miércoles, mayo 06, 2009

LAS RAZONES DEL SOSPECHOSISMO

LAS RAZONES DEL SOSPECHOSISMO BY JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA MAYO : 2009
En todo el mundo se pueden rastrear pifias gubernamentales cometidas en situaciones de urgencia máxima, ya sea por desastres naturales, epidemias, guerras, atentados terroristas, etc., que ocultan, minimizan, niegan la gravedad de los sucesos que están sucediendo en tiempo real y que a la postre han cobrado elevados costos sociales en vidas humanas y secuelas varias que lesionan, fracturan, hieren el tejido social, sobre todo en los sectores más desprotegidos. Por ejemplo la tragedia de Chernovil en 1991 en la ex Unión Soviética donde el gobierno actúo de una manera irresponsable al ocultar la magnitud de la tragedia y no desalojar a más de 35 mil habitantes de la ciudad de Pripiat afectados por la radiación en una medida que rebasa en miles de veces los estándares internacionales permitidos, y cuyas secuelas siguen afectando a más de 20 años del epicentro trágico. Otro ejemplo lo constituye el caso de la gripe aviar en China, que fue negada durante meses hasta que los sistemas de salud fueron desbordados y el gobierno admitió al fin el vergonzoso ocultamiento. Por último pero no menos importante es el cometido por el gobierno de los Estados Unidos exhibido en su inoperancia con el Huracán Catrina, que hizo pedazos a la ciudad de New Orleans, primero por no tomar acciones preventivas y luego, posterior al desastre, dejar en el abandono, por motivos racistas, a miles de ciudadanos a los que les llegó ayuda de manera tardía. Estos tres ejemplos de la historia reciente, quedarían registrados como paradigmas de omisión intencional repartida a partes iguales entre los poderes político y económico, coludidos para ocultar la magnitud de los desastres sanitarios y evadir su responsabilidad social. En México contamos también con un voluminoso expediente de intervenciones tardías por omisión intencional, donde las razones científicas han sido y son devaluadas a costa del peso de lo político que a su vez, está subsumido por poderes facticos que concentran ni más ni menos que las riendas económicas de este país de desigualdades. Lo anterior ha sido un patrón de comportamiento gubernamental en el sentido de un abandono declarado de sus obligaciones sociales en situaciones extremas, sobre todo a partir de la irrupción de la técno-burocracia en 1988 con el comienzo del salinato. Las tragedias de San Juanico en 1984, el sismo de 1985, la tragedia del huracán Gilberto en las costas de Guerrero y Oaxaca en 1988, constituyen buenos ejemplos de intervenciones ineficientes del Estado, además de ocultamiento polìtico, mentiras, minimización y fraude de supuestas ayudas que nunca llegaron a los lugares y las personas que la necesitaban. Ante semejantes dislates gubernamentales es difícil que desaparezca del imaginario social en México la desconfianza, la sospecha o teorías diversas de la conspiración, todo lo cual es reforzado por evidencias cuantitativa o cualitativa reales, que ilustran las formas del fraude, la mentira, la coacción, la politiquería, el cinismo, la concerta-cesión, el cochupo, la colusión, el desvío de fondos y la redistribución de parcelas de poder cuando ruedan las cabezas de turco, pero sobre todo, la impunidad de los principales del gobierno, incluyendo al presidente, que eluden con fueros y voto de silencio transexenal cualquier responsabilidad de tipo civil o judicial. Los innombrables por ejemplo forman parte de este imaginario de la sospecha: Miguel de la Madrid con su supuesta austeridad republicana aunque con desvíos de recursos que servirían para los damnificados del sismo de 1987; Carlos Salinas de Gortari con los asesinatos de su sexenio y el saqueo de fondos públicos destinados al combate a la pobreza, que operó en el último año de su gobierno; Ernesto Zedillo y el corrupto sistema de rescate bancario denominado FOBAPROA; Vicente Fox y Martita con sus escándalos de dilapidación y prácticas fraudulentas de los hijos de la Sahagún. Y así, con esa cultura de la sospecha, llegamos hasta el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, que inició con la sombra del fraude electoral[1] 0.56% y el TRIFE negando la posibilidad del recuento de los votos. Pero luego vinieron otras cosas que siguieron acumulando evidencia a favor de la desconfianza y la sospecha. Por ejemplo las extrañas condiciones, que aún no han sido debidamente aclaradas, en que murió Juan Camilo Mouriño, ex Secretario de Gobernación, y la trama de corrupción que hay detrás del “fallo” del Lear Jet. O la guerra contra el narcotráfico que el gobierno pierde en términos de no poder frenar la violencia, ni el trasiego de drogas, ni las fabulosas ganancias de los traficantes que ha publicitado FORBES. O el diagnóstico del secretario Carstens sobre el catarrito que para él significaba la crisis mundial que ha golpeado ni más ni menos que a las economías más fuertes del mundo, con recesión, desempleo y nulo crecimiento. O la complicidad manifiesta que el presidente Calderón ha demostrado con funcionarios de su gabinete como Carlos Telles, ligado a intereses transnacionales como el Carlyle Group. Con todo lo citado en el párrafo anterior, ¿tendrán razón los ciudadanos en sospechar de la versión oficial, según la cual, el gobierno calderónico ha actuado responsablemente ante la crisis sanitaria de la influenza porcina?, Me parece que sí. Y la evidencia se acumula día tras día con los tropiezos conceptuales, estadísticos y metodológicos que el Secretario de Salud Córdova exhibe, además de su limitada capacidad comunicativa. Las deficiencias y deformaciones conceptuales que el gobierno federal ha exhibido en esta emergencia sanitaria son enormes, si lo contrastamos con los datos duros de la crisis que padece todo el sector de salud pública en México, agudizada desde Ernesto Zedillo, profundizada por Vicente Fox y ahora continuada por Felipe Calderón, en una lógica de desmantelamiento de la infraestructura estatal o abandono de los sectores sociales más desprotegidos. Porque el epicentro de la epidemia de influenza porcina no está en la falta de higiene de los ciudadanos, está más bien en el abandono del sector salud y la eliminación de los programas preventivos y educativos, la devaluación de la atención clínica, las reducciones presupuestales para la construcción de nuevos laboratorios, la negativa a ampliar el número de clínicas, etc, etc, etc. Si bien es cierto que la evidencia científica a nivel mundial señala la emergencia de un nuevo tipo de virus (por las capacidades que los virus poseen de recombinación y mutabilidad), también es cierto que un país estará en mejores condiciones de prevenir, contener y mitigar cualquier epidemia si su sistema de salud posee las mejores condiciones funcionales. Por supuesto que la crisis del sector salud no es únicamente responsabilidad del presidente Felipe Calderón, se trata de un efecto de acumulación de los sexenios anteriores, de políticas sin conocimiento, pésima conducción y criminal reducción presupuestaria, que atentan contra la salud en general del pueblo mexicano.
De modo que, las sospechas y dudas que corren en estos tiempos por la red, en el sentido de una emergencia sanitaria provocada, tienen fundamento en la historia reciente y actual, en el sentido de que el gobierno hizo una intervención tardía, emplea la iatrogenia informativa, formula en pánico paliativos de simulación como el cubre bocas, minimiza y oculta las dimensiones de la epidemia, y, utiliza a los mass media para el control social. Sin dejar de mencionar la “conveniencia” de estos desastres sanitarios en vista de las cercanas elecciones intermedias, las cuales, representan un rico filón estratégico que dinamizará o inmovilizará el sexenio de Felipe Calderón, dependiendo de la fuerza que logré colocar en la siguiente legislatura.

Notas

[1] Cuyos antecedentes fueron las ilegitimas intervenciones del Estado (confirmado meses después cuando Calderón ya era presidente en funciones, por el egocéntrico Vicente Fox) y del Consejo Coordinador empresarial unidos en la campaña de odio y difamación en contra de Andrés Manuel López Obrador, además de la manipulación de las bases de datos del padrón electoral que fue facilitado al cuñado de Calderón, Hildebrando quien rasuró selectivamente a votantes de distritos electorales proclives al candidato del PRD.

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