lunes, abril 28, 2008

EN UN AMANECER DE ABRIL...







EN UN AMANECER DE ABRIL



JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
(2008)













Uno.



La noche se rompió en una lluvia de lágrimas oscuras. Hacia frío. Habíamos caminado incontables leguas y ahora nos acinabamos en un recodo del camino del que se levantaban árboles altísimos. Yo no quería insistir en continuar nuestra camino sino hasta ver en lo alto de la colina por dónde seguiríamos. Yo no estaba seguro de nada, y a según Marcial andábamos cerca de San Gabriel y que llegaríamos ahí en una hora si seguíamos por el rumbo de los arrayanes bordeando la sinuosa montaña. Antes del amanecer se había escuchado el paso de algunos caballos y su relincho, ocho cuando menos, que pasaron de largo sin detenerse con sus jinetes vestidos de negro y embozados como bandidos. Pero el padre José nos dijo que no pasaría nada, que ese era el uso de aquel lugar... "No recuerdo este lugar, no sé dónde estamos, allá está el camino de los arrayanes pero se juntan pastos altos y arbustos y árboles extraños que salen al paso. Las mujeres y los niños no podrán pasar. No me acuerdo, no me acuerdo." Eso dijo Juvencio y la verdad usted sabe que nos urge llegar a San Gabriel pues solo nos quedan mendrugos y agua amarga. Mi mujer está enferma y mi chámaco no ha querido comer. Dicen que ya nos perdimos. La verdad es que no se qué más hacer si ya Dios nos abandonó. Hace mucho tiempo que la esperanza se fue de estas tierras.


Dos.



Herminio ya no regresó a su casa. Me lo encontré en una de las calles de la capital. Casi ni lo reconocí. Me acuerdo de él porque siempre subía al cerro solo y ahí se quedaba por días enteros. ¿Te acuerdas? siempre en abril yendo y viniendo de aquí hacía allá, hablando con alguien que nadie veía, llamando a sus parientes fallecidos, rondando los lindes del cementerio cerca de la tumba de su mujer y su hija. Hace poco regresó Jacinto, su hijo mayor, que se fue de bracero. Llegó a la casa de su padre y no encontró a nadie, ante él había una casa desvencijada, graneros vacíos y animales famélicos que se estaban muriendo. Nadie pudo darle razones, y el día de San Pedro llevó una corona de flores para su madre y su hermanita. Una mañana se fue para la capital dizque a buscar a su padre y ya no regresó más. Le pregunté a Herminio de su hijo y no me dijo nada, de pronto se fue con sus cansados ojos llenos de lágrimas.



Tres.



El capitán llegó con su tropa al pueblo de Pochutla. Preguntaban por Camilo el cantinero y Pedro González el de Nogales. Venían muy enmuinados los soldados y peor el capitán, para todo gritaban, para todo mandaban y decían palabrotas. El domingo muy temprano los soldados se fueron a meter a la casa de la Mercedes tirando puertas, rompiendo ventanas, sacando de las greñas a hombres y mujeres, y asustando a los niños que lloraban a gritos. Le pegaron a Manuel y luego se lo llevaron al monte. Los soldados le iban diciendo mientras le pegaban que le iban a partir la madre por guerrillero. No sé decirle nada más. Yo no sé nada. Sólo le digo lo que Mercedes me contó. Ella sigue llorando y no sabe de su marido. Los de Río Hondo dicen que mataron a Manuel en la sierra junto con otros tres que nadie conoce. Desde entonces usted ya sabe que la Mercedes se volvió loca y ahora anda penando sola allá en el monte pelado.


Cuatro.



Duermete. Descansa. Ya va a amanecer. Necesitas dormir. Cierra los ojos. Sueña. No te preocupes. Todo pasará. Dios proveerá reposo y olvido. Hazme caso Martín, llevas muchas noches sin dormir. Apaciguate. No hay nadie. No hay nada. A quién le hablas. Quién te habla a ti. Qué escuchas. Qué miras. A dónde dices que vas. Duermete muchaho. Ya no hay lugar a dónde ir. Ya no hay nadie a quien buscar. Ya no hay nadie a quien enterrar. Hazme caso Martín duerme ya. Hoy la luna se levantó con un color rojo de pura maldad. Si te sorprende por el camino, con los muchos días de desvelo que llevas, se robará tu alma y nunca más podrás dormir de nuevo. Hazme caso Martín. Hazme caso.



Cinco.



La enterramos a las cinco de la tarde. Era muy bonita. Se llamaba Gabriela. Tenía quince años. Ahí en la sordida caja de madera estaba acostada, arropada por su bonito vestido de quinceañera. La despidieron con música de Juventino Rosas, Sobre las olas. Que una tarde se la llevaron muy enferma y a los dos días regresó con su pobre cuerpo alojado en una caja negra. Siempre pasaba por esta calle y se asomaba a la ventana. Le gustaba mirar a Marcio cuando se sentaba al piano y tocaba. Su cara era muy bonita, chapeada, redonda, de rasgos finos y una mirada como si estuviera soñando. Su voz un trino leve de pájaros. Siempre andaba vestida con los colores de la primavera. Todos estamos tristes. Hasta el sacristán luce un gesto gris de ceniza y remordimiento. Tal vez usted tenga razón. Tal vez Dios no conozca la compasión. Tal vez él sea tan egoísta que un buen día se llevará también a mi hija y al hijo de usted por puro capricho...


Seis.



Comenzó cuando se desplomó la cúpula de la iglesia sobre las abuelas rezanderas que esa mañana fría de viernes santo recordaban la crucifixión. Ese día el cielo era gris y comenzó para nosotros la inquietud y sobre todo la extrañeza de un día que no fue y una noche que llegó y ya no se fue. Alguien habló de un terror que se anidaba en el bosque. Otros hablaron de que las montañas estaban perturbadas. En las grandes aguas del mar algo siniestro se agitaba. Y desde el Este una sombra se acercaba difundiendo un hálito putrefacto. Las tierras de cultivo se iban secando. El desierto comenzó de pronto a tragar plantas, animales y gente. Muchos murieron entonces de hambre, de enfermedad o de tristeza. Los jóvenes comenzaron a irse. Los viejos permanecieron pero nada podían hacer. Las calle, antes bulliciosas por las ferias que pasaban por el pueblo, lucían en los nuevos y oscuros días desiertas. San José quedó convertido en un extenso y desolado páramo yermo. El padre Juan se marchó al igual que los principales, los señores de las haciendas, sus criados, el maestro de la escuela. Las calles y plazas se deterioraban rápidamente. Los hierbajos invadían los adoquines y el polvo se acumulaba en techos y muros. En esos días de temor la gente se moría tocada por un mal extraño que comenzaba en abril y terminaba entre junio y agosto: en el rostro de las personas aparecía una mancha roja y los poseían fiebres altas, luego, deshidratados, en agonía, se la pasaban una semana viendo cosas desaparecidas, animales fantásticos y gente muerta. Otros se recuperaban pero perdían la facultad del sueño, vagaban por lugares escondidos, alejados, recónditos y volvían a sus casas con una mirada de locos en llamas. Nadie volvería. Esa fue la tercera y definitiva muerte de San José de los Cañaverales, de eso hace más de cuarenta años. Hoy nadie recuerda nada, ni siquiera en sueños.




Siete.


Tengo en los ojos el destello del mar. Sé lo que te digo Bonifacio, yo puedo ver los días que están lejanos de nuestro tiempo, los días por venir, los días en que tu y yo no despertaremos más al sol. A veces cuando me duermo siento que mi cuerpo es ligero, me levanto y vuelo, ¡vuelo Bonifacio¡, aunque en las alturas sienta miedo de caer y romperme los huesos. Yo veo gente que no conozco. Veo gente que está por nacer. Los veo y hablo con ellos y a veces ellos también me hablan. Te digo Bonifacio que yo veo lejos, otra tierra que no será la nuestra. Otro cielo luminoso y estrellado. Respiro otro aire...escucho los gritos del silencio. Siento el vacío de las palabras. Huelo el miedo. Siento arder en mi piel la sal de las lágrimas. A veces hablo con el Diablo. A veces veo seres de tiempos pasados pululando por las calles, visitando los lugares donde estaban sus casas, aztecas tristes e hidalgos españoles desarraigados repentinamente de este mundo por la guadaña de la muerte. ¡Veo mi muerte Bonifacio y no sé qué hacer¡. Veo una casa, estoy en ella, ahí está un amigo que murió hace años y yo lo encuentro y platicamos. Cuando quiero salir de esa casa ya no puedo y de pronto estoy acostado como en una cama, pero no es una cama, es un lugar estrecho, como una caja donde yacen los muertos, porque yo estoy muerto, y encima de mi siento el peso aplastante de la tierra humedecida por las lluvias de junio, pero no siento, no escucho, no huelo, no respiro, solo llega a mi una sensación vaga, como un cosquilleo por todo el cuerpo que me hiere la piel y me la arranca a pedazos.


Ocho.




Algo pasa. Te siento lejos y tan cerca. Si escucho tu voz pero como un rumor que se aleja. Siento tu presencia pero no te veo...lo único que veo con nítidez es tu sombra. Ya no siento la pesadez de respirar ni tampoco me duele más mi enfermo corazón. Pero me inquieta esta ceguera de luz. Recuerdo las mañanas de abril cuando mi cuerpo y el tuyo se juntaban por el frío que bajaba de las montañas...recuerdo la fragancia de jazmin de tus cabellos, la dulzura de tus labios, la furia ciega de tu pasión, el breve temblor de tu piel. Asi era, sí, asi era hace tanto. Tengo sueño. Tengo Frío. No puedo dormir. Adentro me corre un viento gélido de cementerio que me inmoviliza. Quiero gritar y no puedo. La voz se queda detenida. No me obedecen las palabras. Siento como si las palabras ya no fueran mías... Te siento cerca y lejos. Algo pasa. Si escucho tu voz pero como si fuera un rumor que va desvaneciéndose. Recuerdo abril. Siento como si estas pabras ya no fueran mías.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya leí tu cuento, es un relato misterioso, triste, dónde se confunde el tiempo y los hechos parecen desligados e incoherentes…como un sueño, sin embargo, todos están vinculados entrelazados por la soledad, el hambre, el recuerdo, el vacío, el desaliento, la fatalidad, la locura o la muerte. Es el recuerdo o la vivencia de la destrucción. Nada parece exagerado, convence porque el que relata (porque creo que es un solo sujeto) se expresa tan sencillo que parece indudable y le admites sus sueños, lo que recuerda, lo que ve, lo que siente. Todo parece un sueño o la agonía de la muerte en un amanecer de abril, no sé, te deja perdido en el tiempo. Me recuerda mucho el llano en llamas y Pedro Paramo y creo que lo hace más interesante su presentación en episodios, los mejor logrados, para mí, son el 1, 4, 7 y 8.

Mi sugerencia de siempre (parezco maestra de primaria…lo siento) es que lo revices porque creo tiene algunos errores menores sobre todo el 1: Hacia (hacía) frío. Habíamos caminado incontables leguas y ahora nos acinabamos (perdona mi ignorancia, pero creo es hacinábamos) en un recodo del camino del que se levantaban árboles altísimos. Yo no quería insistir en continuar nuestra (nuestro) camino sino hasta ver en lo alto de la colina por dónde seguiríamos. La verdad es que no se (con acento) qué más hacer si ya Dios nos abandonó. Y en el 6: Las calle, antes bulliciosas por las ferias que pasaban por el pueblo.

El 3 no me gusta en esta parte: Venían muy enmuinados los soldados y peor el capitán, para todo gritaban, para todo mandaban y decían palabrotas. Es repetitivo para tu elocuencia. En fin, lo reeleré y te daré otros comentarios.