JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
MARZO DE 2010
La buena conciencia es señal de absoluta desmemoria. La frase viene sin que se le llame cuando uno lee lo que puede escribir el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica Barack Obama sobre cualquier tema, pero muy puntual e incisivamente cuando lo hace sobre la reciente tragedia de Haití. Sin duda el discurso elocuente con un trasfondo humanitario es impactante, y lo es porque quiere mostrar al mundo por qué es tan importante para EU ayudar a un vecino en circunstancias de desastre. El emplear el liderazgo natural en el ejercicio del poder para levantar y aun sostener a un vecino tan golpeado por la tragedia, significa –según Barack Obama- legitimar la preeminencia de EU frente al mundo. Es cierto que el discurso de Obama contiene elementos de prudencia y conciliación, lejanos en el tiempo y las circunstancias del unilateralismo y la auto referencialidad -de la clase “si no están con nosotros están contra nosotros”-, pues aluden a la cooperación y la participación conjunta con otras naciones como requisito esencial para que fructifiquen en el mediano plazo las tareas de reconstrucción del pequeño país caribeño. Sin embargo, el discurso de Obama excluye cualquier responsabilidad histórica de Estados Unidos, no solo frente a esta reciente tragedia del terremoto, también con las condiciones previas que amontonaron la pobreza, la suciedad y la enfermedad, el analfabetismo y el subdesarrollo en Haití. Nada menos en 2004, Estados Unidos participó activamente en el golpe de Estado en contra de Jean Bertrand Aristide, lo que hizo retornar a los peores sectores asociados con el duvalierismo, cancelando por enésima vez, la posibilidad de que Haití se desarrollará democrática y socialmente. Si bien la conciencia personal de Obama puede reclamar para sí cierta credibilidad en lo que siente, la conciencia del presidente no debe confundirse con la conciencia del poder estadounidense que se cree imperial y que en su ejercicio ha cometido abusos execrables contra muchos países, incluso aquellos que no han representado una amenaza inminente como Haití o Granada. La intervención de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) para desestabilizar los países caribeños está profusamente documentada e ilustra con detalle las estrategias dilatorias, de intimidación, punitivas, diplomáticas, de aislamiento etc; que el gobierno norteamericano ha empleado en este sentido. Los pretextos que el gobierno norteamericano ha empleado en cada ocasión han sido: 1) proteger los intereses de las empresas estadounidenses, 2) resguardar la seguridad y el derecho de propiedad de los ciudadanos estadounidenses, 3) defender los valores de la democracia, y, 4) garantizar la estabilidad política de la zona. Quizá el problema no sea encontrar las múltiples necesidades que justifique la razón de cada uno de estos pretextos, después de todo: 1) los intercambios comerciales de Haití con EU abarcan el 99% del volumen del mercado, 2) los ciudadanos estadounidenses viven efectivamente en otros países y su gobierno tiene cierta responsabilidad en su seguridad, 3) en un mundo cada vez menos democrático e igualitario, un simpatizante poderoso es de gran ayuda para la sobrevivencia de modelos de gobierno representativo, y, 4) la desaparición real del gobierno haitiano durante el desastre provocó una ola de violencia que cobró la vida de gente vulnerable y por tanto el país requirió una ayuda exterior inmediata para estabilizarlo. Sí, todo lo anterior es justificable, pero eso no es el problema. El problema es la ilegitimidad de los Estados Unidos para arrogarse el papel de líder o mediador de la ayuda humanitaria. Ilegitimidad que proviene de la historia reciente –recuerden el golpe de estado en Honduras- y de la historia menos reciente pero aún fresca en la memoria de Latinoamérica y de otras partes del mundo donde las intervenciones humanitarias lideradas por EU ha terminado en desastres logísticos, y donde las estructuras oscuras del poder local se fortalecen aumentando el comercio ilegal de armas y el trasiego de mercancías prohibidas. No es de extrañar que algunos economistas señalen que los desastres naturales y las guerras hagan crecer la economía mundial, y ello en gran parte provocado por la inestabilidad y la ausencia de los mecanismos reguladores institucionales con los que cada nación se asegura un mínimo de gobernabilidad. Los casos de Kosovo, Irak, Afganistán, Georgia, Indonesia y ahora Haití, son por demás categóricos en el tipo de involución en el que se puede caer tras una encrucijada de dimensiones considerables. El caso de Haití es además irritante por la cadena trágica acumulada de abandono mundial, lo cual se ha traducido para la población en pobreza endémica, una escases crónica alimentaria y patrimonial, desocupación como norma y con un sector activo que gana mayoritariamente un dólar mensual, nueve de cada diez haitianos no sabe leer ni escribir, la población marginada que son mayoría come de vez en cuando, padece enfermedades asociadas a la falta de agua, sanidad y desnutrición, y como promedio de vida alcanza apenas los treinta y cinco años de edad por el padecimiento de enfermedades tales como diarrea, hepatitis, tifoidea, malaria y leptospirosis… la pobreza como herencia y maldición que ha hecho a la gente del país, blanco de dictaduras y juntas militares que se han cobrado la vida de más de 60 mil haitianos durante el siniestro siglo XX. El abandono mundial ha provocado que EU intervenga en el país de manera aplastante apoyando regímenes que son proclives a sus intereses, conectando y coordinando acciones del FMI y el BM con los objetivos de política exterior del Departamento de Estado norteamericano, la CIA y la poderosa Fundación Nacional para la Democracia (una institución con fachada de fines humanitarios pero que en realidad ha financiado grupos políticos golpistas a lo largo de América latina y en la zona del Caribe). El corolario final de la intervención estadounidense es el despliegue de la 82ª división aerotransportada del ejército de los Estados Unidos, ordenada directamente por Barack Hussein Obama, en un nuevo capítulo de simulación humanitaria con fines claramente hegemónicos. La tragedia ha abierto a los Estados Unidos las puertas de un país devastado que aún así es un gran negocio inmobiliario, con una creciente exportación de cacao, azúcar y café, extracción de metales y una fuente invaluable de mano de obra barata como en los peores tiempos de Papa Doc Duvalier. A nadie, pero ni siquiera a Estados Unidos, les importa el riesgo sísmico del país o la vulnerabilidad a huracanes que ofrece el territorio haitiano debido a la deforestación del 98% de superficie boscosa, ni el atraso social o económico del país, ni la cotidiana tragedia en que viven los ciudadanos de a pie más empobrecidos que nunca. Simple y sencillamente porque esas condiciones son en sí mismas factores que potencializan las posibilidades de negocio y explotación. La cuantía de ingresos que se puede obtener en un país así se eleva exponencialmente a tasas de crecimiento que pueden sostenerse por décadas. Por supuesto, los negocios son de los empresarios, la feroz oligarquía local y de los políticos, cuyos intereses están entrelazados totalmente con los poderosos monopolios estadounidenses. Mientras el pueblo llano sigue acumulando tragedias, 60 mil asesinados durante la dictadura de Duvalier (en la década de los 60´s del siglo XX), 1 millón de desamparados por cuatro tormentas en 2008 y ahora 100 mil muertos y más de 300 mil damnificados a consecuencia del terremoto de 7.0 grados Richter; y todas estas tragedias en medio de la pobreza y la desesperanza.
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