Jorge Antonio
Díaz Miranda
Noviembre 2013
En la breve república de Weimar (1918-1933), florece en
Alemania el espectáculo del Cabaret, a sazón una de las tendencias artísticas
más desenfadadas y modernas. La eclosión de este subgénero de las artes
dramáticas estuvo flanqueada por la emergencia de compositores de música
popular de gran éxito como el inigualable Rudolf Nelson, quien también era un próspero
y entusiasta empresario del cabaret. A partir de 1918 su estilo vigoroso fue
reproducido, corregido y aumentado por dos nuevas estrellas de la composición:
Friedrich Hollaender y Mischa Spoliansky. A diferencia de otros sub géneros de
composición musical (como la opereta), el género del cabaret tiene un sentido
político militante, de crítica social e identidad popular, a través de un
estilo marcadamente satírico, irreverente y desafiante. No es extraño por tanto
que los compositores del subgénero pudiesen valerse de las agudas letras y
mordaces versos del prolífico escritor, políticamente comprometido, Theobald
Tiger, quien parodió las modas comerciales y la anacrónica idiosincrasia de la
élite prusiana de aquellos tiempos. A Kurt Tucholsky alías Theobald Tiger le
gustaba los dobleces lingüísticos, los desplazamientos con doble sentido y los
juegos de palabras sin (aparente) sentido. A la postre, la prosa fundacional de
Tiger inspiraría a cantantes de gran personalidad como Trude Hesterber y Rosa
Valetti, quienes fundarían respectivamente el Wilde Bühne (Escena Salvaje) y el Größenwahn (Megalomanía), dos
cabarets seminales en la escena farandulera berlinesa de los maravillosos 20´s.
Otras cantantes como Claire Waldorff destacaron por su talante descaradamente
libertino y proclividad proletaria, su figura rotunda (regordeta) y su voz
estridente encarnaban el espíritu de las clases bajas de Berlín. El cabaret
alemán fue el primero en encarnar espectáculos en espacios cerrados, con un
contacto directo e interactivo con su público, en una atmósfera íntima, en un
estilo directo de tú a tú, con una mofa permanente sobre los hábitos y la
moralidad de la clientela burguesa que
asistía al espectáculo de su propia caricaturización. Siendo un espacio de
expresión y de abierta crítica política, el cabaret se vio frenado, reprimido y
a veces cancelado por la moral de los censores prusianos. Pero en 1918 vuelve a
florecer con una energía renovada a raíz de la derrota en la gran guerra, la
quiebra del país y el exilio del káiser Guillermo III. La inflación, los
levantamientos populares, la ruina económica y la deuda contraída, las divas y
divos del cabaret dieron rienda suelta a la sátira política, la crítica social, al escepticismo sobre las
intenciones de la clase política y el amargo fin de los buenos tiempos. En 1919
Gustav Von Wangenheim, vestido de Pierrot, deploraba el fin de la vida
desenfadada, caracterizada por una bohemia depresiva y envilecida por las tensiones
sociales de la posguerra. Los burlones versos de este Pierrot reflejan el
sentir de los intelectuales alemanes y austriacos que asisten fascinados al
hundimiento del mundo de Jauja anterior a la guerra. Recuérdese que por la
misma época Stefan Zweig escribía su Mundo
Perdido y Karl Krauss acuñaba su
parodia de Kakania, para ilustrar el
fin de una era sostenida en una nada fastuosa y hueca. Pero este no era el tono
que denominaba. Rosa Valleti y la proletaria Claire Waldorff proponían que en
lugar de suspirar por el pasado, la sociedad berlinesa experimentara el
presente con una actitud de desenfado, curiosidad divertida y un cinismo
desapegado, justo para no volver a ser “esclavos de las señoriales estafas
nostálgicas“. El tema predilecto de esta anti nostálgica propuesta es el sexo. Y
la figura enseñoreada es la prostituta o bailarina libertina del striptease. Pero desde este tópico y
esta figura se trataba de desafiar la concepción de la masculinidad, demolerla
y reducirla a escombros, o al menos burlarse de ella. Canciones como Petronella (1920), Sex-Appeal (1930) o Ich Bin
Ein-Vamp (1932), ridiculizan con parodias los clichés masculinos de la
época como por ejemplo el ama de casa-esclava agradecida, la amante fiel al
marido, la disponibilidad siempre fogosa de la mujer, la voracidad sexual de
las divorciadas o las viudas, la infidelidad, las perversiones de la femme fatale o la grotesca humillación
de las hetairas Fatta Morgana. La
ridiculización del sexo heterosexual por ostentoso e hipócrita, fatuo y
grosero, sexista y discriminatorio con la mujer, es en todo momento una bandera
que propone una crítica al mundo masculino. En cambio el sexo homosexual recibe
un trato más empático en una sociedad como la alemana que en esos tiempos
prohibía y la perseguía como delito. Una canción como Das Lila Lied proponía una reflexión seria a favor de los derechos
de los homosexuales. Pero como se trataba de una representar con leit motiv de alto impacto, se hacía
gala durante su interpretación de un pathos
mayor que a veces rayaba en performance
grotesco. Maskulinum-Femininum
escrita por Mischa Spoliansky, propone la satiriasis total en la confusión de
los géneros, enalteciendo híbridos femeninos
masculinizados y masculinos feminizados. Wenn
Die Beste Freundin, interpretada por primera vez por Margo Lion y ;Marlene
Dietrich (¡¡) en 1928 se convirtió en el himno del movimiento lesbiano de
Alemania. Si el sexo era el tema del cabaret, la política era un asunto
inmanente a este, pues la crítica de género denominaba masculina la política de
control, represión y confinamiento de la mujer. Claire Waldorff siempre
terminaba sus interpretaciones con tres o cuatro versos que pedían la
liberación de la mujer, el reconocimiento de sus derechos civiles, denunciando
la desigualdad que le marginaba y la carga que escatimaba su participación
democrática. Cuando Trude Hesterberg cantaba su apasionada e hilarante
interpretación Mir Ist Heut So Nach
Tamerlan¡ (1922) parodiaba el deseo masculino que clamaba por la llegada de
un Führer que enderezará Alemania, y,
al mismo tiempo, se burlaba del cliché de mujeres hambrientas de sexo
frustradas por la incompetencia de sus regordetes maridos
burgueses-conservadores. Como todo mundo sabe, cuando apareció realmente ese Führer invocado por los machos de
Alemania, no se trató de una cosa de risa, y el cabaret tuvo que replegarse a
un discreto y decadente foro de revistas musicales banales. En las últimas
grandes canciones de cabaret producidas en los primeros años del
Nacional-Socialismo, se vislumbra por primera vez una angustia ante el temible
ascenso del militarismo y el fanatismo nazi.
En la canción Münchhausen de
Friedrich Hollaender, que se estrenó en septiembre de 1931, existe la evidencia
de un inexpresable temor y conmovedora incertidumbre, una voz en el desierto
que clamaba por una Alemania sin desfiles militares, sin películas de
propaganda, sin jueces antisemitas, sin una sola esvástica a la vista. Y luego al
final de este reclamo, el cantante se reía subrayando que sólo se trataba de
una inocente mentirilla…pero los censores nazis no lo tomaron así. Dieciséis meses después, Hitler sería
nombrado canciller y la república de Weimar se hizo añicos junto con el cabaret,
su legado dramático, moderno y desafiante.
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