JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Febrero 2014
Una narrativa demoledora sobre un incesante vaivén desde el país de la mentira (México) al país de la coca (Colombia), en una vorágine de vivencias crudas, recuerdos terribles y una colección de anatemas despiadados sobre el sinsentido de la vida. Este el marco que circunscribe el retorno de Fernando Vallejo a su natal Colombia para asistir a los últimos días de su padre quien agoniza en un rictus de dolor. La extrañeza de la situación permite generar un torrente de evocaciones actuales y pasadas para sopesar la existencia, la maldad, el amor, la contradicción humana, el aburrimiento universal, la inutilidad de la mejores intenciones, la imbecilidad de la política, la corrupción, la guerra, la enfermedad y la ominosa presencia del mundo de las drogas; cuando la vida se nos escapa por el caño de la futilidad. Por momentos dulce y por momentos fúrica, por momentos matricida, la narrativa del escritor colombiano se despliega con una celeridad que no evita en cada tema la descripción más cruda, el matiz del desencanto o encarar la vida desde su aspectos más vesánicos y anormales. Hablar del significado de la muerte obliga a desechar los lugares comunes, la comodidad retórica, los preceptos y los huecas instancias preconcebidas, para dar paso a una descripción descarnada, directa, implacable, estremecedora, entresacada de las vísceras. Vale la pena revisar a fondo este texto demoledor aunque no se lea de forma continua hasta terminarlo, más bien paso a paso, degustando cada uno de los tragos amargos que prescribe desde un absoluto nihilismo reactivo que no se contenta con contemplar la sangre en las manos, sino de responder cada golpe del destino enviándolo también a él hacia el infierno.
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