TRIAGE
EL
REALISMO INCÓMODO
DEL
CINEASTA SERBIO DANIS TANOVIC
BY JORGE
ANTONIO DÍAZ MIRANDA
SEPTIEMBRE DE 2012
Dos amigos, experimentados fotógrafos de guerra,
se internan en la región del Kurdistán (la inestable frontera que comparten
Turquía e Irak), para documentar el día a día de la guerra entre los kurdos y
el gobierno de Saddam Husein, justo antes de la primera guerra del Golfo. Pese
a su vínculo de amistad, Mark (Collin Farrell) y David tienen profundas
diferencias profesionales y de carácter que terminaran por alejarlos de forma
definitiva…Mark es ambicioso y busca cada día la foto del año, el prestigioso Politzer;
en cambio David está harto de tanta matanza, polvo y miseria innecesaria, que
se acumula en el campo de batalla. Las visiones de ambos amigos también son
distintas, mientras Mark se solaza en las heridas dejadas por las balas
expansivas, los rictus de dolor de cuerpos y rostros lastrados en tiempo real,
las ejecuciones en telones dantescos o el último aliento de los muertos y las
pilas de cadáveres que se exhiben a cielo abierto. David, en cambio, busca los
instantes fugaces de belleza que se dan cuando la tempestad de fuego amaina y
los rostros en su dolor vuelven a la
reflexión, la humanidad y el sosiego., cuando la interacción de los sujetos y
los objetos se fusionan con el paisaje en una pluralidad unificada de
perspectiva, sensibilidad estética y poética del espacio. Mark no sabe como parar su adicción a la
adrenalina. David quiere frenar y cambiar su vida. En medio de los dilemas de
semejante amistad, un médico en el bando de los partisanos kurdos, se encarga
de labores sanitarias, también de cancelar la vía del dolor por la vía del
asesinato humanitario. Nada como esa labor para declarar el infierno en la
tierra: En una guerra despiadada donde no hay ni herido ni prisioneros, las
consideraciones humanitarias son de primerísimo orden, incluso contra la
hipocresía común de asegurar la vida sea cual sea el precio. En medio de un
sueño de bombas de racimo, gases químicos y el fragor de minas antipersonales,
los amigos se separan y toman senderos distintos. Horas, días, meses o
eternidades más tarde, Mark es recogido por la milicia kurda que acompaña, está
herido con esquirlas de metal que penetraron su cráneo. Su carácter se vuelve
inestable, su vigilia y su sueño se convierten en una sola pesadilla de
imágenes fragmentadas de ríos turbulentos, fuego y racimos de sangre que brotan
incontenibles de alguna una fuente inespecífica. Alucinaciones, ansiedad,
irritabilidad, depresión y fatiga que evocan TBI y síndrome de estrés
postraumático, padecimientos que afectan a soldados, periodistas y civiles
expuestos a la guerra. La contusión cerebral ha cambiado la conducta de Mark,
que al regresar a su casa e incorporarse a su vida social, se vuelve evasivo y
distante. No puede responder a las preguntas de su esposa y tampoco a las de su
amiga que pregunta insistentemente por su marido David, el amigo de Mark, que
ya se demoró en “regresar”. Una ayuda inesperada llega al veterano fotógrafo en
las alas de un psiquiatra especializado en at6ender a los militares retirados
del franquismo, responsables de asesinatos en masa de civiles en España, y responsables directos de la actualización
de la leyenda negra en aquel país. La soberbia interpretación de Christopher
Lee no puede ser más elocuente, más impactante, más directa: la reconstrucción
de los hechos que hará con el fotógrafo herido a través de sutiles test
psicológicos, desiderativos y dispositivos de proyección emocional, revelarán
la penosa realidad hasta el final… Sin duda, el director Danis Tanovic,
conocido mundialmente por su film No Man´s Land, vuelve a mostrar su talento
con el tema preferido por él, de hombres en el límite extremo de tensiones
sociales y dilemas morales insalvables, llevados a la ruina por los vientos de
la guerra, y a la miseria por su propia ambición y desmesura. Película
recomendable en todo sentido por las vertientes que ofrece, y los senderos que
amplifica el corazón en las tinieblas, tal cual cómo lo concibieran escritores de
la talla de Joseph Conrad, Celine o incluso Ernst Jünger. Es decir, la vivencia
de la guerra no como épica heroica y sí como barbarie inútil, dolor,
humillación, deshumanización y sufrimiento.
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