lunes, septiembre 26, 2011

MIRADA REFLEXIVA HACIA LA EDAD MEDIA DESDE JEAN MARKALE



MIRADA REFLEXIVA HACIA LA EDAD MEDIA
DESDE JEAN MARKALE[1]

JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA[2]
22 de septiembre de 2011

Or est laches, chetis et moiz,
Vieux, convoiteus et mal parlant;
Je ne voy que foles et folz…
La fin s’aproche, en verité…
Tout va mal…[3]
Eustache Deschamps
Oeuvres complêtes.

Las turbulencias que marcaron en todos los terrenos, lo que se ha dado en llamar el año mil, provocaron el cuestionamiento de toda la sociedad occidental cristiana, sin por ello poner en duda el principio fundamental que le anima, la famosa ley de los tres órdenes, que no es sino la vieja distribución tri-funcional de los indoeuropeos.

A partir del siglo XI, una Europa nueva e irreconocible, despierta de las noches de pesadilla del año mil, una Europa que apenas comienza a integrar las distintas aportaciones de su larga gestación en una síntesis que se hará cada vez más armoniosa antes de esterilizarse a finales de la edad media, precisamente por la usurpación llevada por la Iglesia Romana en los campos de la espiritualidad y del saber. Del siglo XI a finales del siglo XIII, se produce una fantástica revolución, una revolución en el un sentido de re fundación y retorno al punto de partida, y no como en la acepción moderna de cambio de orientación.  Ese período es también conocido como la época del amor cortés,  que Jean Markale denomina el <<fin’amor>>, al menos a la parte de ese período en que ese amor cortés se manifiesta en la vida espiritual, intelectual y especulativa tanto como en la vida literaria, que es la única que nos ha dejado huellas duraderas y ricas en significados. Pero estos registros y huellas son en realidad la cima del iceberg, y es probable que una vez que los estudiosos saquen a la luz la parte sumergida, muchas de las ideas que sobre la edad media hemos heredado, como cánones inamovibles o parcelas doctrinarias de un saber sintético pero incompleto, sean cuestionadas y abandonadas.

Por otra parte, si la expresión “edad media” es una cómoda designación para dar cuenta del período que va de la caída teórica del imperio romano hasta la Reforma, se trata sólo de un hito cronológico. Está constituido por tantos períodos distintos, contradictorios incluso, que sería inútil querer convertirlos en una totalidad organizada y estructurada de modo coherente. Hay tantas edad media como tentativas para explicar el mundo y el ser humano en función de las múltiples interpretaciones que de ellos habían dado las civilizaciones anteriores, tanto las que podemos clasificar como indígenas, “bárbaras” por lo tanto, como las que fueron implantadas, de buen grado o a la fuerza, en los países que constituyen la Europa occidental.

Si la importancia de la latinidad –siendo el término preferible al de romanidad- es absolutamente innegable, debe reconocerse, sin embargo, que esta latinidad no es el único componente de lo que está construyéndose. Y eso a pesar de que el cliché ideológico defina a la Europa Occidental como latina frente a la Europa oriental, que es griega. Cierto es que la lengua latina, directa o indirectamente, y en especial “por la vía de la religión”, está en una posición dominante, en situación de “hegemonía” incluso. Pero supone olvidar que la lengua latina introducida en la Galia era lo que los lingüistas denominan bajo latín, es decir, latín clásico muy evolucionado y “pervertido” por diversas influencias. Supone olvidar, también, que la latinidad abarca un basto conjunto que no sería lo que es sin su componente helénico. Bien sabemos que la civilización romana del Imperio no tiene ya nada que ver con la del primitivo Lacio: sería, pues, más justo hablar de <>. Y, además, no deberíamos desdeñar la aportación del Próximo Oriente a la Roma Imperial. Estos datos ponen en relieve el uso ideológico de la idea simplista del supuesto toral de la ecúmene Imperial romana, matriz y cerebro de la Europa feudal, dueña del mundo, de las artes, de la filosofía, del Derecho y de la civilización en general. A decir verdad, los únicos que pretenden ser herederos de la Roma Imperial son los papas y emperadores, y por consiguiente, todos los que ocupan un peldaño cualquiera en la estructura emplazada por la autoridad imperial y la autoridad pontificia. Pero esta usurpación es un abuso de poder y un abuso de confianza, empleado, en el caso de la Iglesia romana, para justificar el poder político y mundano del solio pontificio (apoyado por los obispos y cardenales), como siglos después demostraría el movimiento de Reforma.

Con la ayuda de la confusión, el cristianismo suele ser colocado en la latinidad. Excesiva precipitación. Solo de forma contextual, el cristianismo es responsable, en gran parte, sobre todo en Francia, de la victoria de la lengua latina sobre otras lenguas, pero el cristianismo es, a fin de cuentas, algo distinto de una ideología latina: el apelativo de Iglesia católica romana, justificado por la importancia que en ello tuvieron y siguen teniendo los cuadros políticos romanos, oculta realidades mucho más complejas y claramente heterogéneas. Jean Markale hace una profunda observación a este respecto: “no debe desdeñarse… de que el cristianismo naciera bajo control romano, en un medio judaico muy influido por la civilización helenística y teñido, de modo indeleble, por las doctrinas neoplatónicas”, después de haber transitado todo por la Grecia helenística antes de encallar en una Roma minada ya interiormente, tanto por el ateísmo triunfante como por las religiones mistéricas, especialmente por los cultos orientales. Por consiguiente, no podemos atribuir con claridad la parte correspondiente de responsabilidad a unos y a otros, en esta operación de alquimia socio-cultural.

La edad media no sería lo que es sin la <>. Y es doble: continental, por los francos y los distintos pueblos llamados “bárbaros”[4] entre quienes los visigodos son los más notables, e insular y escandinava, por la oleada más tardía, de hombres del norte. Modificando profundamente las estructuras originales del Imperio romano, u ocupando esas estructuras, los germanos provocaron una evolución cuya profundidad sigue, a menudo, sin sospecharse, y cuyas huellas son visibles aún hoy en todos los países de la Europa Occidental.

A ello se añade la <>. Presentados como conquistadores y como destructores de la fe cristiana, aquellos a quienes solía denominarse entonces como sarracenos son, sin embargo, civilizadores, al igual que los demás pueblos. Y si la civilización musulmana es una síntesis entre distintos elementos tomados del paso de los discípulos de Mahoma, no deja por ello de constituir una gran abertura a un mundo hasta entonces desconocido, una considerable aportación, también, en el campo del pensamiento filosófico, del arte, de las tradiciones llamadas esotéricas o herméticas. Y a partir del siglo XI, esta influencia es especialmente sensible en las regiones mediterráneas: la península ibérica es, en efecto, una encrucijada donde se encuentran, se codean y finalmente, confraternizan los musulmanes, los judíos y los cristianos. De esta confrontación nacerá en parte la civilización al-andaluz, una de las genuinas épocas de oro de la historia de España. Y es entonces conveniente no desdeñar posibles arquetipos mediterráneos en la formación del amor cortés y de la refinada literatura que lo manifiesta.

Existe, por último, un elemento que tiende a desdeñarse demasiado, porque es el más antiguo, el más sutilmente discreto, por no decir secreto: el elemento céltico. La mayor parte de la Europa occidental fue invadida y limpiamente colonizada, durante las dos edades de hierro, por los pueblos de lengua céltica y, sobre todo en ciertas regiones, como las Galias del Este (considerada, sin embargo, como germánica), la Armórica, el macizo Central, Gran Bretaña, las huellas de la presencia de los celtas están muy lejos de haber desaparecido: muy al contrario, todo parece indicar que las subestructuras célticas no están en absoluto arruinadas en el siglo XI y que constituyen, incluso, el fundamento de todo lo que se construye.

Deben recordarse todos estos datos arriba esbozados si se desea comprender cómo y por qué, durante el siglo XI, apareció un nuevo modo de plantear el problema de las relaciones entre los hombres y mujeres, estando estas relaciones estrechamente vinculadas a especulaciones intelectuales y espirituales.


[1] Markale, Jean., L´amour courtoise ou le couple infernal. Editions Imago, Auzas Editeurs, París 1987.  Pp. 7-34.   
[2]  Para contactar al autor:
[3] Ahora el mundo es cobarde ruin y débil,
Viejo, codicioso y maldiciente;
Yo no veo más que locas y locos…
Es verdad el fin se acerca…
Todo va mal…
[4] Las invasiones bárbaras, completadas a principios del siglo VI, dividieron a Europa occidental entre seis grandes tribus germánicas: visigodos, borgoñones, ostrogodos, anglosajones, francos y vándalos. Los reinos estaban organizados sin cohesión y solo los francos sobrevivieron a la oleada de posteriores invasiones. Del dominio de estas tribus germánicas, transculturadas, salieron las modernas Francia, Alemania, Bélgica y los Países Bajos.  

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