lunes, septiembre 22, 2014

EL SISMO DE 1985 EN MÉXICO (SEGUNDA PARTE)



EL SISMO DE 1985 EN MÉXICO
29 AÑOS DE ESTADO AUSENTE
Segunda parte

JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Septiembre de 2014

¡Ya no dios mío, ya no¡
Oficialmente la tragedia no fue para tanto. Sólo seiscientos muertos, fueron los reconocidos por la contabilidad institucional. Hubo enormes daños estructurales a edificios recién construidos por el INFONAVIT, pero los archivos de los dictámenes técnicos que establecieron las causas, en su mayoría vinculadas con defectos estructurales y uso de materiales deficientes, se resguardan como secreto para los próximos cincuenta años. El PRI y el gobierno montaron un operativo furtivo para borrar conciencias, pagar silencios y ocultar responsabilidades. El sistema activó el capitalismo de cuates y compadrazgos para garantizar que la impunidad se mantuviera como un privilegio de clase. El PRI se pone a las órdenes del presidente junto con toda su estructura caciquil: CNC, CROC, CNOP, CTM y los sindicatos charros como el SNTE, SME y PEMEX, y el frente juvenil revolucionario, principalmente, elaboran una declaración conjunta para cerrar filas y marchar juntos en el acuerdo político que respalde cualquier medida de control Estatal. Una reunión en la residencia oficial de los pinos, en octubre de 1985, entre el secretario de gobernación y empresarios del ramo de la construcción sirve para pactar complicidades y continuar con la obtención de contratos multimillonarios para la reconstrucción. Ahí mismo, la confederación patronal de México, la cámara de comercio y la comisión bancaria, presionan al presidente para abreviar trámites y activar los fondos federales del organismo para la Renovación Habitacional Popular, transfiriendo su bolsa de recursos, valuada en 130 mil millones de pesos, a las cuentas fideicomisadas por empresarios del sector de la construcción, que reclamaron derechos de exclusividad para los contratos en la fabricación de 40, 000 y 60, 000 viviendas nuevas. Por su parte los banqueros también presionan para que las instituciones de crédito administren  la cuenta concentradora de créditos populares para la obtención de una casa, valuada en una bolsa de 600 mil millones de pesos. El reparto del botín se negoció oscuramente en las altas esferas de la política y la economía. 

Oficialmente la solidaridad y la organización popular no existieron nunca. Sólo robos, saqueos, abuso de la masa de pobres que se volcaron a las calles para despojar cadáveres, saquear  casas derruidas, desprender muebles de baño, asaltar tiendas de autoservicio, pepenar, robar muebles y electrodomésticos, comerciar con el infortunio urbano, introducir el desorden,  desafiar a la policía y estorbar al ejército en el despliegue de su plan DN-III. En la reunión de evaluación de daños, celebrada el  21 de septiembre, el secretario de la Defensa Nacional recomienda al presidente de la república instaurar medidas de excepción como el toque de queda para hacerse con el control de la situación e imponer el orden. Pero nadie pudo apoyar tal moción, pues era evidente que la estructura de gobierno estaba rebasada por la magnitud del siniestro y los medios internacionales de comunicación informaban sobre la solidaridad anónima de la gente a pesar de que la tragedia continuaba en las calles. Si bien el cuadro de destrucción era dantesco, como si roedores gigantes hubiesen desgarrado los cimientos de calles y edificios para que la tierra se tragara a todos, la gente respondió rápidamente con una gestión eficiente y una división del trabajo bien organizada. Los vapores de la muerte se elevaban a todo lo alto, decenas de personas eran rescatadas vivas, así como cientos de cuerpos fueron recuperados para reconocimiento forense. La gigantesca labor fue realizada por voluntarios que diariamente salían a las calles para sumarse al esfuerzo colectivo. Plazas públicas y estadios se improvisaban como morgues y anfiteatros.  A pesar del riesgo sanitario y el peligro de epidemias, la gente salió a las calles haciendo  caso omiso de la propaganda de desinformación que el gobierno había montado con TELEVISA. La gente fue movida por solidaridad con sus familiares, amigos, vecinos o conocidos. Los gritos que surgían debajo de toneladas de escombro fue motivo para que las personas improvisaran equipos de rescate o usando sus propias manos o formando cadenas humanas, mientras comités vecinales o familiares organizaban y montaban comedores públicos para los voluntarios y heridos. Fueron las clases populares las que surgieron de todos lados para rescatar a sus connacionales: obreros, campesinos, albañiles, estibadores, organilleros, boleros, macheteros, cargadores, limpiaparabrisas, barrenderos, fontaneros, carpinteros, comerciantes, curtidores estudiantes, jóvenes banda, desempleados, pensionados, ayudantes, empajadores, artesanos, afiladores, zapateros, boleadores, torneros, mecánicos, torteros, fritangueros, globeros, emigrantes recién llegados a la ciudad de México, niños y niñas, mujeres y hombres trabajando hombro con hombro para retirar los despojos. Enterradores y sepultureros trabajando horas extras, meseros y cocineros, cantineros, fonderos, veladores, ambulantes, pajareros, indigentes, trabajadoras sexuales, amas de casa, famullas, tejedoras, hilanderas, costureras, obreras, vendedoras, secretarias, recepcionistas, telefonistas, etc.

¡No estamos solos, no estamos solos, únete pueblo, cuenta con nosotros, contamos contigo¡

Quiero insistir en que fueron las clases populares las primeras en responder y las últimas en retirarse a pesar del asedio del ejército, la intimidación y la execrable corrupción que la policía metropolitana traficaba para inculpar a vecinos testigos de sus tropelías. Poco tiempo después, se sumaron universidades públicas y empresas privadas que complementaron las labores de rescate. Porque la labor de los grupos de voluntarios no se limitó sólo al rescate de heridos y cuerpos, sino también a la gestión de albergues para más de un millón de damnificados que se quedaron sin hogar. Y en este último y determinante aspecto también fue el pueblo quien se organizó de forma eficiente para atender las necesidades básicas de techo, alimentación, hidratación, vestido, calzado, salubridad, sanidad, sostenimiento de la salud y continuación de la educación. 


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