JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Enero de 2014
Si no recuerdo mal fue el francés Roland Barthes quien nos advirtió de la sobrelectura de textos literarios, proceso en que los lectores atribuimos a los originales más de lo que estos exponen, ilustran o sugieren. Desde luego que el riesgo se incrementa cuando una novela de renombre pasa al cine porque el desafió para el director es convertir en imágenes el óceano primigenio de palabras entrelazadas por una intención poética. Pero en el caso que nos ocupa Peter Jackson comete verdaderas atrocidades con la novela de J. R. R. Tolkien hasta desvirtuarla.
Quiero aclarar que soy un admirador de la monumental trilogía que montó Peter Jackson basada precisamente en The Lord Of the Rings (en adelante TLR), cuyos desafios fueron extraordinarios, entre otras cosas por la cantidad de personajes, las distintas historias pasadas y presentes que se entrelazan, la selección de pasajes clave que ofrecen una visión aceptable del conjunto...etc.
Pero en esta nueva interpretación basada en la novela The Hobbit (en adelante TH) Peter Jackson se deja llevar por el efectismo, la parafernalia hueca, lo insustancial, el morbo y el ruido blanco. Lo marginal saltó al centro y anuló mucho del sentido poético original. Voy sugerir algo muy pretencioso: es verdad que para ver la trilogía cinematográfica basada en TLR y TH, el espectador debió -debe- haber leido previamente los libros de Tolkien y entender que son parte de una sola obra, la cual, a un nivel semiótico y literario trata de presentar una visión mitológica unificada para Inglaterra. En esa visión y comprensión amplias se debe agregar The Silmarilion. Y en tal sentido parece ser que Peter Jackson si entendió esa articulación semiológica de la obra literaria de Tolkien y lo reflejó de una manera decorosa en su interpretación cinematografica basada en TLR. Pero la articulación estructural narrativa de su reciente versión basada en TH se diluye por episodios exagerados y reiterativos, saturados de efectos especiales, sobreedición y banalización.
Por ejemplo, Esa visión del dragón exhibido y sobreexhibido en su magnificencia, monstruosidad y tamaño, le resta coherencia y sentido al dialogo que Bilbo sostiene con este en la versión original literaria: porque Tolkien le confiere un nivel trascendente de debate filosófico-teológico que trata de dilucidar dónde esta el mal y quien lo lleva, adónde va y cómo de forma involuntaria también los heróes son capaces de llamarlo para ruina de sus congéneres y la tierra que habitan.
Luego está el abigarramiento de efectos para traslucir la maldad de los Elfos del Bosque Negro y la introducción artificiosa de una mujer elfo que no aparece en el original. Aunque en efecto: el reino de Thranduil tal como lo describe Tolkien está impregnado de malicia y ambición; lo cual constituye un signo inequívoco del poder e influencia del Nigromante (que en TLR se convertirá en el terrible señor de los Nazgul). Las miserias de una rama de la raza de los inmortales es aún más terrible si se toma en cuenta el enfrentamiento que se desatan por la violencia y la ambición de casi todas las razas que reclaman el inconmensurable tesoro que aloja el Reino Bajo la Montaña, lo que al final desemboca en la masacre de los inocentes habitantes del Reino del Lago. Ese hecho sirve a Tolkien para montar uno de los más bellos alegatos en contra de la injusticia y la guerra. Pues bien, ese parte no se ve en la versión de Jackson o se diluye o pasa a segundo termino o se olvida para darle cabida a protesis innecesarias y pirotecnia de segunda.
Quiero aclarar que soy un admirador de la monumental trilogía que montó Peter Jackson basada precisamente en The Lord Of the Rings (en adelante TLR), cuyos desafios fueron extraordinarios, entre otras cosas por la cantidad de personajes, las distintas historias pasadas y presentes que se entrelazan, la selección de pasajes clave que ofrecen una visión aceptable del conjunto...etc.
Pero en esta nueva interpretación basada en la novela The Hobbit (en adelante TH) Peter Jackson se deja llevar por el efectismo, la parafernalia hueca, lo insustancial, el morbo y el ruido blanco. Lo marginal saltó al centro y anuló mucho del sentido poético original. Voy sugerir algo muy pretencioso: es verdad que para ver la trilogía cinematográfica basada en TLR y TH, el espectador debió -debe- haber leido previamente los libros de Tolkien y entender que son parte de una sola obra, la cual, a un nivel semiótico y literario trata de presentar una visión mitológica unificada para Inglaterra. En esa visión y comprensión amplias se debe agregar The Silmarilion. Y en tal sentido parece ser que Peter Jackson si entendió esa articulación semiológica de la obra literaria de Tolkien y lo reflejó de una manera decorosa en su interpretación cinematografica basada en TLR. Pero la articulación estructural narrativa de su reciente versión basada en TH se diluye por episodios exagerados y reiterativos, saturados de efectos especiales, sobreedición y banalización.
Por ejemplo, Esa visión del dragón exhibido y sobreexhibido en su magnificencia, monstruosidad y tamaño, le resta coherencia y sentido al dialogo que Bilbo sostiene con este en la versión original literaria: porque Tolkien le confiere un nivel trascendente de debate filosófico-teológico que trata de dilucidar dónde esta el mal y quien lo lleva, adónde va y cómo de forma involuntaria también los heróes son capaces de llamarlo para ruina de sus congéneres y la tierra que habitan.
Luego está el abigarramiento de efectos para traslucir la maldad de los Elfos del Bosque Negro y la introducción artificiosa de una mujer elfo que no aparece en el original. Aunque en efecto: el reino de Thranduil tal como lo describe Tolkien está impregnado de malicia y ambición; lo cual constituye un signo inequívoco del poder e influencia del Nigromante (que en TLR se convertirá en el terrible señor de los Nazgul). Las miserias de una rama de la raza de los inmortales es aún más terrible si se toma en cuenta el enfrentamiento que se desatan por la violencia y la ambición de casi todas las razas que reclaman el inconmensurable tesoro que aloja el Reino Bajo la Montaña, lo que al final desemboca en la masacre de los inocentes habitantes del Reino del Lago. Ese hecho sirve a Tolkien para montar uno de los más bellos alegatos en contra de la injusticia y la guerra. Pues bien, ese parte no se ve en la versión de Jackson o se diluye o pasa a segundo termino o se olvida para darle cabida a protesis innecesarias y pirotecnia de segunda.
Por otro lado es un acierto de Jackson conectar las andanzas de Galdalf con la postrera gran guerra del anillo cuyo presagio de agitación encuentra el mago en la fortaleza destruida de Dol Guldur donde el Nigromante lleva a cabo rituales que tienen como finalidad oculta regresar a la vida a su maestro Sauron, el maldito. Pero, una vez más, Jackson teje una niebla efectista que saca de contexto la articulación de esos hechos con la traición de Saruman y su alianza con la raza de los orcos. En TLR Esa conexión es esencial pues marcará el destino de hombres y lugares que desaparecerán de la Tierra Media y el termino del tiempo de la raza de los elfos. En medio de la vorágine propuesta por Jackson en la segunda parte de su interpretación cinematográfica, Gollum desaparece cuando en TH él salé de su guarida de las Montañas Nubladas para emprender la caza de Bilbo Bolson que lo llevará a ser prisionero de los Elfos silvanos del Bosque Negro y luego, cuando escapa caer prisionero de las huestes negras de Sauron que lo torturan en las masmorras de Lugburs (la gran torre-fortaleza-armeria) en el corazón mismo de Mordor.
En resumen, la nueva película de Peter Jackson es exagerada, artificiosa y llena de errores interpretativos que restan sentido al original TH, desvirtuándolo y distorsionándolo a favor de una hueca parafernalia efectista. Lo marginal saltó al centro y la fascinación por los monstruos arruinó la intensidad y la sopresa del argumento.
En resumen, la nueva película de Peter Jackson es exagerada, artificiosa y llena de errores interpretativos que restan sentido al original TH, desvirtuándolo y distorsionándolo a favor de una hueca parafernalia efectista. Lo marginal saltó al centro y la fascinación por los monstruos arruinó la intensidad y la sopresa del argumento.
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