viernes, enero 24, 2014

EL DESAFIO DE LAS GUARDIAS COMUNITARIAS DE MICHOACÁN

Apatzingán, enero 2014


JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Enero 2014

Nunca será lo mismo declarar que gobernar, decir lo que hay que hacer a hacerlo, ó, suponer que una crisis puede mejorar a que en realidad mejore. La perspectiva del escenario siempre será una reducción del poder político que manipula la realidad en el sentido que desea imprimirle pero nunca podrá controlarla del todo. Aunque el secretario de gobernación Miguel Ángel Osorio Chong no tenga capacidad intelectual para entenderlo ni humildad para aceptarlo, el fenómeno de las autodefensas no puede reducirse a una categorización maniquea de organizaciones fuera de la ley. Y aunque comparar sea ilustrativo para fines académicos o inclusive fines políticos, las condiciones socio-históricas de Michoacán con sus múltiples contradicciones y tensiones imprimen sentidos distintos a lo que ocurre en Colombia con los “paramilitares”, en el Salvador con las “rondas campesinas”, en Perú con el movimiento armado de Abimael Guzmán líder de Sendero Luminoso, o en Bolivia con los comandos de defensa organizados por el desaparecido Eduardo Rozsa Flores…

El fenómeno de las autodefensas es complejo, multifactorial y escapa a cualquier aprehensión inmediata. Más aún si este fenómeno social se quiere interpretara través de la analfabeta barandilla policíaca.

En el principio, está la ruptura social que introduce el crimen organizado. Luego viene la violencia del Estado desplegada de la forma más torpe y posteriormente replegada sin ninguna razón estratégica. Lo que consolida y formaliza el establecimiento de una condición extraordinaria de máxima vulnerabilidad social: el Estado fallido, materializado, en más de ochenta municipios michoacanos (de un total de 113) en una de las más feroces y sangrientas contraofensivas operadas por los templarios.Como era de esperarse en la tierra de nadie (difusa y móvil frontera de guerra), los inocentes son martirizados: las productivas tierras de cultivo de limón y aguacate son expropiadas, se establecen impuestos de guerra, se llevan a cabo desapariciones, levantones, amenazas, madrizas por doquier. En medio del sórdido fragor de las armas, comunidades anteras son tomadas por asalto y retenidas como botín de guerra. Los federales acusan a estas comunidades de brindar protección y abastecimiento a los locales señores de la guerra y los templarios las acusan de hablar de más y rebelarse con armas en contra de los jefes de plaza. Y mientras el gobierno produce una interminable letanía de bla, bla, bla insustanciales para enmarcar  medidas de restablecimiento institucional y firma pactos con el fantasma Fausto Vallejo (que no se ve pero se supone que ahí está); los jefes templarios celebran un conciliábulo en la misma capital para repartirse la plaza, planear estrategias de afrontamiento e instalar un dispositivo de evasión ayudados por sus conexiones políticas en Guerrero, Morelos y el Estado de México. Las fuerzas federales toman control (es un decir) del estado de Michoacán, desarman algunos sectores de las guardias comunitarias, y se concentran en la Tierra Caliente pero son incapaces de detener la violencia criminal a pesar de que arrestan al jefe “Toro”. A pesar de que los enfrentamientos se multiplican en la zona de conflicto la policía y el ejército ni se enteran.  Pese a la presencia de las fuerzas federales y el “seguimiento” burocrático que Osorio Chong y el virrey Castillo le dan a la situación,  son las guardias comunitarias las que siguen sosteniendo el peso del desigual enfrentamiento. Sí, desigual, a pesar de sus rifles Barret, fusiles AK-47 y carabinas M-1, para las guardias comunitarias hay límites severos de disponibilidad y reposición. Desigual y en posición vulnerable porque los miembros de las guardias comunitarias combaten sin ocultar su identidad, con una disposición limitada de pertrechos de combate en comparación con los sicarios que pueden disponer de repuestos y municiones casi de manera ilimitada. Lo peor vendrá después para estas guardias comunitarias, una vez que las fuerzas federales regresen  a sus bases y los templarios ajusten cuentas con aquellos pueblos que les opusieron resistencia. La debilidad táctica de los comunitarios es que ellos se detienen donde los sicarios profesionales apenas comienzan. Y ante el más que previsible abandono del Estado mexicano las guardias comunitarias no tienen más que una de tres posibilidades: huir, trabajar para el crimen organizado o seguir el enfrentamiento. La primera implica entregar sus tierras, sus negocios y bienes a los jefes de plaza, admitir su hegemonía y abandonar sus comunidades al dictum feudal de los nuevos terratenientes templarios. El segundo escenario es lo mismo pero con sectores enteros metidos de las guardias comunitarias viciadas, corrompidas y envilecidas, sometidas a la dinámica de una guerra más amplia en contra del gobierno federal y cárteles enemigos. El tercero implica el gravísimo riesgo de ir cayendo asesinados en emboscadas cada vez más frecuentes con daños colaterales a las familias de las autodefensas. Más allá de toda discusión jurídica las guardias comunitarias de autodefensa enfrentan en lo inmediato un reto formidable en que además de luchar en contra de los criminales también se enfrentan a la ambigüedad de sectores del gobierno coludidos con ellos pues prefieren hacer tratos con el crimen antes de ser ellos los que caigan por desacato. En esa masa crítica de corrupción institucional están implicados militares, tropas, PF y funcionarios que, cómo se ha visto, sacan provechos de las aguas revueltas sin importar que eso implique proveer de armas a quienes dicen combatir, escoltarlos para asegurarles una vía de escape o aún transportar su mercancía en vehículos oficiales. En resumen las guardias comunitarias de autodefensa enfrentan una hidra que es capaz de prolongar el conflicto con una lógica esquizofrénica: Por un lado la cabeza del Estado declarando la preeminencia del estado de Derecho y reclamando para sí el monopolio de la violencia, al mismo tiempo que una parte de éste “no ve” cómo ciertos grupos adquieren poder e instalan el reino del terror. Pero la base material de esa esquizofrenia es la ruta del dinero que siempre hará posible que criminales y funcionarios federales compartan la mesa a pesar de su (aparente) enfrentamiento.

Si Enrique Peña Nieto de verdad quiere hacer algo serio por Michoacán, debería comenzar por arrestar y procesar a Felipe Calderón Hinojosa y a Genaro García Luna por negligencia criminal, irresponsabilidad y posible asociación delictiva con el crimen organizado.


Pero será mejor que nos olvidamos de la utopía porque nunca será lo mismo declarar que gobernar, o, suponer que una crisis puede mejorar por el solo deseo de que así sea.Como se ha visto en el caso concreto de Michoacán y en otros lugares asolados por la violencia criminal (como Morelos), la voluntad política estáemparentada con la molicie, la hipocresía, la simulación, el autoritarismo, la ignorancia, el cortoplacismo, la mediocridad acomodaticia, el delirio de poder y los golpes de timón para distraer al “populacho”con pan, circo y telebasura (nuevo opio del pueblo). Es decir, más de lo mismo del decadente circo político pero con nuevos trapecistas y bufones. 

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