DE
CHICA QUERÍA SER PUTA
DE
ELENA SEVILLA
Jorge
Antonio Díaz Miranda
Abril 2014
Agosto sin lluvias, parece
no terminar,
Y deseo, desesperado, que
llegue septiembre.
Admito que soy alguien
ordinario que pasó
Toda la vida pensando en
planes para septiembre.
Y ahora en la vejes, me paso
los días pensando
En todo ese tiempo que perdí
pensando
En los planes para
septiembre.
Siento que estoy esclavizado
a desear y ser deseado,
Obligado a ofrecer y ser
convidado, del láudano de la desilusión.
JD. Imprecaciones
Diversas
Terminé de leer el libro de Elena
Sevilla. Me gustó mucho. Me conmovió. Si ya el título de esta novela
breve, puede ser motivo de todo un
ensayo sobre la irreverencia en la literatura mexicana, el contenido vale la
pena porque es un alegato en contra del eterno femenino, específicamente de esa
parte que algunas mujeres mexicanas introyectan para interactuar, seducir o
joder a esa otra figura risible-patética-deficiente, legada por nuestra cultura
mestiza, el macho mexicano. Pero me apresuro a decir que no es una novela
feminista o de género, que proponga una nueva cruzada contra los hombres. La
narrativa de Elena Sevilla tiene referentes más amplios, perspectiva más
compleja, intención autocrítica y sobre todo una argumentación elocuente con
sentido d e s m i t i f i c a d o r. En el seno mismo de la mediocridad urbana que
produce lugares comunes de la feminidad clase mediera, Elena Sevilla despliega un
proceso intenso de desensamble discursivo de la maternidad –uno de los
bastiones tradicionales del ser-mujer-en-México, para disgregar de sus
componentes ideológicos, los artilugios que vehiculizan la infamia, el
chantaje, la violencia o el desamor. En otras palabras, identifica las
siniestras palancas de la cotidianidad, que hacen que seres de diferentes
conviviendo en común hagan todo lo que esté a su alcance para convertir la vida
en una simulación de respeto, confianza, apoyo solidario, amor… La vulgaris
mediocritas, atrapa en sus
tentáculos burocráticos a cientos de
incautos que viven suspendidos en una realidad artificial, donde los vínculos y
el apego forman parte de una existencia deletérea (intoxicante, iatrogénica,
enajenante). Por otro lado, la crítica de la razón sentimental, sugerida y
sugerente, propuesta por la escritora, pone de manifiesto un defecto de
construcción en la catedral matrimonial: la disparidad, que consiste en que el
hombre, sin importar lo que haga en cuanto entrega y devoción, siempre estará
en falta, de palabra, acto y pensamiento con respecto a su partener pues el rol le impone un desgaste continuo y
una tensión permanente que termina por reventarle la chaveta de la cordura.
Desde esta perspectiva, la familia posee un perfil banal: “Una familia perfecta
en la que ella controlaba todo dentro de un departamento de tres recámaras… Una
familia perfecta donde ella fungiera como la salvación de cada integrante.
Desde ir a la tintorería y hacer tareas escolares, hasta salir a Perisur sólo
para buscar un botón para el traje favorito de su marido, además de la clase de
pintura de cada jueves que tomaba con sus amigas de El Pedregal, eran
fatigantes y difíciles tareas sumamente controladas que ninguna mujer corriente podría realizar…”(Pp. 30-31). Lectura
recomendable, con capítulos bien logrados y otros no tanto, pero en su
imperfección está la certidumbre de que fue escrita por una sensibilidad
humana, tal vez demasiado humana, es decir, desolada y frágil, casi bajo el
umbral de la desesperación.
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