo caen jóvenes y más jóvenes entre 14 y 20 años.       

                             

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