Para distender tensiones, bajar decibeles y minimizar los torrentes de testosterona que corrieron en días pasados por este subversivo blog (já, já con sic), hemos traído, desde el dispensario montuno la fulgurante figura de Adel, para el escaso personal adicto al Bestiario de Duncan. Conscripto de la cofradía de la autocensura y sin más pretensión de que el lector reconstruya la imagen de la diva con sus propios recursos imaginarios-onanistas, el adelantado escribiente propone un juego de sombras para delinear las gloriosas líneas del contorno, situando sin querer la luminiscencia en las graciosas superficies curvadas y en las hendiduras para subrayar la armoniosa conjunción de la unidad en la diversidad y de la diversidad en la unidad. El plus de luz es el cabello ondulado que cae sobre los hombros como una cascada sensual. Las zapatillas son un motivo aparte como dos coronas que nimban la soberanía de las torneadas piernas. El ademán sugerente es acorde con el lenguaje silencioso de la expresión corporal. Belleza y juventud, luz y sombra, objeto del deseo y objeto de contexto, no son dicotomías, sino rasgos distintivos que se complementan en la melodía estática que se sintetiza a partir de la imagen, el volumen y la distribución espacial. El búcaro reproduce en micro escala la exquisita geometría de la modelo, la naturaleza muerta que sobresale nos recuerda el origen silvestre de la odalisca. El ángulo de los muros nos permiten deducir las dimensiones pequeñas del espacio y con ello su ergonomía íntima, su arquitectura de cercanía. El contacto es inevitable, de un percibir la totalidad y de un mirar a profundidad los ojos de la Hetaira y de ahí cada parte de su cuerpo. La impresión es de una nitidez incuestionable pues los sentidos cantan libremente los versos de la humedad, la plegaria del beso con su néctar de saliva o el cofre de perlas que se aloja en su tibia vulva...
Contemplad la ciudad luminosa, la mina de perlas,
el manantial de oro y el castillo de cristal.
Venid al recinto de la diosa a reposar el hambre y la sed,
a devolver los ojos y la piel, a guardar silencio,
a postraros en alabanza de su belleza.
Dios os ama y este es el cáliz dulce de su paraíso mundano,
porque no hay otro. Amén.
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