lunes, abril 28, 2014

DE CHICA QUERÍA SER PUTA



DE CHICA QUERÍA SER PUTA
DE ELENA SEVILLA

Jorge Antonio Díaz Miranda
Abril 2014




Agosto sin lluvias, parece no terminar,
Y deseo, desesperado, que llegue septiembre.
Admito que soy alguien ordinario que pasó
Toda la vida pensando en planes para septiembre.
Y ahora en la vejes, me paso los días pensando
En todo ese tiempo que perdí pensando
En los planes para septiembre.
Siento que estoy esclavizado a desear y ser deseado,
Obligado a ofrecer y ser convidado, del láudano de la desilusión.
 JD. Imprecaciones Diversas  





Terminé de leer el libro de Elena Sevilla. Me gustó mucho. Me conmovió. Si ya el título de esta novela breve,  puede ser motivo de todo un ensayo sobre la irreverencia en la literatura mexicana, el contenido vale la pena porque es un alegato en contra del eterno femenino, específicamente de esa parte que algunas mujeres mexicanas introyectan para interactuar, seducir o joder a esa otra figura risible-patética-deficiente, legada por nuestra cultura mestiza, el macho mexicano. Pero me apresuro a decir que no es una novela feminista o de género, que proponga una nueva cruzada contra los hombres. La narrativa de Elena Sevilla tiene referentes más amplios, perspectiva más compleja, intención autocrítica y sobre todo una argumentación elocuente con sentido  d e s m i t i f i c a d o r.  En el seno mismo de la mediocridad urbana que produce lugares comunes de la feminidad clase mediera, Elena Sevilla despliega un proceso intenso de desensamble discursivo de la maternidad –uno de los bastiones tradicionales del ser-mujer-en-México, para disgregar de sus componentes ideológicos, los artilugios que vehiculizan la infamia, el chantaje, la violencia o el desamor. En otras palabras, identifica las siniestras palancas de la cotidianidad, que hacen que seres de diferentes conviviendo en común hagan todo lo que esté a su alcance para convertir la vida en una simulación de respeto, confianza, apoyo solidario, amor… La  vulgaris  mediocritas, atrapa en sus tentáculos burocráticos  a cientos de incautos que viven suspendidos en una realidad artificial, donde los vínculos y el apego forman parte de una existencia deletérea (intoxicante, iatrogénica, enajenante). Por otro lado, la crítica de la razón sentimental, sugerida y sugerente, propuesta por la escritora, pone de manifiesto un defecto de construcción en la catedral matrimonial: la disparidad, que consiste en que el hombre, sin importar lo que haga en cuanto entrega y devoción, siempre estará en falta, de palabra, acto y pensamiento con respecto a su  partener  pues el rol le impone un desgaste continuo y una tensión permanente que termina por reventarle la chaveta de la cordura. Desde esta perspectiva, la familia posee un perfil banal: “Una familia perfecta en la que ella controlaba todo dentro de un departamento de tres recámaras… Una familia perfecta donde ella fungiera como la salvación de cada integrante. Desde ir a la tintorería y hacer tareas escolares, hasta salir a Perisur sólo para buscar un botón para el traje favorito de su marido, además de la clase de pintura de cada jueves que tomaba con sus amigas de El Pedregal, eran fatigantes y difíciles tareas sumamente controladas que ninguna mujer corriente podría realizar…”(Pp. 30-31). Lectura recomendable, con capítulos bien logrados y otros no tanto, pero en su imperfección está la certidumbre de que fue escrita por una sensibilidad humana, tal vez demasiado humana, es decir, desolada y frágil, casi bajo el umbral de la desesperación.    

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