lunes, septiembre 15, 2014

FIESTAS PATRIAS: MITO NACIONALISTA DE LAS ELITES E IMPOSICIÓN DE LA DESMEMORIA



Fiestas Patrias
Mito Nacionalista de las Elites e
Imposición Oficial de la Desmemoria

By Jorge Antonio Díaz Miranda
Septiembre de 2014

Como pasa con casi todo el catálogo de festividades oficiales, las fiestas patrias no tienen nada que ver con la historia de México, tampoco con la supuesta identidad de los mexicanos, vamos, ni siquiera con la cultura popular. La supuesta memoria mexicana, impoluta e indivisible que en su tiempo reivindicaron como ideario nacional, gentes como Vicente Riva Palacio, José Vasconcelos, Samuel Ramos, Leopoldo Zea, Santiago Ramírez o el mismo Octavio Paz, y, que, más recientemente reeditaron con pompa bicentenaria Enrique Florescano, Fernando Benítez o Héctor Aguilar Camín,   en sus facetas de caciques omni-culturales o intelectuales orgánicos;   no es más que una entelequia cognitiva que se formuló para hacer coincidir un solo tipo de hermenéutica histórica –y no la mejor de todas- con la emergencia de una clase política arribista y ultra-conservadora que se aglutinó alrededor del Partido Revolucionario Institucional (PRI). La escalada elitista en el imaginario social –que no popular- siguió vías autoritarias para imponer una doxa peculiar, que dictaba desde el poder lo que está permitido celebrar. Se trata pues de la expresión interpretativa de élites que recortan una retícula mítica sobre la dialéctica histórica, para presentarse como los herederos de una éxomologesis autoconstruida y un ritual de reproducción sociológica que busca en última instancia la explotación chantajista de la renta ideológica, cuya estructura pontificadora se parece más a una franquicia comercial que a una representación social consensuada y admitida. De ahí su altanera selectividad y su renuencia a admitir la crítica que abre la historia desde su dialéctica meta-política. Dicho en clave antropológica, se trata de una construcción litúrgica en donde se lleva a cabo un acto de fe que no puede admitir duda o reserva. La propaganda política cuenta con el hecho del olvido de las masas y su impresionante sistema de recompensa: multiplica una mentira expresada con los términos más sencillos y es admitida como una verdad asociada a beneficios de corto plazo, como el pan y el circo que prodigaban al pueblo los emperadores romanos. La homilía celebratoria del oficialismo laico –sólo en el discurso-, quiere hacer olvidar que la independencia fue promovida por una élite criolla marginada por los españoles peninsulares, y que sólo fue posible por el relajamiento decimonónico en la administración colonial de los Habsburgo y el triunfo reformista de los ascendentes borbones que pusieron sobre la mesa un hecho incontrovertible: mantener a las colonias ya  no era redituable a menos de endeudar de forma insostenible a la casa real. De modo que la independencia se impuso desde arriba y utilizó como instrumento de propagación a un exaltado religioso para quien la participación del pueblo llano, conformado por mestizos, indios, mulatos y negros, era una obligación con dios antes que con cualquier expresión de clase, especificidad cultural o mejoramiento de condiciones materiales de existencia. Y fue convocada la participación del pueblo a través de las campanas de la iglesia,  significando que el movimiento estaba ligado a una misa y una homilía en la que se promulgaría la guerra santa para lograr sólo una jugosa materialidad administrativa. El conservadurismo y no la liberalidad representativa, fue lo que arengó a las masas. El movimiento estaba en manos de élites eclesiásticas y militares criollas, y, así se consumó hasta degenerar una vez más en risibles figurines de opereta que vieron llegar su turno para auto proclamarse ellos mismos emperadores: Agustín de Iturbide y Antonio López de Santa Anna. Otra vez una élite auto-citada en el devenir de la historia, antidemocrática, centralista y autoritaria. Tal como se ve desde este sucinto y condensado repaso histórico, el dilema finisecular del México de los siglos XIX, XX y lo que va del  XXI sigue reeditándose entre un poder centralista que se impone a todo y una parálisis popular que no sabe cómo quitárselo de encima. De ahí que las celebratorias oficiales no tengan nada que ver con la pluralidad cultural del país, ni con su realidad política o económica. Tiene que ver sólo con el dominio y el poder que detentan las élites. Tiene que ver con su unipersonal construcción mitológica. Tiene que ver con una impostación reticular que quiere hacerse pasar como objetividad del devenir histórico. Tiene que ver con explotar convenientemente los ritos de la “mexicanidad” para manipular eficazmente a las masas.
En la pura jaculatoria conservadora a-histórica, pueden encontrarse las claves de la simulación y las mentiras que se repiten a nauseam, para conculcar una identidad impostada en la que sólo tiene lugar el onanismo y la ebriedad. El opio del pueblo administrado a través de la propaganda ideológica que trata de convencernos -con una oscura  obsesión maniática-, de que México ya cambio y sus problemas y complejidad social han quedado resueltos a través de una cristalina y etérea lealtad a los símbolos. Con un grito que quiere significar otra cosa distinta de la verdadera independencia, tan lejano de cualquier libertad individual, social, política o económica y tan cercana al autoritarismo de los usos y costumbres y su aprovechamiento por parte de particulares que no están dispuestos a ceder ni un palmo de sus privilegios. Esto es lo que significan las fiestas patrias, a la luz de su expresión mítica, ritual y litúrgica: una vulgar voluntad de poder que nos quiere imponer la versión del derecho divino  de las clases privilegiadas de éste país, a un precio elevadísimo que tenemos que pagar porque nos hagan el favor de vivir entre nosotros como cleptocracia emperifollada y manirrota. 
Pero el lector incisivo y atento preguntará qué tienen que ver los criollos que encabezaron y se vieron beneficiados con el movimiento de independencia iniciado en 1810, los caudillos y sus cachorros beneficiarios de la revolución de 1910 y la clase política priísta que se enseñorea en nuestros días con un nefasto gesto dinástico; si cada uno de tales estratos emergen de condiciones sociales aparentemente distintas. Una clave de su vinculación y reciclaje histórico ya fue esbozada páginas más atrás al caracterizarlas como élites centralistas, monopólicas y autoritarias. Otros elementos característicos también han sido esbozados como el arribismo y la cleptocracia. Pero sobre lo último cabe insertar una adenda que complete su perfil simulador y ventajoso. No cabe duda que la base de operación de esta nueva casta de arribistas, en cada periodo histórico desde la colonia hasta la modernidad, ha sido la administración pública y la base material que apuntala su poder es la corrupción.
En la colonia los criollos son secretarios de primer nivel del poder peninsular, con vínculos estratégicos en la administración de los asuntos terrenales de la iglesia y el ejército. Sirven como vínculo de conveniencia y colaboración entre los pastores, los señores y los perros, según la ecúmene social del tardío medioevo novohispano. Ellos hacen las leyes y las ejecutan, administran los bienes de las encomiendas, hacen posible la expansión comercial y el acopio de los caudales, son la vanguardia del despojo de las tierras, el aniquilamiento de los últimos bastiones indígenas, del engrandecimiento de la tesorería seglar y eclesiástica cuando la inquisición posa sus garras sobre los sospechosos de judaísmo. Su riqueza proviene del óbolo castum  que imponen a los fugitivos o indiciados para no revelar dónde se esconden, o de posponer el ejercicio del brazo de la ley,  o de amortiguar con artilugios y simulaciones leguleyas la ejecución de la sentencia o llevar los bienes requisados al socorrido mercado negro que fundan con falsos edictos de procuración comercial. Son los criollos los que fundan el repertorio de modalidades de la corrupción, esclavista, industriosa, comercial, encomendera (explotación), jurídica, política, estructural, simuladora, económica, proxeneta, especulativa, religiosa, escatológica, pervertida, académica, vividora, panegírica, cómplice, encubridora, genuflexa, cleptocrática, mafiosa. De hecho el mayor mérito histórico de los criollos es haber institucionalizado la corrupción con una fachada legal, fundando el monopsonio del crimen organizado. El porfirismo es una extensión tardía de la corrupción criolla con todos sus efectos y alcances legales e ilegales, aunque con una expresión más descarnada, clasista, de exclusión, sometimiento, servidumbre o exterminio de minorías, sobre todo indígenas, con las que se suprime cualquier deuda moral.
El breve período del caudillismo revolucionario no puede cubrir la irrupción de masas agrarias, que aunque desarrapadas y desorganizadas introducen una ruptura momentánea en el ordo establecido, aunque con una huella más bien efímera que sirvió a los hijos de los generales para encumbrarlos a ellos en la palestra máxima de la política extractiva y padrotera. Los cachorros de la revolución son como los criollos, sobrevivientes de la convulsión social y los encargados de cobrar facturas por hazañas ajenas, los nuevos ricos que engordaron con el hambre de los desarrapados, comerciando con ello en refinados centros de poder, preferentemente situados en extranjía. El zafarrancho de la bola fue un golpe de suerte que eliminó a los radicales de uno y otro bando, violentos y desalmados sin ninguna visión real de transformación, sin un proyecto político trascendente o un plan de reinserción social hacia la vida democrática. Beodos de mecha corta que sólo querían solazarse de sus asaltos militares en cómodas haciendas de retiro. Pero los juniors no pensaban así. Esperaron y prosperaron. Almacenaron todo lo que pudieron y cada derrota en uno u otro bando, la capitalizaron para sus caudales particulares. La partida de Díaz en el Ipiranga, el asesinato de Madero, la aniquilación de los agraristas y la eliminación huertista para instalar un gobierno formal; fueron saludadas como nuevos repartos de botín y la redistribución de parcelas de poder. El control político derivado hizo emerger la figura de los caciques como dispositivos de contención social. Es con estos cabecillas rurales con lo que los cachorros de la revolución construyen las fuerzas vivas de su futuro partido aplanadora, verdaderos reservorios de base que les permitirán re-infiltrarse en todos los órdenes de gobierno, sobre todo el de la administración pública y los nacientes poderes de la unión, legislativo, judicial y ejecutivo. Los cacicazgos gremiales son la creación de la nueva clase política con la que cooptan a todos los sectores de la sociedad, agrarios, obreros, clase media, profesores, burócratas, licenciados, etc.  Las confederaciones restan fuerza y en algunos casos sustituyen a los nacientes sindicatos. La figura de los líderes es ensalzada por su influencia o contacto directo que sostienen con el titular de la presidencia de la república, su peso específico para provocar que el partido único salga triunfador en las elecciones de cada sexenio. Cada movimiento contestatario es absorbido por la gran capacidad mimética el sistema que se alimenta con la información de 27 corporaciones policiacas, un ejército perfectamente entrenado para sofocar la insurgencia interna y poderes del Estado alineados en torno de la figura del presidente. El humilde origen de los cachorros de la revolución no lo es tanto por las privaciones de su infancia sino precisamente por las actividades criminales de su generación inmediatamente anterior, que durante el estallido revolucionario y sus postrimería se desempeñaron como  abigeos, personeros, soplones, cuchilleros, truhanes, pícaros de la más baja calaña, estafadores, prestamistas, engañadores, falsos mendicantes, conspiradores, dobles agentes, pícaros de toda calaña, fanfarrones, ladrones, traficantes, falsos mesías, vendedores de mercaderías fantásticas, bucaneros, extorsionadores, sicarios, rurales, fantoches, policías o militares de alto rango, “científicos”, periodifastros, ventajeros áulicos, prestanombres, beatas y feligresía, nigromantes, profetas, falsos clérigos, charlatanes, tramposos, vagabundos, aventureros, filibusteros, perdularios, apátridas, perjuros, tahúres, mercenarios, malhechores, sodomitas rufianes, crápulas, bellacos, faramalleros, matones, golpeadores, proxenetas, buscones, trotamundos, prevaricadores, falsificadores de edictos oficiales, perdonavidas, gestores e intermediarios, licenciados sin estudios, improvisados doctores, ingenieros, doctores, oradores y escribanos, falsos profetas desterrados, lacrimosos aplastados por el peso de su gula, menesterosos deseosos de ser incluidos en el presupuesto, medrantes del erario público, amantes de la hacienda gubernamental, madrinas dispuestos a cualquier infamia, nuevos ricos con caserones de mal gusto y nula educación, rancheros broncos y capataces, caciques rapaces de la riqueza que se extrae de la miseria de los semejantes…
La última y más reciente transfiguración de los cachorros de la revolución, es la de los tecnócratas que hacen de la economía un objeto sacro con nuevos dogmas como la estabilidad de la banda monetaria de flotación y el repunte de los indicadores macroeconómicos. El endeudamiento del país y su venta conforman los dos mandamientos de su grey. Modernidad sin un real cambio histórico, maquillaje para los problemas del país y la separación de la realidad del país a través de una burbuja de aduladores,  es la receta tripartita perfecta de su acontecer cotidiano. Aunque, como antaño, el saqueo del erario siga siendo su meta sexenal y su bono de retiro. Como en los días de Venustiano Carranza que puso de moda la carranceada como un tópico  del folclor político, los tecnócratas huyen del país estableciendo una sana distancia de impunidad. La summa cum laude sin embargo no reside en esa conversión gubernamental de funcionarios de alta burocracia en CEO´s pujadores de multinacionales. La magia está en la continuidad del envilecimiento de todos los aspectos vinculantes de la sociedad a través de la socialización del burdel y la aceptación del intercambio desigual de los favores del poder. El tráfico de favores carnales y en metálico permea todos los órdenes de la administración pública, la conformación  de los poderes de la unión y la relación entre estos, los intereses de clase, los altos negocios, la meleé sincrética de la banqueros con las políticas económicas y su gobierno paralelo asentado en el gobernador del banco de México. La prostitución de la ciudadanía requiere despersonalización y cosificación de los determinantes culturales y políticos, por lo mismo, para las élites todo se reduce a una cauda de alfombras humanas que sirven como postín de caja chica para contrarrestar las estafas entre ellos, o cuando los grandes saqueadores del mundo deciden parar la economía con fraudes cibernéticos. La vieja receta de privatizar las ganancias y hacer públicas las pérdidas es el resumen condensado de la infamia y la pequeñez extractiva. Los tecnócratas se alejan volando de lo popular y del populismo pero no renuncian, al igual que los criollos de la independencia y sus abuelos los cachorros de la revolución, al mito de los símbolos patrios y la impostación de la desmemoria. Como aquellos, imponen, prescriben, mandatan el guión mítico que han probado desde 1830, año de nacimiento del rito y los símbolos patrios, en una sucesión y recapitulación de bajezas y crimen sin castigo que se antojan interminables. Son ellos los que a lo largo de la historia pasada y reciente, quieren tener amarrados los asuntos de los hombres tanto en el cielo como en la tierra, en una teología nacionalista que admite como próceres a pederastas, encubridores, delincuentes y vividores  profesionales. Son ellos, los protagonistas de la gran comilona, del teatro de la simulación, de la opereta, los proxenetas del putero nacional. Los mismos que alimentan el ritual de lo idéntico para no gobernar por el bien de las mayorías. Los que simulan para no rendir cuentas y seguir gastando el erario con alegre opacidad. Corruptos y corruptores, envilecedores de la más baja estofa, ostentadores cínicos del kisch  y el bluff, en la república mexicana de las fuerzas vivas que se venden al mejor postor. El país de jauja donde todo lo que tiene un precio es barato. El país de la riqueza insultante que no se cuenta, se pesa. La diferencia entre jodidos y poderosos es que unos cuentan sus quintos y los segundos los pesan con balancines de oro.                                               

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