Un samurai montado, ataviado de punta en blanco, arremete durante las guerras civiles que asolaron al Japón en el siglo XII.
EL VIENTO DIVINO DE LOS KAMIKAZE
JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
(2008)
Dos meses después de la rendición incondicional de Alemania, la guerra continuaba en el Pácifico. La séptima flota de los Estados Unidos se enfrascaba en un combate de exterminio con las tropas japonesas que resistían en Izú, Iwogima y Okinawa. Rápidamente las fuerzas de combate de marines y rangers veían caer el número de sus efectivos en proporción de 1:3 con respecto de las fuerzas japonesas. Sin embargo, pese al previsible triunfo en lo táctico, material y logístico, el alto mando a cargo del General McCarthur sabía que una invasión masiva a Japón sin duda dejaría sembrado el camino de cadáveres norteamericanos, es decir, le cobraría a EU un altísimo precio por someter al país del Imperio del Sol. Esta previsión fué confirmada de forma repentina y de la forma más insólita e inesperada: cuando el sol declinaba al atardecer decenas de sombras volantes aparecían en el horizonte y sólo podían ser visibles a unos cuantos metros de los navíos acorasados, corbetas, destructores, portaaviones y dragaminas, entonces el viento se agitaba con el rugir de motores retumbantes, la presión del aire aumentaba y las cubiertas de los barcos eran golpeadas por una ola repentina de fuego. Se trataba de los escuadrones de combate más temible de la fuerza aerea del Japón: los guerreros suicidas Kamikaze. Desde hace un tiempo los estadounidenses venían temiendo a estos escuadrones pues los capítulos Pearl Harbor y las Islas Midway habían dejado una amarga lección cuando la flota norteamericana estuvo a punto de desaparecer, como de hecho lo hicieron algunos de sus barcos insignia como el Oklahoma. Ahora con la perspectiva de una invasión total a Japón por aire, mar y tierra, el comandantes Nimitz padeció en carne propia el Viento Divino de los Kamikaze: siete destructores, 40 dragaminas y los portaviones Interprise y Arizona fueron sacados de combate por los temibles aviones cero, que contaron en su haber cerca de 2750 soldados norteamericanos entre sus víctimas. Pese a esta demostración el fin del gran imperio estaba cerca, la falta de aviones, refacciones, combustible y sobre todo pilotos experimentados, marcó la pauta de la lenta caída del arrogante imperio y sello su derrota. Pero algo más terrible estaba por venir, algo que puso de rodillas al emperador Hiroito: el estallido de dos nuevas bombas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. En julio de 1945 el comandante Uroki lanzó su último ataque contra la poderosa flota invasora, él comandaba el último escuadrón de jovenes pilotos que sin dudar lo siguieron a su destino, nadie sabe si cumplieron al fin su misión pero lo que se recuerda es que fueron aniquilados en el fragor del combate. Unos días antes de partir a su última misión Uroki escribiría estas líneas poéticas que presagiaban el fin:
Las flores del gran ataque van cayendo,
jóvenes pilotos marchan presurosos
junto a la primavera que se marcha de estas tierras.
El gran árbol va quedando vacío
sólo las hojas permanecen en las extensas ramas.
Silencio y oscuridad
en el viento de la noche
sobre el mar, junto a las islas.
1 comentario:
Busqué una descripción de los eventos kamikazes, encontré esto:
La Armada Imperial Japonesa (大日本帝國海軍 Dai-Nippon Teikoku Kaigun o 日本海軍 Nippon Kaigun) fue una de las más poderosas flotas de combate durante la «Guerra del Pacífico», e incluso de toda la Segunda Guerra Mundial.
La táctica kamikaze despertó verdadero pavor entre las tripulaciones americanas. Cuando estas se acercaban a las zonas de conflicto, se apoderaba de ellos una gran angustia por el temor a ser alcanzados por un avión que surgiera repentinamente de entre las nubes, aunque ya hemos podido comprobar que el radar, los aparatos de observación y cobertura, el potente fuego antiaéreo y las mismas tácticas de grupo no dejaban opción de éxito a un único atacante; aún así, algunos ataques solitarios tuvieron gran éxito como es el caso del hundimiento del portaaviones USS Princeton (CVL-23), que fue atacado por un único bombardero en picado sin ser siquiera un ataque suicida, pues tras soltar su bomba, el aparato abandonó rápidamente la zona.
Es ejemplar como el "juego táctico de la guerra" en el Oriente cercano y lejano tenga realmente un sentido y un credo distinto de Occidente.
Para los japoneses, así como lo musulmanes tenía sentido morir para el ideal de la Patria o bien para defender, (como en el Islam hoy en día), sus creencias con su vida.
Esto pasaba con los primeros cristianos en la Roma imperial, y luego en las Cruzadas, se cometieron los peores crímenes en salvaguardas de la fe, que parecía ser el movente de todo conflicto.
Me pregunto si ahora habrá entre las filas de los ejercitos de la OTAN alguien que se sienta orgulloso de morir por el absurdo ideal de defender los intereses de unos cuantos (muy pocos), depradores de territorios y riquezas de un país que desconocido.
Es un placer investigar estos temas, y se me lo permite el autor lo seguiré haciendo...
Marina Julia
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