EL SISMO DE 1985 EN MÉXICO
29 AÑOS DE ESTADO AUSENTE
Segunda parte
JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Septiembre de 2014
JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Septiembre de 2014
¡Ya no dios mío, ya no¡
Oficialmente la tragedia
no fue para tanto. Sólo seiscientos muertos, fueron los reconocidos por la
contabilidad institucional. Hubo enormes daños estructurales a edificios recién
construidos por el INFONAVIT, pero los archivos de los dictámenes técnicos que
establecieron las causas, en su mayoría vinculadas con defectos estructurales y
uso de materiales deficientes, se resguardan como secreto para los próximos
cincuenta años. El PRI y el gobierno montaron un operativo furtivo para borrar
conciencias, pagar silencios y ocultar responsabilidades. El sistema activó el
capitalismo de cuates y compadrazgos para garantizar que la impunidad se mantuviera
como un privilegio de clase. El PRI se pone a las órdenes del presidente junto
con toda su estructura caciquil: CNC, CROC, CNOP, CTM y los sindicatos charros
como el SNTE, SME y PEMEX, y el frente juvenil revolucionario, principalmente,
elaboran una declaración conjunta para cerrar filas y marchar juntos en el
acuerdo político que respalde cualquier medida de control Estatal. Una reunión
en la residencia oficial de los pinos, en octubre de 1985, entre el secretario
de gobernación y empresarios del ramo de la construcción sirve para pactar
complicidades y continuar con la obtención de contratos multimillonarios para
la reconstrucción. Ahí mismo, la confederación patronal de México, la cámara de
comercio y la comisión bancaria, presionan al presidente para abreviar trámites
y activar los fondos federales del organismo para la Renovación Habitacional
Popular, transfiriendo su bolsa de recursos, valuada en 130 mil millones de
pesos, a las cuentas fideicomisadas por empresarios del sector de la construcción,
que reclamaron derechos de exclusividad para los contratos en la fabricación de
40, 000 y 60, 000 viviendas nuevas. Por su parte los banqueros también presionan
para que las instituciones de crédito administren la cuenta concentradora de créditos populares
para la obtención de una casa, valuada en una bolsa de 600 mil millones de
pesos. El reparto del botín se negoció oscuramente en las altas esferas de la
política y la economía.
Oficialmente la
solidaridad y la organización popular no existieron nunca. Sólo robos, saqueos,
abuso de la masa de pobres que se volcaron a las calles para despojar
cadáveres, saquear casas derruidas,
desprender muebles de baño, asaltar tiendas de autoservicio, pepenar, robar
muebles y electrodomésticos, comerciar con el infortunio urbano, introducir el
desorden, desafiar a la policía y
estorbar al ejército en el despliegue de su plan DN-III. En la reunión de
evaluación de daños, celebrada el 21 de
septiembre, el secretario de la Defensa Nacional recomienda al presidente de la
república instaurar medidas de excepción como el toque de queda para hacerse
con el control de la situación e imponer el orden. Pero nadie pudo apoyar tal
moción, pues era evidente que la estructura de gobierno estaba rebasada por la
magnitud del siniestro y los medios internacionales de comunicación informaban
sobre la solidaridad anónima de la gente a pesar de que la tragedia continuaba
en las calles. Si bien el cuadro de destrucción era dantesco, como si roedores
gigantes hubiesen desgarrado los cimientos de calles y edificios para que la
tierra se tragara a todos, la gente respondió rápidamente con una gestión
eficiente y una división del trabajo bien organizada. Los vapores de la muerte
se elevaban a todo lo alto, decenas de personas eran rescatadas vivas, así como
cientos de cuerpos fueron recuperados para reconocimiento forense. La
gigantesca labor fue realizada por voluntarios que diariamente salían a las
calles para sumarse al esfuerzo colectivo. Plazas públicas y estadios se improvisaban
como morgues y anfiteatros. A pesar del
riesgo sanitario y el peligro de epidemias, la gente salió a las calles
haciendo caso omiso de la propaganda de
desinformación que el gobierno había montado con TELEVISA. La gente fue movida
por solidaridad con sus familiares, amigos, vecinos o conocidos. Los gritos que
surgían debajo de toneladas de escombro fue motivo para que las personas
improvisaran equipos de rescate o usando sus propias manos o formando cadenas
humanas, mientras comités vecinales o familiares organizaban y montaban comedores
públicos para los voluntarios y heridos. Fueron las clases populares las que
surgieron de todos lados para rescatar a sus connacionales: obreros,
campesinos, albañiles, estibadores, organilleros, boleros, macheteros,
cargadores, limpiaparabrisas, barrenderos, fontaneros, carpinteros,
comerciantes, curtidores estudiantes, jóvenes banda, desempleados, pensionados,
ayudantes, empajadores, artesanos, afiladores, zapateros, boleadores, torneros,
mecánicos, torteros, fritangueros, globeros, emigrantes recién llegados a la
ciudad de México, niños y niñas, mujeres y hombres trabajando hombro con hombro
para retirar los despojos. Enterradores y sepultureros trabajando horas extras,
meseros y cocineros, cantineros, fonderos, veladores, ambulantes, pajareros,
indigentes, trabajadoras sexuales, amas de casa, famullas, tejedoras,
hilanderas, costureras, obreras, vendedoras, secretarias, recepcionistas,
telefonistas, etc.
¡No estamos solos, no
estamos solos, únete pueblo, cuenta con nosotros, contamos contigo¡
Quiero insistir en que
fueron las clases populares las primeras en responder y las últimas en
retirarse a pesar del asedio del ejército, la intimidación y la execrable
corrupción que la policía metropolitana traficaba para inculpar a vecinos
testigos de sus tropelías. Poco tiempo después, se
sumaron universidades públicas y empresas privadas que complementaron las
labores de rescate. Porque la labor de los grupos de voluntarios no se limitó
sólo al rescate de heridos y cuerpos, sino también a la gestión de albergues
para más de un millón de damnificados que se quedaron sin hogar. Y en este
último y determinante aspecto también fue el pueblo quien se organizó de forma
eficiente para atender las necesidades básicas de techo, alimentación,
hidratación, vestido, calzado, salubridad, sanidad, sostenimiento de la salud y
continuación de la educación.
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