lunes, noviembre 26, 2007

ADOLF LOOS


ADOLF LOOS
LA ARQUITECTURA DE LA UTILIDAD[1]

JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA(MÉXICO, 2007)

Los historiadores no suelen vacilar a la hora de aceptar que la modernidad tiene una fecha y un lugar de nacimiento, se trata del año 1900 y de Viena, en esa época, capital del imperio austro húngaro. Muchas de las ideas filosóficas, artísticas, arquitectónicas y literarias se elevaban sobre el gastado barco decimonónico -en que la monarquía se había estacionado para ya no evolucionar- como ráfagas de una tormenta que anunciaba el fin del imperio, la guerra cercana y el nuevo orden político-social que se agitaban desde el oeste sobre el vasto horizonte cultural de Europa. Heinrich Kulka (1931) señala que a finales del siglo XIX las ideas arquitectónicas estaban desfasadas y obsoletas, prevalecía una concepción que privilegiaba los ornamentos y los signos sobre la función y la simpleza simbólica, pues tal era la manera en que el emperador y su corte pretendían detener el curso del tiempo y cristalizar la gloria en una imagen eterna de un inmenso daguerrotipo. En efecto, la Kultur predominante miraba al pasado, sus ideas románticas, premodernas y preindustriales requerían de la “belleza” artificiosas hasta en el más nimio de los detalles, cubiertos, cortinas y alfileres detentaban tantos ornamentos que se convertían en evidencia inmediata del rango social y el honor, el espacio de los edificios, las calles, las plazas y los monumentos eran signos distintivos de poder y gobierno acorde con los inflamados espíritus prusianos y magiar.
La antípoda del conservadurismo habsbúrgico fue el movimiento renovador que se gesta alrededor de figuras intelectuales de la época como Hugo Von Hofmannsthal, Arthur Schnitzler, Hermann Bahr, Peter Altenberg y Karl Grau. Dicho movimiento se caracteriza por su escepticismo, disposición crítica y pretensión renovacionista. Sin embargo Loos y Kraus –que desarrollarían una amistad profunda y rica en puntos de vista compartidos- no tardarían en separarse del todo de esta corriente crítica para desarrollar y profundizar sus propias ideas, aún más radicales.
Loos desde la arquitectura, pugna por un abandono de la educación ostentosamente artística que se difundía en los politécnicos de Viena, a favor de dotar de una concepción más funcional, pragmática y tecnológica el diseño de espacios, la interacción de objetos, la constitución del horizonte y la configuración de interiores. Loos argumenta positivamente en pro de la intervención y en contra de la sobre representación. El 18 de noviembre de 1897 y con ocasión de la exposición navideña del museo de Austria, amplió aún más los puntos de vista ya citados, hacia una concepción funcional de la tecnología en el diseño de espacios donde esté perfectamente separado toda pretensión artística de la utilidad, desarrollando para éste último sus fundamentos desde un marco de referencia evolutiva del progreso cultural. En el fondo de su alegato podemos encontrar las reminiscencias de un debate originado en Francia hacia mediados del siglo XIX, sobre el arte y la imitación, la artificialidad y la naturaleza, la involución y la adaptabilidad, lo rural y lo urbano, la tradición y la modernidad, el espíritu libertario y el anacrónico estilo anquilosado de la burguesía.
Otros de los aspectos más interesantes del pensamiento de Loos, fue la introducción de la dimensión ética en la Arquitectura. En este aspecto la consonancia entre Kraus y Loos es más que evidente, pues ambos eligieron a la ética como sustento de sus acciones personales, y con ello enjuiciaron el arte imperante como falto de originalidad, efectista, impostado, ortopédico y vacío. Para Loos en especial, la unidad entre personalidad y obra artística, constituye un imperativo categórico de la creación dimensionado desde la ética.. En 1908 Loos cierra su concepción con la publicación de una serie de ocho artículos donde condensa su concepción tecnológica-funcional y donde reiteraba su posición dialéctica, es decir, su creencia en el progreso cultural en el marco del devenir histórico.
Kurt Lustenberger nos sugiere dimensionar todas estas interesantes ideas en el período de transición que inicia en el año 1900, en que la ciudad de Viena adquiría nuevas necesidades de adaptación hacia un uso público intensivo, que implicaba por primera en la historia de la capital del imperio planificar, diseñar y redimensionar espacios, redistribuir construcciones, y dejar atrás las defensas y murallones que rodeaban la metrópoli desde la época feudal. La cesión de las defensas de Viena para uso público -hecho que se produjo más tarde que en otras ciudades importantes de Europa- proporcionó la oportunidad de incorporar un extenso espacio libre en el centro de la ciudad dentro de un plan moderno de expansión urbana. Después de varios retrocesos y obstáculos generados desde la milicia, la monumental edificación absolutista fue demeritada por planes orientados a la construcción de edificios que fuesen, preferentemente, la expresión del gobierno constitucionalista y de una cultura ilustrada. Un símbolo de la radical transición fue la construcción, en ese espacio reservado para desfiles militares, de una universidad, un ayuntamiento y una sala parlamentaria. Sin embargo estás modificaciones se llevaron a cabo con la ornamentación acostumbrada y en un estilo pomposo que para nada tenía que ver con la nueva orientación moderna. Este hecho unió más las concepciones de Kraus y Loos hacia un diagnóstico frontal de decadencia de la vida social y política del imperio, donde la simulación, la burocracia y la marcialidad sustituyen a la realidad en un perverso ciclo de culto al yo. En este extenso diagnóstico, Loos pugna por separar a la arquitectura del inventario de las bellas artes, porque esta disciplina en particular cumple con un cometido que rebasa la frontera de todo sistema estético. La proporción, el equilibrio, la mesura ornamental, la funcionalidad del espacio, la simplicidad, el minimalismo, la economía en los materiales, la eficiencia, la sencillez, constituyen los fundamentos de la concepción arquitectónica de Adolf Loos, que se orienta en última instancia hacia una cuidada articulación de la circulación vertical y horizontal a través de la edificación, y la agregación de la misma a las transiciones entre los espacios, con una constancia armónica y mesurada. El Adolf Loos que emerge del libro de Kurt Lustemberger sigue siendo, enigmático y evanescente. Sin embargo, como señala el mismo Lustenberger, la posteridad fue en su conjunto más comprensible y justa con este arquitecto vienés al reconocer hallazgos significativos en la concepción del espacio urbano desde la funcionalidad, la tecnología y la prospectiva. Loos lego a la posteridad, entre muchos legados arquitectónicos, el Edificio Michaelerplatz y el hermoso interior del Café Museum, ambos asentados en Viena.


Libros relacionados

Jeannine Fiedler & Peter Feirabend (Eds.) Bauhaus, Edit. Kônemann.


Notas

[1] Kurt Lustenberger (1995) Adolf Loos, Trad. Santiago Castán, Editorial Gustavo Gili S.A,


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