Apatzingán, enero 2014
JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Enero 2014
Nunca será lo
mismo declarar que gobernar, decir lo que hay que hacer a hacerlo, ó, suponer
que una crisis puede mejorar a que en realidad mejore. La perspectiva del
escenario siempre será una reducción del poder político que manipula la
realidad en el sentido que desea imprimirle pero nunca podrá controlarla del todo.
Aunque el secretario de gobernación Miguel Ángel Osorio Chong no tenga
capacidad intelectual para entenderlo ni humildad para aceptarlo, el fenómeno
de las autodefensas no puede reducirse a una categorización maniquea de
organizaciones fuera de la ley. Y aunque comparar sea ilustrativo para fines
académicos o inclusive fines políticos, las condiciones socio-históricas de
Michoacán con sus múltiples contradicciones y tensiones imprimen sentidos distintos
a lo que ocurre en Colombia con los “paramilitares”, en el Salvador con las
“rondas campesinas”, en Perú con el movimiento armado de Abimael Guzmán líder
de Sendero Luminoso, o en Bolivia con los comandos de defensa organizados por el
desaparecido Eduardo Rozsa Flores…
El fenómeno de las
autodefensas es complejo, multifactorial y escapa a cualquier aprehensión
inmediata. Más aún si este fenómeno social se quiere interpretara través de la analfabeta
barandilla policíaca.
En el principio,
está la ruptura social que introduce el crimen organizado. Luego viene la
violencia del Estado desplegada de la forma más torpe y posteriormente
replegada sin ninguna razón estratégica. Lo que consolida y formaliza el
establecimiento de una condición extraordinaria de máxima vulnerabilidad
social: el Estado fallido, materializado, en más de ochenta municipios
michoacanos (de un total de 113) en una de las más feroces y sangrientas contraofensivas
operadas por los templarios.Como era de esperarse en la tierra de nadie (difusa y móvil frontera de guerra), los inocentes
son martirizados: las productivas tierras de cultivo de limón y aguacate son
expropiadas, se establecen impuestos de guerra, se llevan a cabo desapariciones,
levantones, amenazas, madrizas por doquier. En medio del sórdido fragor de las
armas, comunidades anteras son tomadas por asalto y retenidas como botín de
guerra. Los federales acusan a estas comunidades de brindar protección y
abastecimiento a los locales señores de la guerra y los templarios las acusan
de hablar de más y rebelarse con armas en contra de los jefes de plaza. Y
mientras el gobierno produce una interminable letanía de bla, bla, bla
insustanciales para enmarcar medidas de
restablecimiento institucional y firma pactos con el fantasma Fausto Vallejo
(que no se ve pero se supone que ahí está); los jefes templarios celebran un
conciliábulo en la misma capital para repartirse la plaza, planear estrategias
de afrontamiento e instalar un dispositivo de evasión ayudados por sus
conexiones políticas en Guerrero, Morelos y el Estado de México. Las fuerzas
federales toman control (es un decir) del estado de Michoacán, desarman algunos
sectores de las guardias comunitarias, y se concentran en la Tierra Caliente
pero son incapaces de detener la violencia criminal a pesar de que arrestan al
jefe “Toro”. A pesar de que los enfrentamientos se multiplican en la zona de
conflicto la policía y el ejército ni se enteran. Pese a la presencia de las fuerzas federales y
el “seguimiento” burocrático que Osorio Chong y el virrey Castillo le dan a la
situación, son las guardias comunitarias
las que siguen sosteniendo el peso del desigual enfrentamiento. Sí, desigual, a
pesar de sus rifles Barret, fusiles AK-47 y carabinas M-1, para las guardias
comunitarias hay límites severos de disponibilidad y reposición. Desigual y en
posición vulnerable porque los miembros de las guardias comunitarias combaten
sin ocultar su identidad, con una disposición limitada de pertrechos de combate
en comparación con los sicarios que pueden disponer de repuestos y municiones
casi de manera ilimitada. Lo peor vendrá después para estas guardias
comunitarias, una vez que las fuerzas federales regresen a sus bases y los templarios ajusten cuentas
con aquellos pueblos que les opusieron resistencia. La debilidad táctica de los
comunitarios es que ellos se detienen donde los sicarios profesionales apenas
comienzan. Y ante el más que previsible abandono del Estado mexicano las
guardias comunitarias no tienen más que una de tres posibilidades: huir,
trabajar para el crimen organizado o seguir el enfrentamiento. La primera
implica entregar sus tierras, sus negocios y bienes a los jefes de plaza,
admitir su hegemonía y abandonar sus comunidades al dictum feudal de los nuevos terratenientes templarios. El segundo
escenario es lo mismo pero con sectores enteros metidos de las guardias
comunitarias viciadas, corrompidas y envilecidas, sometidas a la dinámica de
una guerra más amplia en contra del gobierno federal y cárteles enemigos. El
tercero implica el gravísimo riesgo de ir cayendo asesinados en emboscadas cada
vez más frecuentes con daños colaterales a las familias de las autodefensas. Más
allá de toda discusión jurídica las guardias comunitarias de autodefensa
enfrentan en lo inmediato un reto formidable en que además de luchar en contra
de los criminales también se enfrentan a la ambigüedad de sectores del gobierno
coludidos con ellos pues prefieren hacer tratos con el crimen antes de ser
ellos los que caigan por desacato. En esa masa crítica de corrupción
institucional están implicados militares, tropas, PF y funcionarios que, cómo
se ha visto, sacan provechos de las aguas revueltas sin importar que eso
implique proveer de armas a quienes dicen combatir, escoltarlos para
asegurarles una vía de escape o aún transportar su mercancía en vehículos
oficiales. En resumen las guardias comunitarias de autodefensa enfrentan una
hidra que es capaz de prolongar el conflicto con una lógica esquizofrénica: Por
un lado la cabeza del Estado declarando la preeminencia del estado de Derecho y
reclamando para sí el monopolio de la violencia, al mismo tiempo que una parte
de éste “no ve” cómo ciertos grupos adquieren poder e instalan el reino del
terror. Pero la base material de esa esquizofrenia es la ruta del dinero que
siempre hará posible que criminales y funcionarios federales compartan la mesa
a pesar de su (aparente) enfrentamiento.
Si Enrique Peña
Nieto de verdad quiere hacer algo serio por Michoacán, debería comenzar por
arrestar y procesar a Felipe Calderón Hinojosa y a Genaro García Luna por
negligencia criminal, irresponsabilidad y posible asociación delictiva con el
crimen organizado.
Pero será mejor
que nos olvidamos de la utopía porque nunca será lo mismo declarar que
gobernar, o, suponer que una crisis puede mejorar por el solo deseo de que así
sea.Como se ha visto en el caso concreto de Michoacán y en otros lugares
asolados por la violencia criminal (como Morelos), la voluntad política estáemparentada
con la molicie, la hipocresía, la simulación, el autoritarismo, la ignorancia, el
cortoplacismo, la mediocridad acomodaticia, el delirio de poder y los golpes de
timón para distraer al “populacho”con pan, circo y telebasura (nuevo opio del
pueblo). Es decir, más de lo mismo del decadente circo político pero con nuevos trapecistas
y bufones.
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