jueves, octubre 23, 2008

EL HIJO DE LA NOVIA

By JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA 2008
La Argentina post histórica sigue siendo palpitante. El error de los historiadores reside en testificar los grandes acontecimientos, olvidando lo trascendental, es decir, el proceso vivo de forjar el alma de una nación desde la gente común que, día tras día, reinventa, refunda, reinaugura el vetusto edificio del imaginario colectivo. Argentina es sobreviviente a toda la fauna variopinta de políticos que la saquean cualquier año. Dice Fito Paéz que, como un Narciso redivivo, la nación argentina se gesta tras haber devorado sus propias inmundicias. Menos mal que Buenos Aires y Rosario y Salta y el Chaco y Misiones y Santa Fe… vayan desalojando de sus egos las fútiles mistificaciones psicoanalistas, permitiéndole a los instintos el ejercicio de sus legítimos derechos incendiarios. En el vértigo de la vida el abismo es algo seguro: “Ya sabés che, la entrada al carrusel es gratis, la salida vemos”. Mientras el lento juego de luces transcurre y el reloj de plastilina se derrite con el fuego de los días y sus adjuntos desencantos. Pero en las calles sigue el tango de los desheredados, de los hijos de Yocasta, de los pelotudos abortos de Elektra o de Dioniso que necesitan luchar y aferrarse para ser alguien en la bronca del laburo, cada día de toda una vida cagada, subiendo y bajando del subte. Viviendo, creciendo, envejeciendo y muriendo en el corazón del barrio. Cada argentino, decía Jorge Luis Borges, ”es un territorio imaginario inexpugnable, rotundo, cerrado”. Por su parte Charly García -que cada vez más consulta los atajos psico-mágicos en el espejo heroinómano de su huidiza personalidad-, está de acuerdo con Borges y dice que: “el barrio imaginario rotundo y cerrado es el ego”. Pero no obstante el demasiado culo de los argentinos para sobreponerse con soberbia a las boludeses de los hinchapelotas proxenetas que los gobiernan, como los Alfonsín, Menem o De la Rúa., el bonaerense ostenta en su testa el dudoso título de campeón puteado sin corona, como el Lou Bizarro de Andrés Calamaro. Y este campeón que se aferra a las cuerdas, nutre su natural propensión bohemia con sueños ebrios de largarse a la mierda. Volviendo a los instintos, después de erradicar las inútiles reminiscencias imperiales de los cagones peninsulares-mariquitas rioplatenses porteños, el sino de la patria albiceleste se extiende a sus anchas, admitiendo que al menos por una vez se vale el Edipo, la vendetta y las regresiones. Porque eso es la vida, un ir y venir como la marea. Sí bien lo único seguro es que no saldremos vivos de esta vida, entonces valdría la pena vivir combatiendo hasta el último aliento, hasta que el cuerpo se quede deshabitado de deseos. Tal vez esto sea el AMOR. Las mayúsculas quieren denotar esta palabra como una sola categoría que engloba, sin posibilidad de contradicción, amistad, erotismo, odio, pasión, problemas, divorcio, unión, desilusión, renovación, espiritualidad, y todos los estados combinatorios de estas cualidades. El amor, es decir, la mayor paradoja del mundo, la mayor mentira, el mayor fraude, la razón última para instalar la muerte; es, con todo, la única sal conocida para pasar el tiempo a pesar del caño del azar sobre nuestra sien, la vejes y la soledad que nos asaltaran cualquier día de primavera u otoño. La candela que brilla con el doble de intensidad se consume más rápido, desde luego, pero tal vez, consuelo magro, sea mejor arder que consumirse, desesperar que esperar, perderse y volverse a encontrar en vez de quedarse en el mismo camino, errar hasta que la última gavilla de minutos se agote y sobrevenga la eternidad… El hijo de la novia es un tratado sociológico-contemporáneo del desencanto, que no trata de ocultar las dificultades de la vida, ni las miserias cotidianas, ni las eternas contradicciones humanas, ni la falta de sentido que nuestras acciones racionales guardan en vista del final de la vida (que por naturaleza será profundamente depresiva). La onda expansiva de nuestros diarios furores no para la herencia de cosas inútiles con sus añadidos patéticos de auto justificaciones. Aquí, los hijos no tienen siempre la razón, ni tampoco tenemos porque aceptar tácitamente que todo lo harán mejor que las generaciones que les anteceden. Quizá los padres transfieran a sus hijos algunos miedos, pero lo que definitivamente no podrán trasladar serán sus aciertos ni tampoco sus errores. Ni la forma de entender al mundo…La brecha generacional siempre existirá como un mecanismo biológico que activará los mecanismos de la creatividad para sobrevivir. Desde luego que lo último no evitará la guerra entre padres e hijos, el fuego cruzado de anatemas, prejuicios, colisiones y acusaciones; y no obstante, llegará el día de un reencuentro inter generacional desde le evocación común de un pasado fantasmagórico que ya no volverá. Cuántas veces soñamos en la vida que volvemos a los caminos felices de la infancia. Cuántas veces en la vida, los padres soñamos con la infancia de nuestros hijos. En estas dos acciones de constructivas, nuestros cerebros – y aquí especulo- procesan la certeza incomprensible de la brevedad de la existencia, y con ello perdemos el último rasgo de cordura: lo que enloquece no es la duda. La infancia como espejo de lo perdido en la adultez, la adultez como espejo de la ausencia en la infancia. El reencuentro generacional siempre operará en las fronteras de lo inefable, cuando los padres se van y los hijos se quedan con los fragmentos de la ausencia. Las enfermedades nos humanizan pues nos enseñan sin cortapisa la fragilidad y sobre todo la finitud del alma. Aunque también nos ilustran lo contrario: mientras siga palpitando un corazón que gobierne las riendas vitales de una mente vacía, seguirá latente la posibilidad del amor, de la expresión, de la llama, del vértigo, de la intensidad, del salto al vacío. Qué importa el futuro si el mañana sólo es una promesa. Qué importancia tiene responder por el sentido de la vida, si la tesitura de un beso puede extasiarte. Si un hermoso culo femenino es capaz de despertarte al deseo de vivir. Si una mina es capaz de voltear tu rigidez hasta destornillar toda la locura acumulada de años de ostracismo. Qué conque tu amigo quiera comerle el coño a tu mujer. Qué con que tu ex se halla fugado con un vejete. Qué si descubres un día todo lo pendejo que has sido por no querer prestar atención a lo que tu hija, desde su compasivo amor, te viene diciendo desde hace tiempo. Qué si tus viejos quieren volverse a casar… La vida es el caos, y el caos puede ser bondadoso o siniestro, persecutorio o cómplice, flexible o rígido, asfixiante o aerobio, traicionero como una ola o tan directo en su ataque como un infarto. La discusión no es entre vivir y no vivir. La discusión es entre vivir y cómo hacerlo cada día, revitalizado de seguir hasta el final poniendo por delante la curiosidad. La discusión no está entre la cautela o la tragedia, sino en lo que haremos cuando todo salga mal: quien se derrumba después de una caída es un humilde esclavo de la pantomima., y quien cae muchas veces y se levanta, será un sobreviviente que se ha despojado con humor de las fumarolas del Yo. Todo lo anterior es la propuesta del dramatis personae que arma el extraordinario elenco de esta producción cinematográfica, felizmente argentina.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esto es mucho más que una reseña sobre el film ¿Qué se puede añadir a tu comentario estético y neuro-psico-sociologico? Pues casi nada.
Sólo una común mortal como yo, puede percibir –por medio de esta película- que en la infamia del amor, hay también mucha ternura, la misma que a su tiempo me movía para darle un “sentido” (perverso) a un “demente senil”. Me parecía que el hacerlo, me permitía superar la diatriba provocada en mi propia y efímera lucha por conservar, día a día, lo que –hoy por hoy-, llamo “amor”.
No nos queda más que cantar como lo hace Zucchero Fornaciari: “miserere… misera me …pero, brindo a la vida”. Cosí sia.
Ciao,
Marina Julia.