Entonces salí de la cama para confirmar los datos de la
convocatoria en Internet. Un día anterior hubo cualquier cantidad de
iniciativas. De este lado llamaron al Monumento a la Revolución para dormir ahí
e iniciar una marcha a San Lázaro desde las 4 de la mañana. Por acá, a las 8 en
el metro Isabel la Católica. De este otro lado, a las 7 y media en el metro
Moctezuma.
Había decidido sumarme a donde escuchaba más nombres
familiares.
Salí tarde de mi casa. El taxista me advirtió que me llevaría
hasta donde fuera posible, porque su “hermano el Peña Nieto” estaría tomando
posesión y quizá hubieran cerrado las calles aledañas.
Pensaba que de todas las acciones que había participado en
#YoSoy132, esta era la primera en la que no quedaba clara la responsabilidad de
logística y seguridad. Organizar una marcha o concentración ya de por sí parecía
riesgoso, pero una convocatoria tan abierta a un cerco de casi 5 kilómetros
superaba en mucho los números de quienes venían a mi mente. Más aún, ¿habría un
medio que pudiera cubrir todo eso?
Me bajé del taxi en Pino Suárez. Seguro de que estaba tarde a
la cita y habían partido sin mí, emprendí una marcha por las calles del centro
hacia el mercado de La Merced, que me quedaba justo a medio camino de San
Lázaro.
La mañana era más cotidiana de lo que me esperaba. Las calles
no se sentían bloqueadas: el tránsito de personas y autos era escaso. Lo único
que desentonaba en la foto era el operativo de seguridad. Los de verde
fosforescente resaltaban entre los de azul y los distintos negros que se
confundían con facilidad.
¿Cuántos? De ese lado eran decenas, al menos 5 por cada
cuadra recorrida. Todos en grupo y con escudos. Tenían caras de temor unos y
sonrisas entremezcladas con cinismo, los otros. Sabían lo que estaba por
ocurrir.
Cruzando República de Uruguay y Circunvalación me topé con un
tianguis dominical. Se sentía un fuerte aire de contradicción: a lo lejos se
notaba un solitario puente con barricadas de metal, y de este lado el bullicio
propio del comercio. Entendí que había tomado una ruta equivocada para llegar
con los manifestantes y comencé a bajar al sur por la calle Rosario.
Esa zona de la Ciudad siempre está llena de actividad.
Mientras caminaba observando a mi izquierda cuadra tras cuadra de calles
bloqueadas por el cerco, escuché cómo las conversaciones giraban en torno de lo
que estaba ocurriendo frente al Congreso.
–“Ya se puso bien cabrón”, dijo un viejo de gorra sentado en
la sombra.
–“Es el pinche Peña Nieto que puso sus mamadas de paredes”,
me respondió un vecino cuando le pregunté cómo le hacía para pasar del lado
oriente del cerco.
Llegué así a Fray Servando. Me topé con un grupo de
manifestantes, unos 250. Una decena de ellos golpeaba las rejas intentando hacer
ruido, a manera de protesta, pero se echaron para atrás cuando el grupo de
federales apostado en la banqueta se conformó en un nuevo muro humano.
Alcancé a ver entonces lo que me separaba de la Avenida
Congreso de la Unión: una capa de federales, una barrera de metal de más de 2
metros, una nueva capa de federales, una capa de Estado Mayor Presidencial, una
última capa de rejas metálicas y patrullas pick-up estacionadas como último
recurso. Tuve un sentimiento de revelación que paradójicamente nunca supe sobre
qué.
Tomé fotos y me puse a revisar Twitter. Me enteré que del
lado del metro San Lázaro habían tomado un camión materialista estrellándolo
frente a las murallas. Me comuniqué con amigos y me trasladé de inmediato para
allá.
Pensé que tendría que correr todos esos kilómetros. Por la
información que tenía, las estaciones cercanas estaban cerradas. Un par de
amigos que me topé me decían que metro La Merced estaba abierto. Corrimos hasta
allá y lo abordamos, también todo ahí parecía en calma.
Nos sorprendimos de ver que metro San Lázaro estaba abierto,
el plan original era llagar a la estación Moctezuma, como una de las
convocatorias. Sin dudarlo mucho, salimos del vagón y ubicamos unas casetas
telefónicas como lugar de reunión, en caso de lo peor.
Por algunos segundos y con el corazón agitado pensé que nos
habíamos equivocado. Había comercios abiertos a unos metros de lo que yo
imaginaba como una zona de guerra.
Detrás de los manteados de colores, sin embargo, había filas
de inmóviles federales apostados sobre el camellón. Justo debajo del puente
elevado del metro, de cara a la esquina con Emiliano Zapata, las cosas eran
distintas.
Las fotos que ya había visto por Twitter se estaban
reproduciendo ante mí con sonido, temperatura y olor. Los rostros que no
asomaban miedo por estar cubiertos dejaban ver miradas de conmoción.
Había dos grandes grupos.
Una combi con la bandera de “#YoSoy132 Movimiento a favor de
la verdad” se encontraba estacionada cerca del puente peatonal, justo sobre
Eduardo Molina (donde termina Ignacio Zaragoza) afuera de la estación San
Lázaro. Ahí, se preparaba la lectura de un documento salido de asambleas.
Paradójicamente a quienes alcanzaba a reconocer les
desconocía a ratos. Con cada explosión que se escuchaba a unos cuantos metros,
al otro lado de la manifestación, veía cómo aumentaba su inquietud por salir de
ahí. Los tonos se habían elevado demasiado. Quienes se apartaban del grupo era
para refugiarse, alejándose de todo hacia el metro o detrás de la estación de
Metrobús.
Habían llegado ahí producto de la convocatoria en metro
Moctezuma. Me contaron que al avanzar hacia San Lázaro ya tenían reportes de
disturbios al frente, pero también que volver sobre su paso resultaba peligroso,
ya habían visto entre los policías federales, detrás de la valla, a gente con
cadenas y tubos como listos para recibir órdenes. Se sabían acorralados. Habían
quienes les incitaban a continuar hasta donde se encontraba la violencia,
también quienes les rogaban no seguir más.
El segundo grupo se mantenía mucho más compacto pero
igualmente numeroso. Los que se apartaban de él, lo hacían hacia la muralla de
metal con bombas molotov, palos y piedras, seguidos de camarógrafos y
fotógrafos.
A veces se mantenían dispersos de forma individual o grupos
pequeños, a veces retrocedían y regresaban al núcleo, que se fracturaba de vez
en vez cuando avanzaban las agresiones policíacas. Muchos de ellos habían
seguido la convocatoria de llegar a esa esquina desde la Acampada Revolución.
Varios más llegaron por sus propios medios.
Ambos grupos, igualmente heterogéneos: con jóvenes y viejos,
mujeres y hombres. La situación daba poco espacio para saber quien sí y quien no
pertenecía a tal o cual organización. Tampoco importaba mucho. Sólo se sabía de
un acuerdo de retirarse al norte todos en caso de una escalada en la represión.
Poco fue lo que me pudieron informar en el momento pero
viendo las banderas me quedó más clara la previsión. El cerco no se podría
hacerse, ni se iba a intentar. Los que estaban por la confrontación y los que
no, sin descalificarse, actuarían cada uno por su cuenta.
Del lado de Emiliano Zapata (justo donde termina Artilleros),
alcancé a ver muchas formas de organización política: estudiantes, obreros,
grupos comunistas y anarquistas.; banderas de México, banderas de hoces y
martillos, de la UNAM y banderas negras. Nunca me pude acercar, confieso que por
miedo y a pesar de mi curiosidad por ser testigo.
Del lado de Molina, principalmente #YoSoy132 (de todo,
“moderados” y “ultras” como se les suele dividir sin matices, además algunas
representaciones de estados de la República), periodistas, personas sin manera
de identificar su procedencia y algunos reconocibles maestros de la CNTE que se
habían replegado desde temprano del frente debido a la violencia, que luego me
contaron, fueron atacados sin razón alguna.
Se sentía que poco iba a ocurrir además del aumento de las
confrontaciones del lado de Zapata.
Por lo pronto, en la combi 132 se decidió leer el
pronunciamiento emanado de asambleas para luego partir a Palacio Nacional y
repetir el acto.
Las explosiones continuaban. Algunas sonaban como cohetes de
fiesta patronal, pero el aroma te regresaba rápidamente a la realidad.
Explotaron más bombas molotov sobre la muralla. Se lanzaban
piedras hacia el Congreso.
Algunos intentaban hacer pintas sobre las barreras metálicas.
De regreso venían latas de gas y balas de goma.
El discurso sobre la combi concluía, denunciando el proceso
de imposición de Enrique Peña Nieto, que según reportaban en Twitter no había
tomado protesta ante el pleno del Congreso todavía.
A los pocos minutos, las explosiones fueron más fuertes y las
latas de gas se acercaron más y más al grupo sobre Mollina. La noticia de que
alguien había fallecido se esparcía de manera silenciosa. El miedo se apoderó
finalmente.
Las noticias sobre el riesgo de volver sobre esa avenida,
fueron superadas por la situación.
Desde las bocinas en la combi se llamaba a retirarse de una
vez. Alguien dijo que la violencia nos ponía a riesgo a todos y se llamaba a
cesar.
Vi llantos desatarse mientras varios jalaban a sus compañeros
para salir de ahí. Nadie quería quedarse al último sin asegurarse que sus
conocidos no hubieran quedado rezagados.
Retirada de San Lázaro
“#Méxiconotienepresidente Tiene ciudadanía” decía una de las
mantas que lideraban el frente del contingente #YoSoy132 que ya avanzaba por
Zaragoza, luego por Francisco del Paso y Troncoso. Atrás quedaban las
detonaciones.
En Twitter se leía del inicio del cambio de banda
presidencial. Al contingente lo comenzaban a rodear policías federales.
Al dar vuelta en Lorenzo Boturini y llegar al cruce con
Avenida Congreso de la Unión, se cerró el paso. Llegaron más policías federales
a reforzar en autobuses que parecían de empresas turísticas.
La gente de logística, organizada alrededor de la combi
entró en crisis. Se sabían acorralados.
El pequeño espacio que las vallas permitían sirvió para
avanzar a pie por la banqueta de Congreso de la Unión. La promesa de un cruce en
Avenida del Taller era suficiente para continuar a pesar de que cada vez se
amasaban más y más efectivos.
Al llegar al cruce, todos los federales dejaron de resguardar
las vallas y formaron un nuevo bloqueo con escudos que impedía el paso. Muchos
lo tomaron como una provocación. Algunos perdieron la calma. Otros llamaron a
conservarla.
Pasaron 3 grupos de aproximadamente 20 camionetas sobre la
avenida resguardada. Se llevaron rechiflas y consignas. Finalmente se abrió el
paso.
El contingente avanzó sobre el carril confinado hasta San
Antonio Abad sin entorpecer el tráfico que se recuperaba del bloqueo federal.
Recibimos la noticia de que el chico no había fallecido pero
estaba herido de gravedad. Anexa, información de nuevos heridos y “golpes” en
Bellas Artes.
Se acelera el paso para llegar al Zócalo.
Todo marchaba tranquilo de este lado sur del cerco y no como
había anunciado Acampada Revolución, que sería la zona de mayores conflictos.
Doblando en San Antonio Abad, luego ya sobre 20 de Noviembre
se sentía más expectación. Aunque la idea era manifestarse en la plancha del
Zócalo, al frente el operativo policiaco se comenzaba a desplegar diciendo de
lejos “de aquí no pasarán”.
La gente en los negocios, como nunca había visto en el DF,
comenzaron a cerrar con cadena y bajar las cortinas metálicas. Yo me acerqué
entre confundido y curioso, “no hace falta que lo hagan, este contingente es
pacífico” les dije. Me veían a los ojos un par de segundos, como si hubiera
hablado en otro idioma, luego retiraban la mirada.
Busqué en Twitter y en los grupos de WhatsApp. Ahí la
historia era muy distinta, comenzaba a entender la situación. Nos advertían de
destrozos, golpes, heridos, bombas en el Centro Histórico.
La bocina llamó al contingente que se doblara sobre Arcos de
Belén a la izquierda. “Hay que cumplir con el acuerdo de llegar con las otras
organizaciones para entrar al Zócalo juntos”. El punto de reunión sería en “el
Caballito”, esquina de Reforma y Bucareli.
A pesar de la reticencia de algunos, así se hizo. Yo
devastado por lo que leía en el celular y por las decenas de patrullas y
ambulancias que pasaban una y otra vez rumbo al Centro.
Llegamos a Balderas, ya notando el cansancio. Logística
comenzó a recibir todavía más noticias de violencia y represión al frente. Se
detiene por completo el contingente “en lo que se evalúa la ruta”. Hubo
rechiflas por la urgencia, pero muchos se sentaron sobre el piso a esperar.
Pasados quizá 15 minutos, nos movimos hasta el cruce de
Morelos y Bucareli, frente al café La Habana. Al llegar ahí nos volvimos a
detener. Ya se sabía con seguridad que otras organizaciones sociales habían
declarado “falta de condiciones” para entrar.
Como por otros 20 minutos se mantuvo así, inmóvil pero
impacientes por respuestas. Hubo fricciones. No se llegaba a un acuerdo.
Finalmente se resolvió que como contingente no se avanzaría
más. Se llamó a disolver la manifestación ante las noticias de violencia y
represión. Unos lo hicieron ahí, otros regresaron a Balderas.
Un grupo de amigos y yo, sin embargo, decidimos ir a Juárez.
Queríamos convencernos de lo que estaba pasando.
Me embargaba una sensación de tristeza y horror por todo,
aunque no tenía certeza de lo que estaba pasando. En Twitter acusaban a
#YoSoy132 de todo, en particular al conflicto frente a Bellas Artes.
Cuando llegamos a Juárez, ya sin el contingente, estaba a
punto de quedarme sin pila. Sólo me dediqué a ser testigo de lo más que
pude.
No era tanto los vidrios rotos. Había una sensación de que lo
roto era algo más. Quizá la confianza, quizá la esperanza o la seguridad.
De todos los cajeros despedazados, el de Banamex tenía algo
distinto: alguien colocó maniquíes dentro de la sucursal, probablemente robados
de alguna tienda de ropa cercana. La imagen jugaba entre lo absurdo y el exceso.
Casi frente al Hilton, alcanzada por una alfombra extensísima
de pedazos de cristales, había sobre la calle una motocicleta carbonizada con un
líquido derramándose por un costado.
El museo de “Memoria y Tolerancia” que había albergado foros
de #YoSoy132 sobre el problema de migración y los desplazamientos forzados,
tenía una mancha de pintura en su letrero principal, como denunciando el
concepto de “tolerancia”.
Más adelante habían sillas de madera rotas sobre la banqueta.
Los papeles alrededor eran menús quemados del Wings de en frente. Los gabinetes
cercanos a las ventanas estaban negros, las mesas tiradas. Se notaba que habían
sido al menos 2 bombas.
Una par de señoras que estaban afuera, en medio de los
curiosos, intentaban guardar la calma. Una terminó por decir “¡cálmate ya! hay
que pagar la cuenta y vámonos por favor”.
Sobre la calle: más patrullas, más ambulancias. Helicópteros
sobrevolando.
Al fondo, sobre Madero, cientos de personas entre policías y
civiles
Nos decían algunos que no nos acercáramos, que estaban
deteniendo a quienes parecieran manifestantes. Luego un conocido nos dijo que en
realidad sólo detenían a quien se metiera en las acciones de “encapsulamiento”.
Alcancé a ver cómo funcionaba eso pues lo hicieron sobre las
escaleras de un edificio frente a la Torre Latinoamericana. Los policías
actuaban rápido tomando a puñados de civiles en un encierro de escudos.
Y digo “civiles” porque era cada vez menos posible
identificar quién se estaba manifestando, quién era violento o pacífico, quién
sólo iba pasando, quiénes sólo estaban observando, quiénes protestaban por la
violencia policial en el lugar, quién había intentado rescatar a alguien de los
abusos, quién había agredido a los policías, quién sólo se defendía, si eran
132, si era anarcos, estudiantes, jóvenes, viejos, nada.
Llegaron más patrullas de la policía del DF pero esta vez
vacías. Ambulancias comenzaban a estacionarse a los costados de la acera frente
al Sears de Bellas Artes. Una ronda más lista para ser utilizada.
En Twitter y en los medios, nos acusaban de todo esto a
nosotros. Incluso la gente que estaba ahí lo decía cuando pasaba, “pinches 132
están cabrones”, escuché.
–“Deberían matarlos a todos”-.
–“Ni los de Morena son así, esos nada más traen
machetes”-.
Rebasado y conmovido, pensé que no importaría cuánto
documentáramos esto. Habría una herida que ya no podría sanarse nunca.
Me sentí finalmente derrotado. Sintiendo vértigo ante el
cambio de época. Confundido, cansado y con el ánimo devastado me fui a mi casa.
De camino me enteré ya de los detenidos, poco a poco iría
siendo más claro todo, y a la vez, más preocupante.
En esas seis horas todos salimos siendo distintas personas:
llenas de agravios y con buena parte de la confianza perdida.
Seis horas en las que nunca volteé la mirada al reloj.
El traspaso de poderes se llevó a cabo entre el acoso de la
policía, la incertidumbre sobre provocadores e infiltrados, la violencia
desmedida que venía de todos lados, las detenciones arbitrarias, el fuego, las
balas de goma, las bombas molotov, las explosiones; el mensaje que se mandaba a
la sociedad civil más que a organizarse era de parálisis. Una trampa.
¿Quién ganaba en todo esto?, ¿quién había buscado que las
cosas fueran así?, me seguí preguntando a la vez que recordaba los días de mayo.
No lo sé aún, pero lo voy a saber.
Poner las piezas juntas, es el inicio de la historia.
foto de portada:Cuartoscuro
*Carlos Brito es quizá, uno de los más esclarecidos y esclarecedores militante del movimiento YO SOY #132. Se recoge en este escrito una muy sentida descripción de lo que fue aquel día en que Enrique Peña Nieto tomó el poder de manos del panismo decadente mientras en las calles se reprimía a los estudiantes como clara señal de intolerancia oficial. Se reproduce el texto sin afán de lucro, sólo con fines informativos.
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