SILENCIO EN EL PARAÍSO
Jorge Antonio Díaz
Miranda
Abril 2014
Las durísimas
lecciones de la canalla economía actual, conminan a cualquiera a movilizarse y
pirarse hacia cualquier otro país para hacer suya la promesa de una tierra
prometida en suelo extraño, porque en la suya propia hace rato que lo único que
hay es mamar gallo y aguantar. Podemos amar a este país, pero como dice con
mucha razón el bardo Gerardo Enciso,
este país no me ama a mí. Así que ya está. Montado el impasse de la golfa nacionalista pasaremos la página y le volaremos
la chaveta para seguir con la ilusión de la tierra prometida aunque sólo sea
para no rendirse jamás, sin darle ni un ápice de bola a la depresión de mierda
que por andar en los cuarenta, es más que una tentación. Porque a pesar de todo
esta tierra es y será por mucho tiempo más un paraíso donde la vida seguirá
siendo posible a contracorriente de los comemierda de la politiquería nacional,
que quieren que creamos lo contrario para que nos sacrifiquemos en sus
impúdicos aposentos, manchando nuestro plumaje con los lodos del deshonor y la lambisconería
rampante. Lo único que cabe decirles a todos esos cabrones vividores es que les
dé lo suyo su p$%&#"a progenitora.
Ese es el planteamiento de la película Silencio en el Paraíso, dirigida por el
colombiano Colbert García Benalcázar.
Todo alrededor es un mausoleo, dice el poeta Cavafis, un fragmento de nada que
se dispersa en el viento y aunque todo esté sometido al crepúsculo, la unidad
del espíritu, la ciudad de Dios, no ha de ser sometida por la ruina del mundo. La redención en todos lados
deviene de la emancipación del trabajo y mientras te mantengas en circulación,
la vida será transformada para bien en su vorágine y dignidad. Lo que sigue es
mirar adelante, juntar los fragmentos del viejo YO y hacer con ello un cigarrillo
para exorcizar los demonios de la culpa. El amor de los cuerpos en su devenir
de caricias lentas y el beso profundo, y la humedad resultante, y la pasión que
se desborda, conforma todo una miríada de paraíso, sensual, salvífico,
deslumbrante, fugitivo: “¡ahorre tiempo,
ahorre energía, rápido que se le pasa el díaaaa. Salud. Usted sea amable aunque
el del lado no le hable… sólo vea a las muchachas bonitas. Una cosa es hacer el
amor y otra la arrechera¡ Pero no es
éste un panegírico de la jodidez y un tratado de psicología de la marginalidad,
aunque terrible el peño de ver la cara fría del desdén a quienes debemos hasta
la ropa, seguir hasta el final es la única nota que sostiene la idea de futuro
como un bastión donde seguimos siendo nosotros. La vida de Ronald (Francisco Bolívar), un chaval de 20
años, se desgrana en una debacle prematura que lo hace encararse con sus
severas limitaciones sociales, no obstante su idea es fija en un futuro que
desafía los pronósticos y pone s aprueba su integridad. Huyendo del No Future, consigue un trabajo en una
plantación de café, pero para su sorpresa eso la decisión lo lleva directamente
al foso del infierno, donde unos milicos muy valientes (como buenos maricones
que son), lo despachan junto con sus compañeros de viaje. Hacerse hombre es un
riesgo que apuesta el alma en un
delirante juego de azar. Pero por más trágico que sea el destino no caeremos en
la tentación de caer en las trampas de
pendejos por más enredados que estemos en las garras del militarismo: “En Colombia, según la Fiscalía, 1800
jóvenes, fueron engañados, disfrazados de guerrilleros y asesinados por
militares para obtener beneficios y aumentar artificialmente el número de bajas
rebeldes.” El parecido con México no es intencional, si a alguien le suena
lo mismo de esta maldita guerra contra el narcotráfico que sostiene el Estado
mexicano, donde por pura coincidencia sólo caen jóvenes y más jóvenes entre 14
y 20 años.
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