JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Octubre de 2013
Menos
intensa que la primera parte, la continuación Tropa de Elite no tiene desperdicio.
No cabe duda que en su segunda entrega Jose Padilha amplió perspectivas e hizo
que su mirada apuntara más alto, hacia la perspectiva de conjunto y sobre todo
hacia esa parte institucional, gubernamental y política que utiliza al crimen
para hacer prevalecer sus intereses de poder. La violencia institucional con
todos sus amarres políticos hace empequeñecer a la violencia de los
narcotraficantes de Río, pues es capaz de cooptar con su “legitimidad” a medios
de comunicación, sectores enteros de la economía (legal e ilegal) y sustituir
–cuando así le conviene- a bandas criminales para que policías corruptos operen
en su lugar con todas las facilidades, y sobre todo con la “aprobación” de las
clases medias. Padilha nos ofrece su propia radiografía del Sistema, con sus engranajes, bandas de
transmisión, cilindros y motor, los cuales funcionan con armas, dinero y sangre
(inocente y no); en donde todas las piezas son sustituibles e incluso aquellas que
pretendidamente dirigen, pues el system no tiene centro gravitacional, es difuso en
su estructura (sectorizada y diferenciada) y omnipresente (funciona para todos
los niveles). Con lenguaje cinematográfico, excelente dirección, actuaciones
elocuentes y fotografía precisa, Padilha arma todo un alegato sociológico en
contra de la simulación del gobierno en un aspecto que lesiona a la sociedad
brasileña de su tiempo, la seguridad, que es utilizada por la clase política para subir o bajar
ministros, elegir legisladores o hacer posible la reelección de gobernadores.
En
esta ocasión nos encontramos al Coronel Roberto Nascimento (interpretado por
Wagner Moura) que ha vuelto al BOPE después de su divorcio, encabezando el
asalto a una prisión de alta seguridad en la que una de las narco-organizaciones
se ha amotinado, ayudada por “la milicia”, una sociedad secreta de policías en
activo que explotan el comercio de estupefacientes y el mercado negro en las
favelas. En medio de la refriega, emerge la figura de un defensor de los
derechos humanos, al que, por ironías crueles, la ex esposa del atormentado
Nascimento ha escogido como pareja sentimental. El defensor negocia una tregua
para el asalto a instancia de que los amafiados entreguen las armas y el
control del reclusorio a la dirección, pero una vez más el BOPE demuestra su
músculo y aplasta en sangre el motín manchando la camisa del ombudsman con
sangre del líder asesinado. El escándalo mediático no se hace esperar pero
lejos de ser dado de baja del servicio, es ascendido por “conveniencia
política” a la subdirección de inteligencia en el cual se alojan los
expedientes secretos de figuras públicas y no tan públicas de Rio de Janeiro.
Tres vuelcos inesperados tiene la historia que hasta ahí no cuenta algo
desconocido: la muerte de André (ex alumno y amigo de Nascimento en la BOPE),
el asesinato de una periodista que investiga los nexos entre el cinturón de
amigos del gobernador y “la milicia”, y, que el hijo del propio coronel
Nascimento es herido en un atentado dirigido por la mencionada “Milicia”. Esos
hechos revelan al flamante subsecretario de seguridad de Rió, el citado Roberto
Nascimento, un hecho incontrovertible: que los enemigos están en el mismo
gobierno para el que trabaja, y los cabecillas intelectuales son íntimos del
gobernador y que actúan bajo la férula de éste con el único propósito de
asegurar su reelección. Acostumbrado a combatir fuego con fuego el
subsecretario vuelve al uniforme “Calavera” y arma distintos dispositivos
tácticos para desactivar la estructura de la “Milicia” en todos sus niveles
comenzando por “los de arriba” y de ahí se precipita una vorágine nada
alentadora que da lecciones de miseria humana y fuerza…
El
carácter de la historia en esta segunda parte, tal vez dé para una tercera e
incluso una cuarta, aunque desde esta segunda parte Padilha nos anticipa un
pronóstico desalentador: el sistema no se destruye solo se reconfigura mediante
la selección natural de lo peor compitiendo con lo peor.
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