PAGARON POR OTROS...*
“Mi gobierno mantendrá la lucha contra los
criminales hasta su último día, porque estoy convencido de que así, México vivirá
mejor” Presidente Felipe Calderón
Hinojosa, 2012.
I.
Eran las seis de la tarde cuando llegaron, pero no imaginábamos lo que pasaría
más tarde… En días anteriores habíamos visto esa camioneta estacionada frente a
la casa de los vecinos. Pero la verdad, es que no supimos sino hasta más tarde
por qué o para qué se estacionaban ahí... Hemos sepultado a todos, cinco
adultos y dos niños. Pero del muchacho por el que esos tipos preguntaban con
insistencia no sabemos nada, ni siquiera se presentó al funeral. La verdad
nadie sabe nada, aquí nos dedicamos al campo oiga, todo el día trabajando de
una parcela a otra con las grandes trilladoras que trajeron los del municipio.
En la mañana mandamos a la escuela a los hijos y luego, enviamos el almuerzo a
los señores. Después nos vamos a buscar leña y bajamos hasta el río por agua.
Regresamos y tenemos más trabajo, atizar el fuego, moler, preparar las
tortillas y la comida, esperar que los hombres y los hijos regresen, para
atenderlos. Antes de ese día nada pasaba en este pueblo, hasta que comenzaron a
aparecer esos hombres por el rumbo de la montaña. Primero, bajaban en
camionetas de redilas. Iban por las calles principales del pueblo y a luego se
iban. Como que buscaban algo y sólo se quedaban mirando a las gentes. Luego
vinieron más y se quedaban cerca de la casa, de esa casa que le digo. El lunes
por la tarde, llegó una camioneta lujosa con cuatro hombres que cubrían su
rostro con pasamontañas, igual que guerrilleros, de esos que don Flavio vio
alguna vez allá donde el vado hondo. Preguntaron a algunos por el muchacho y
Cirilo les dijo que estaba en su casa, porque a esa hora todos los hombres ya habían vuelto del campo y
a ese por el que preguntaban, lo habían visto en la parcela de don Celso, por
la mañana. Entonces, esos hombres se dirigieron a la casa y ahí hablaron con el
hermano. Él les dijo que Sabino se había marchado del pueblo. Nada dijeron esos
hombres y partieron otra vez por el rumbo de la montaña. Cuando se alejaron el
hermano entró a la casa y vimos que cerraron ventanas, cortinas y atrancaron las
puertas del tecorral. Esa noche ya no prendieron las luces de la casa. Después,
en la madrugada, vino del río un aire frío y una neblina tan densa, que era
difícil ver a unos pasos. Mi comadre me dice que los perros estuvieron muy
inquietos y que el viento traía voces…y que de vez en vez, se veían unos como
naguales, como espectros en pena que iban y venían dentro de la casa de los
vecinos. Pero yo no escuché nada, me dormí inquieta, pero al final me dormí.
Abrí los ojos de pronto, por ruidos que parecían provenir del pasillo, Agustín,
mi hijo mayor, platicaba con mi nieto, y luego escuché que se levantaban. Alguien
tocaba la puerta y escuché que Agustín contestaba desde dentro y luego abría.
Martín también se había despertado, y ya se levantaba cuando mi nieto vino a
llamarme a gritos para que saliera de la cama. Yo salí toda asustada a la calle
donde había más gente. Ahí, en la entrada de la casa de los vecinos, estaba un
cuerpo amarrado con un hoyo enorme en la cabeza, era el cuerpo de Cirilo. La
gente comenzó a juntarse, las campanas de la iglesia repicaron, con la llamada
de alarma, con la llamada de auxilio. La puerta de madera del tecorral de la casa, había sido arrancada y estaba
hecha pedazos. Entonces, algunos decidieron entrar para saber qué había pasado.
Yo fui tras ellos, tratando de atajar a mi nieto para que regresara a nuestra
casa. Más lo que vimos dentro nos dejó a todos fulminados con una visión del
infierno. Don Rufino y su esposa estaban tirados en el patio debajo de las
higueras. Mario, el hermano de Sabino, estaba dentro, junto a su esposa,
encobijados y con heridas en el pecho que parecían flores sangrientas. Pero lo
más terrible; eran los cuerpecitos de los dos niños, colgados en las trabes de
la junquera, ahí donde don Rufino guardaba los arreos y las sillas de los
caballos. Yo me negué a ver esos pobres cuerpecitos masacrados. Pero mi comadre,
después me contó que costaba trabajo olvidar la saña con que fueron mancillados,
mutilados, torturado, quemados; pobres almas que nunca tendrán descanso, porque
lo último que vieron sus desventuradas vidas fue cómo mataban a sus abuelos y a
sus padres, y que luego ya desamparados; esos malditos los tomaron uno a
uno…para hacerles esa porquería. Pobres niños que apenas vivían y que nada
debían, niño y niña que fueron arrancados del sueño de juegos y bonitas fantasías
para ser tragados por un remolino de furia que no tuvo temor de dios.
II. Eso pasó aquí. Fue antes del día de muertos.
El alguacil vino y dio parte a las autoridades municipales, pero en lugar de
enviar a sus policías, el alcalde envío a federales que venían en una caravana
de al menos siete camionetas. Con ellos llegaron hombres con batas de doctor
que tomaron fotografías de la casa, de los cuerpos; ellos fueron los que
bajaron a los niño y a luego se fueron dejando a todos los difuntos apilados en
el patio de la casa. Entonces el
alguacil pidió ayuda para organizarles un funeral y enterrarlos al otro día muy
temprano. La misa de difuntos fue como a eso de las nueve. Pero el padrecito ni
se presentó, en su lugar unas señoras dirigieron los rezos y con permiso del
altar tomaron agua bendita de la pila para rociarla sobre las cajas; sobre todo
la de los pequeños niños que ya nunca volverán a despertar a la luz del mundo.
Vinieron gentes de muchos lugares, del valle, de la montaña, del llano, de los
vados, de las peñas, del embalse, de las laguna; todos en una caravana
sufriente cargando un campo de flores y veladoras. Las únicas coronas fueron
para los niños que encabezaban la fila de féretros que iban hacia el
camposanto. Pasamos por la que fue su casa y ahí nos detuvimos un rato para que
se despidieran. Una señora les trajo a los difuntos un sahumerio y esparció el
humo perfumado del copal para bendecirlos a la manera de la gente grande. No
hubo música como en otras ocasiones, solo silencio y sollozos de algunas
personas que nos acordamos de cómo los encontramos. En la cripta familiar
depositamos a todos. Nos dio tanta lástima dejar hasta abajo a los niños y por
ello, los pusimos en los niveles superiores. Pusimos ahí todas sus ropitas, y
los juguetes que encontramos guardados en una lata, las muñecas y los carritos
para que ayudaran a los dos angelitos a encontrar su camino al cielo. Al
terminar de cubrir con tierra la cripta, cayó la lluvia y pensé dentro de mí,
que en aquella casa ya no habría nadie para escucharla...
Eso fue lo que pasó aquí y así se lo digo señor,
para que usted lo cuente y la gente sepa de la tragedia de Sabino y su familia.
* La historia contada aquí es
real. Sólo los nombres de los personajes y las referencias geográficas fueron cambiados
para proteger la identidad de los informantes. Las autoridades locales y
estatales del lugar cerraron el caso de
la familia asesinada, por “falta de pruebas”. Pese a que todos los indicios apuntaban
al delito de homicidio perpetrado por bandas criminales que emplearon fusiles
semiautomáticos de balas expansivas. Las investigaciones se detuvieron en
diciembre de 2011 y los asesinatos fueron cargados a la cuenta del combate a
los criminales por parte del gobierno federal y “el enfrentamiento que
distintas células tienen dentro de la zona por el control de la plaza”. La
persona a quien buscaban los hombres con pasamontañas, apareció semanas más
tarde en “el camino del Llano”, ahorcado y con señales de tortura, asesinado al
menos un día antes que su –supuesta- familia. La investigación de su caso también
fue archivada sin que autoridad alguna se haya dado por enterada de la
tragedia. Un mes después de los hechos narrados, el ayudante municipal junto con
su familia, salieron del pueblo rumbo a los Estados Unidos. Los alguaciles
locales renunciaron a su cargo y la policía municipal ya no hace pie en el
poblado de 1200 habitantes. El centro de salud rural también cerró sus
instalaciones y la doctora se fue, alegando que temía por su vida. Solo
permanecen una enfermera y una auxiliar voluntaria que no quisieron abandonar
el lugar y que ahora atienden dentro de las instalaciones de “La Casa de Cultura
Comunitaria”. Ellas se encargan de proporcionar consulta médica, cuidar a los
enfermos y administrarles medicinas. Las escuelas primaria y secundaria siguen
su ciclo escolar de forma normal, pero con tan solo la mitad de sus estudiantes
pues muchas familias han huido del lugar. Las camionetas siguen bajando del
rumbo de la montaña y ahora son “ellos” los que imponen el “orden” a cualquier
precio. De vez en vez, se ven aeronaves que surcan los cielos, “siempre vienen
desde el sur y descienden allá en el valle”. Desde entonces ya nadie va por ese
rumbo “pues en las noches se escuchan estruendos, se miran destellos y los
cerros retumban con rugidos…”
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