viernes, marzo 07, 2008

RETORNO A LAS CONVERSACIONES ÍNTIMAS




LAS CONVERSACIONES ÍNTIMAS
DE INGMAR BERGMAN
[1]

Jorge Antonio Díaz Miranda
[2]
(2008)




I. Ya sea por el efecto del tiempo o el desgaste de las distintas crisis por las que pasa cualquier matrimonio, la relación comienza a deteriorarse hasta el punto del desconocimiento y la extrañeza. Nada más letal para la supervivencia del ego que un golpe de duro nihilismo, porque lo que viene enseguida es un odio reactivo. La primera víctima en esta marejada de sensaciones encontradas es la razón y luego por supuesto la realidad, aunque el lugar en que esto ocurre ha de cambiar si en el fondo de todo está la soledad. Al menos esto es lo que plantea Bergman como fenomenología de la declinación amorosa, la desilusión como causa primera y última: “…Y ahí me detengo. Las infamias que ocurren en nombre del amor son obra del hombre[3], una prueba aplastante de nuestra libertad de cometer todos los delitos imaginables “ (CI, p. 151)[4].


El desencanto posee para Bergman una topología de afectos bien delimitada: sobre la línea, en una sinuosa superficie están las creencias, los valores, la configuración de lo que somos o creemos ser. Más abajo, en oscuras profundidades, los miedos, las pesadillas y el terror de que todo un día se venga abajo. Más profundo aún, muy debajo de la línea vital de flotación, cerca del alma pero lejos de nuestra conciencia, la sombra de la muerte que se agita de vez en cuando haciéndonos sentir los gélidos vientos de su presencia. Lo siniestro no es algo nuevo en las novelas de corte psicológico, y Bergman no duda en emplear este recurso quizá para subrayar la incapacidad[5] de una atormentada Anna para racionalizar una situación que la involucra directamente y que trastoca negativamente su auto concepto, develando para ella la aguda sensación de algo oscuro que se le acerca con el propósito explícito de amenazar su mundo: “Si me atrevo a pensar…si pienso sólo lo más mínimo. Pues veo que vivimos bajo amenaza. Estoy cada vez más acosada. Los niños y Henrik y Tomas y yo…nos movemos en el filo de una catástrofe. Una catástrofe vital. ¿No es así como se llama? Una Catástrofe vital.” (CI, pp. 31-32).


Sin duda, este modelo de estratificación de los impulsos o afectos presenta fuertes similitudes con las tesis somatotópica que planteó Freud hace más de seis lustros, y esto, por lo menos en el caso de Bergman no es en modo alguno gratuito. Al igual que el famoso padre del Psicoanálisis, Bergman parte de una interesante premisa donde la unidad mente-cuerpo es indiscutible. Los efectos de esa unidad pueden ejercer una influencia positiva o negativa en el movimiento de energía afectiva, lo cual, se manifestará corporalmente como un estado de bienestar o de enfermedad. Fascinado por el teatro de las histéricas Bergman describe con su arte de novelista, cómo el desequilibrio de los humores es al mismo tiempo dolor localizado en algún punto de la piel, humus de la tierra que degrada la salud, un signo de descompensación que se transforma en síntoma, el éter del alma inflamado por flogisto. El novelista sueco describe estos efectos partiendo de una interacción desafortunada, en la que, mente y cuerpo están unidos pero contrapuestos. Desde una perspectiva general, Bergman nos habla desde un profundo pesimismo, el mismo que se desprende de un campo de guerra donde los enemigos (mente y cuerpo) habrán de sucumbir juntos: “Llegará el día en que el dolor, como agua contenida y venenosa, romperá los diques e inundar á su cuerpo. Atacará sus nervios, su cerebro, su corazón y sus entrañas. Las sumirá en prolongadas torturas, causará en su cuerpo daños incurables.”(CI, p. 17).


La lucha incesante entre el deseo y su negación, entre el principio del placer y el principio de realidad, el deseo de permanecer y la negación de morir. Una noción de la que hecha mano Bergman y que es central en la metapsicología freudiana es Disociación, el cual, permite comprender el tipo de respuestas que el sujeto manifiesta cuando se enfrenta a un desequilibrio emocional-corporal. Esta noción merece algunas líneas explicativas para ilustrar cómo es utilizada por Bergman para fundamentar su visión fenomenológica. Por principio de cuentas se trata de un mecanismo de defensa que preservará al Yo de cualquier catástrofe emocional, dispersando los impulsos instintivos en distintas direcciones, retardando sus efectos, canalizándolos al propio cuerpo o bien reflejándolos a objetos externos. En un plano meramente especulativo, la disociación primero separa al Yo de esta marejada de energía que se mueve en todas direcciones para que no sucumba, luego lo escinde del objeto ligado, enseguida, transfiere desde sí mismo al objeto todas los impulsos que generaron la ruptura, para finalmente instalarse en un escenario donde se evalúa a si mismo víctima de la infamia y la injusticia del destino. Si bien, como sugiere Freud este mecanismo disociativo es vital para el Yo, también es cierto que su funcionamiento merma en parte o totalmente el contacto con la realidad. En cuanto a esto último se pueden observar variantes disociativas desde el punto de vista de su contenido tales como inversión, negación o proyección. Lo magistral de Bergman es que todo este aparato psíquico de sobre vivencia se vincula con las creencias religiosas de los sujetos y la preservación de su status social, y esto hará más humano a los protagonistas del imaginario bergmaniano, dotados de una capacidad de simulación y superficialidad, a prueba de toda realidad: “No se lamenta de nada. No se culpa de nada, ni a sí misma ni a nadie, no mezcla a Dios ni a la fidelidad en su oscura confusión. Se da cuenta de que no llegará nunca más hondo. Una luz violenta pone en fuga la suave penumbra. Anna gustaba de repetir que quería la verdad (…) se complacía en declararse a sí misma en llamarse apóstol de la verdad (…) Murmuraba en silencio para sí misma: ¿de qué verdad estoy hablando? Y entonces sentía un poco de vergüenza pero no mucha (…)” (CI, p.22).

Personalidades de barro atrapadas en una doble moral, pero con todo, carne débil proclive a la concupiscencia: “He pensado naturalmente en el arrepentimiento. Pero no me arrepiento. He pensado en el pecado, pero ya no es más que una palabra. He puesto importantes prohibiciones, como un muro entre el y yo. Pero Cuando surge la mínima posibilidad de verle, derribo los muros” (CI, p.28).

Perpetuamente insatisfechos pues a la hora de la verdad no saben situarse frente a sus deseos más que con el autoengaño, poniendo por delante el marco de una insípida moralidad, paradoja atroz que Anna pone al descubierto al decantar la ambigüedad de Tomas: “Le acerque a mi, me apoderé de él,(…)y luego tuve que consolarle (…)Estaba inconsolable. Afirmó que me había traicionado a mi y a Henrik, que era su amigo. Le parecía que había sido débil y que se había comportado miserablemente. Dijo que no se lo iba a perdonar Dios. Era como un niño asustado. Y entonces empezamos a besarnos de nuevo. Estaba tan ansioso como yo(…)” (CI, p.28).

Pero aquí, el personaje femenino de Bergman está muy lejos de imaginar los profundos cambios que el escarceo con Tomas iban a desencadenar en su persona, o en todo caso ella se equivoca al reducir estos cambios a la esfera de lo religioso. Y es que, no es su fe la que se desmorona, ni su creencia en la divinidad y tampoco su pretendida adhesión a las prescripciones seculares. Más bien es el mundo de creencias y prohibiciones autoimpuestas sobre la carne las que se derrumban tras el maremoto de los sentidos: “En ese mismo instante se ve a sí misma como una imagen: la imagen representa a Anna y a Tomas. Están desnudos y sudorosos (…) Ella se abre, se ensancha, presiona la espalda contra la áspera colcha (…) El instante es tan inconcebible como la muerte. Ahora, (…) comprende con la presencia absoluta de sus sentimientos, con la nitidez de la percepción de los sentidos(…) la salvaje culminación que aún tiembla en sus nervios (…) En este breve ahora su sentimiento y su juicio captan la irrevocable crueldad del encuentro amoroso (…) “ (CI, pp. 21-22).


II. Como es característico del universo Bergmaniano el entorno se presume aséptico, debidamente esterilizado, pulcro, deliberadamente perfecto... por lo menos externamente. Pero en la intimidad, donde nunca llega el sol, se libran feroces batallas por sobrevivir al aburrimiento y a la soledad. Bergman hace sugerencias explícitas sobre el tipo de contrato social que puede fundamentar cualquier convivencia en común, sin embargo, nos asegura, esto no será suficiente para detener el desgaste, olvidar las viejas alianzas o exterminar gradualmente los deseos. Haciendo gala de un corrosivo humor Bergman nos pone frente a la fragilidad del ser humano que puede comprometer su alma y su cuerpo por intermedio de una ideología religiosa como si fuera dueño de uno y otro, así pone en boca de Anna un juramento inaudito que exige de ella un tributo desmesurado, fuera de toda posibilidad de satisfacer, y precisamente por ello la protagonista siempre se sentirá en falta consigo misma y con los demás, sobre todo con su marido: “…tal vez uno se hace ilusiones equivocadas. Y claro que he sido ingenua. No hay más que pensar que me casé con Henrik. Porque yo me di cuenta de lo herido que estaba, pero creí, en mi infinita suficiencia, que estaba destinada a salvarle (…) Mamá me previno y trato de impedirlo pero yo era obstinada. Claro que le amaba de una manera infantil y arrogante. Pero yo no sabía nada. Ni sobre él ni sobre mi misma” (CI, p.25). . La soberbia –nos dice Bergman- es inaudita y será tributaria de los conflictos alojados bajo la alfombra, que, tarde o temprano se saldrán de todo límite. La guerra se lleva a cabo en el alma pero sus efectos se hacen sentir en el cuerpo, como estigma del pecado y su culpa sin posibilidad de alcanzar conciliación o expiación. La culpabilidad ronda como una sombra el discurso en que los personajes bergmanianos se debaten: la mujer de años que siente en su corazón el peso de la condena por su desliz amoroso; el amante joven estudioso de teología que siente culpabilidad porque su carrera profesional está amenazada por una relación que no fue consumada pero que sabe proscrita por sus votos. El argumento del que parte Bergman nos hace ver de forma cruda la imbricación de dimensiones a favor del máximo absurdo: Anna Åkerblom, mujer caucásica de 36 años, lleva casada 12 años con el pastor Henrik, hombre inestable y débil, con el que procreó tres hijos. El paso del tiempo no ha sido piadoso para esta mujer que ha aprendido a detestar a su marido por distintas razones, la principal, la gris personalidad que el posee, la cual, es carente de espontaneidad pero barruntada de aburrimiento en todo sentido, véase si no la forma en que Anna describe a su marido: “…Es una persona que apenas soporta las dificultades que la vida diaria le ponen en su camino. Es débil e inseguro(…) la verdad le destrozaría…"(CI, p.34). neas más adelante la ÅKerblom cierra la descripción destilando el odio de los años y el cansancio que tras una gris convivencia han logrado derrotar su juventud y sus ilusiones, su amor y sus deseos de mejorar su vida matrimonial : “…Él se hace a un lado cuando puede hacerse a un lado, huye si tiene la posibilidad de huir. (…) Yo sé que es un buen sacerdote. Y que es un director espiritual meticuloso que ha ayudado a muchas personas. Pero por debajo de todo eso hay un pobre infeliz asustadizo y muerto de miedo…”(CI, p.34).

Este el marco ideal de máxima inestabilidad para un matrimonio impostado, sujeto a la forma sin nada de fondo. Esta conciencia repentina lleva a Anna al cuestionamiento de todo lo que en su sociedad se considera normal, lícito, legal; lo que le hace vislumbrar en el horizonte una tormenta de franca confrontación. Sin embargo las personas que visiblemente la rodean parecen no estar de acuerdo con esta forma rebelde de ver las cosas y por todos los medios, cada uno desde su peculiar posición, la someterán a una presión constante para que desista de su desmesurada radicalización: su madre que desde el principio le advirtió que no contrajera nupcias con un hombre como Henrik, la hostiga recordándole sus deberes conyugales; Tomas, su amante, amigo de su esposo y varios años menor que ella, la abandona dejándola a merced de sus dudas y remordimientos; y hasta su confesor Jacob le sugiere sin más desistir, contar la verdad de lo sucedido y someterse al juicio de su marido. Lo único que le queda a Anna es asistir impotente al desmoronamiento de sus ilusiones, y todo en descargo de una relación amorosa que no llego a ser tal, ni por la vía del amor y mucho menos por la vía de la pasión.

III. El término Conversaciones íntimas hace evidente su origen religioso desprendido del protestantismo. Fue introducido en Escandinavia, Los países bajos y Alemania por Martin Lutero (1483 – 1546), como un modelo alternativo de confesión que disipará la terrible corrupción que los prelados de la iglesia católica se encargaron de difundir al ponerle precio a los pecados mediante la tasa mundana de la indulgencia. Las conversaciones íntimas guardan el mismo sentido de declarar la verdad pero la diferencia sustancial con el modelo tradicional del catoliscismo es que busca situar al sujeto en cuanto a la responsabilidad de sus actos para que asuma las consecuencias correspondientes. De esta forma no se busca la expiación sólo simbólica o ritual sino la reparación del daño, pare ello es necesario establecer una especie de economía del pecado, es decir, un proceso de objetivación a través del cual podemos calcular su potencial valor de cambio. Acorde con lo anterior se busca una conciencia plena del sujeto como agente activo de su proceder dejando en un plano secundario la ponderación mesurada de las circunstancias que acompañaron su actuación; subrayando en todo momento la obligación de anteponer a sus propios deseos o malestares el bien común y la preservación de su nucleo familiar.

A lo largo de cinco conversaciones y un desesperanzado epílogo Bergman desgrana con una sobrada maestría literaria la historia de Anna Åkerblom, que, como muchas mujeres del convulsivo siglo XX y este incipiente XXI, están inconformes con su rol, con su responsabilidad, con su status, en fin con el papel de agentes pasivos que ciertas sociedades sobre todo en occidente les ha asignado: . La fórmula literaria que Bergman acuñó para describir esta situación está por fortuna tan alejado de los modelos profeministas pues no se regodea en miserias, autocompasión o victimismos, todos ellos recursos esteriles que huelen a chantaje para consumo específico de mujeres posmodernas. El problema que Bergman expone es la paradoja de una resolución amorosa que sólo en el plano mental se realiza no así en la realidad, y con la complicidad manifiesta de los protagonistas que no se cansan de jalar su vida hacia la rueca de la tragedia, con su impostura, falsa moral, parcialidad y simulación. El problema no es sobre la excistencia o no del amor, el problema es la labilidad de un sentimiento que puede acabar por lo más absurdo, degradarse o terminar sin importar los juramentos o el rol social. El problema no es la religión o el orden social sino más bien cómo nos situamos frente a estos poderes: si admitimos en primera persona la incapacidad de mediar lo interno de lo externo seremos objeto de una fuerza que nos desbordará. Cualquier ideología puede imponerse si el sujeto se pone a merced de su influencia, y nada de su fuero interno podrá impedir el avasallamiento de su persona, la esclavitud o en el peor de los casos su autosacrificio. En buena medida las creencias del sujeto son generadas por su entorno y asu vez el provee otras. Si no hay alguna especie de equilibrio esta utilización mutua terminará en el aislamiento o el suicidio ya sea porque no hay un límite claro entre el Yo y los otros, o bien sea por el sometimiento del yo a los otros. Confusión de dicto si la hay será desde el propio sujeto en su desesperada necesidad de estar de acuerdo con los otros. Bergman pone en boca de Anna un dictum contundente de su propia situación que sin saberlo inclinará la situación hacia el lado más desfavorable para su alma: “Soy una esposa Infiel. Vivo con otro hombre, engaño a Henrik. Estoy angustiada. No tengo remordimientos o cosa así. Sería rídiculo. Pero sí angustia. Ya no sé qué hacer(...)y luego están los niños y Henrik”(CI, pp. 15-16).


Una mente tortuosa atrapada en una trampa de contrasentidos que rebotan una y otra vez hacía una responsabilidad mal entendida, valores establecidos a medias, desequilibrio y un absurdo sentido de autosacrificio. Pero en el fondo, abigarrado como ún cúmulo de plomo, yacen la frustración y la violencia autodirigida. Aunque Bergman no lo diga explícitamente la situación de Ana es de pronóstico reservado: al final la histeria, el manicomio o el suicidio aguardan a que su pobre carne doliente ceda ante el peso de los años y la rutina. El grito desesperado de una mujer aislada, sin ninguna oportunidad de redención, culposa, sola, con la certeza de que el final no será en absoluto favorable para ella: “Y quién va ayudarme a mi cuando se desaten las iras del infierno..." (CI, p.35). Como Cristo en el madero, a Anna no le enloquece la duda sino la certeza de que no habrá ni ahora ni nunca algo que la salve, que la redima de sus agravios, que le devuelva la vida o las ilusiones, entonces decide conservar lo que tiene, dure lo que dure, sea real o fantasioso: "¿puedo acudir a Diós? (...) ¿o a mi madre? ¿Qué digo si Henrik me hecha de la casa? ¿iré a ver a Thomas –se ríe un poco- a decirle que ahora, pobre de ti, ahora tienes que ocuparte de mi y de mis hijos? ¡No¡ No pienso decir esa verdad que usted me exige. No creo en esa clase de sinceridad. Compro mi vida cotidiana con engaños y mentira. Vale la pena. Pienso llevar mi pecado sola y no pienso pedir ayuda a nadie." (CI, p. 35).

[1] Ingmar Bergman (1996) Conversaciones Íntimas. Trad. Marina Torres. Tusquet editores, España:1998. ISBN 84-8310-065-7.
[2] Email: jordim888@hotmail.com.mx; blog: www.bestiario-lugburz.blosgpot.com
[3] Para desilusión de las más recalcitrantes militantes del feminismo y movimientos conexos, Bergman se refiere a la especie y no al género.
[4] En adelante se citará de esta forma, la abreviatura del nombre del libro Conversaciones Íntimas como CI, más el número de página de donde procede la cita.
[5] Incapacidad que por cierto es general de toda la especie humana.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Es muy arriesgado comentar algo sobre un libro no leído, pero debo admitir que tu reseña logra profundizar en los aspectos que me parecen medulares de este texto, aunque deberé hacer el punto en un paso en dónde te quedas en la superficie. Por lo demás te citarè para aferrarme de un hilo conductor para mis reflexiones...

Me atreveré también a hablar de algo muy sustancial. De la filosofía de la existencia- tal vez el tema central de tu reseña al libro citado, algo que sin duda se encuentra en el núcleo de casi todo el trabajo de Bergman, es decir, la angustia fundamental en la que vive el ser humano.

Si Bergman—como bien dices—pone en la especie y no en el género tales angustias, le debemos de creer, dado que habla como hombre de la mujer, tal como una mujer podría hablar de un hombre, finalmente no se puede marcar ninguna diferencia desde lo “mismo”.

Aquí hay que situarse en la especie para no perder de vista que “Si me atrevo a pensar…si pienso sólo lo más mínimo. Pues veo que vivimos bajo amenaza. Estoy cada vez más acosada”. Este “vivir bajo amenaza” es una condición humana, y quizás es ahí en donde debemos situar la angustia esencial…"seres para la muerte", en la visión de Heidegger. El ser abierto a la ex-sistencia. Entre todas las posibilidades que se ofrecen a la existencia, solo la muerte es ineludible, constitutiva, y por lo tanto le pertenece intrínsecamente a cada uno. Asumir concientemente esta posibilidad (no en su realización suicida por supuesto), abre la existencia a vivir auténticamente también todas las demás posibilidades en el más acá, y no en el más allá de la vida real.

“…Nos movemos en el filo de una catástrofe. Una catástrofe vital. ¿No es así como se llama? Una Catástrofe vital.” ¿Tal vez a esta falta de conciencia hacia la posibilidad de vivir para la muerte es a lo que llamamos catástrofe vital? Bueno, la mía es sólo una interpretación o un pretexto para interpretar la angustia de vivir, sin embargo es justo a esta interpretación-comprensión a la que nos podemos referir para abrirnos a la vida, para dar sentido a la muerte, trascendencia esencial de la vida y de la muerte, tiempo sin tiempo…

Tú dices: “A lo largo de cinco conversaciones y un desesperanzado epílogo Bergman desgrana con una sobrada maestría literaria la historia de Anna Åkerblom, que, como muchas mujeres del convulsivo siglo XX y este incipiente XXI, están inconformes con su rol, con su responsabilidad, con su status, en fin con el papel de agentes pasivos que ciertas sociedades sobre todo en occidente les ha asignado. La fórmula… está por fortuna tan alejado de los modelos profeministas…” Aquí encuentro una interpretación tuya contradictoria, que se aleja de lo que planteaste al principio y con lo cual estuve de acuerdo, es decir, Bergman se refiere a la especie y no al género, pero tu pones un marcado pre-juicio poniendo en el género una diferencia de roles o de salvaguardas.
Aquí tu posición es de defensa de “tu convencional rol”, porque incluso en este “regodeo en miserias, autocompasión o victimismos”…no debes, ni puedes (por lo menos no parece ser la intención del texto que citas), ver recursos estériles que huelen a “chantaje para consumo específico de mujeres posmodernas”, sino la misma y fundamental insustancialidad o la inconciencia hacia este ser para la muerte del que vengo hablando. Esta disociación o contradicción de la que hablas, en todo caso, asume “la otra cara” de una misma moneda, no te salva y no me salva.

“Más profundo aún, muy debajo de la línea vital de flotación, cerca del alma pero lejos de nuestra conciencia, la sombra de la muerte que se agita de vez en cuando haciéndonos sentir los gélidos vientos de su presencia”.

Sólo podemos salvarnos en esta fundamental aceptación de la angustia por excelencia:

En palabras de Heidegger: “…Esta angustia radical está casi siempre reprimida en la existencia. La angustia está ahí: dormita. Su hálito palpita sin cesar a través de la existencia: donde menos, en la del medroso”;…con toda seguridad, en la del radicalmente temerario. Pero esto último se produce sólo cuando ‘hay algo a que ofrecer la vida’ con objeto de asegurar a la existencia la suprema grandeza” […] La angustia radical puede emerger en la existencia en cualquier momento. No necesita que un suceso insólito la despierte. A la profundidad con que domina corresponde la nimiedad de su posible provocación. Está ‘siempre’ al acecho, y, sin embargo, sólo ‘raras veces’ cae sobre nosotros para arrebatarnos y dejarnos suspensos. Ese estar sosteniéndose la existencia dentro a la nada, apoyada en la recóndita angustia, hace que el hombre ocupe el sitio de la nada. ‘Tan finitos’ somos que no podemos, por propia decisión y voluntad, colocarnos originariamente ante la nada. Tan insondablemente ahonda la finitud en la existencia, que la profunda y genuina finitud escapa a nuestra libertad”. [M.Heidegger ¿qué es Metafisica? Siglo XX, 1970, B. Aires, p. 102-103] .

“El problema que Bergman expone es la paradoja de una resolución amorosa que sólo en el plano mental se realiza no así en la realidad, y con la complicidad manifiesta de los protagonistas que no se cansan de jalar su vida hacia la rueca de la tragedia, con su impostura, falsa moral, parcialidad y simulación…Una mente tortuosa atrapada en una trampa de contrasentidos que rebotan una y otra vez hacía una responsabilidad mal entendida, valores establecidos a medias…” He ahí, en estos “ingredientes” los responsables del desequilibrio y del absurdo sentido del autosacrificio, hay una lógica perversa, en seguir las “reglas” ¿no te parece? “Pero en el fondo, abigarrado como ún cúmulo de plomo, yacen la frustración y la violencia autodirigida”. Sí, esto se deriva de los ingredientes antes mencionados, sin duda alguna.
B
ueno, hay mucho de que hablar en este texto… es forzosa una lectura atenta, para seguir comentando…

DUNCAN dijo...

1. Sí, es un riesgo comentar un libro que no has leído, pero lo es màs si te dejas llevar por la pobre guìa de un diletante. Esta es una especie de lectura preliminar asociando ideas dispersas con un conjunto de ideas derivadas de las peliculas de Bergman (v. gr. Gritos y Susurros).
2. No creo que mi pretención haya sido desarrollar una filofía de la existencia, o al menos renunciò a Sartre, Camus y otros. Si es que hay ecos aqui de la filosofìa serà y muy lejanamente de Nietzsche y màs cerca del Being There de Soren Kierkigaard. Tal vez me guste Heidegger pero el que escribio En la Líneas, acercamientos al Nihilismo...y no el Heidegger de la fenomenologìa y menos eso que los franceses han tomado por Heidegger ni la forma rídicula en que Levinas lo presenta. Seguiré otro dìa con mi comentario. Saludos.

DUNCAN dijo...

Seguimos con los comentarios:

3. Yo sigo insistiendo en desistir de Heidegger, porque lo que est{a en juego no sólo es un ser abierto a la existencia, es ante todo un ser abierto al paso del tiempo que trata de aferrarse al estar aqui (Being There kierkigardiano). ahora bien no me parece que deberemos abordar el estar conscientes de la muerte para vivir plenamente, de hecho Bergman renuncia a cualquier simplificación generalizadora y nos dice que la vida es muy compleja y que cada cual la enforcará desde el ángulo de las dificultades, de las desdichas, de la alegría pasajera, desde su vida personal, desde su propio conocimiento, sus dudas, sus incertidumbre, desde s desconsuelo...pero justo, el dilema reside en que no hay opciones para escoger y ello debido al tiempo.
¿Recuerdas la canción Et ot noll?
ahi el cantante sueco define de una forma sencilla lo que Bergman trata de decirnos: "cuando ya no hay más que perder las opciones son entre un poco y nada (uno y cero), pero cuando pasa el tiempo la desición ya no es nuestra sino del destino".

4. Bueno yo señale al principo una referencia a la especie y no al genero cuando Bergman señala la incapacidad de objetividad emocional. Pero no hay duda que la situación de opresión, marginalidad, y aislamiento lo padece una mujer que no est´pa de acuerdo con su situación. Creo que es conveniente que leas el libro que está en la línea de Hedda Gabler y la Casa de Muñecas ambos del noruego Henrik Hibsen.

5. Bueno querida, mi horror hacia las feministas sin duda está impregnado de escepticismo y no sólo por las ideas simplificadas que presentan si no por el uso que se le ha dado para justificar abusos y hacerlos pasar poor una pretendida liberalidad. Afortunadamente la mayoría de las mujeres no son feministas y eso es la mejor muestra de su inteñigencia. Mis ataques son contra el feminismo no contra las mujeres y menos a ti.

6. No entiendo ni a ti ni a Heidegger a que se refieren con eso de la "aceptación de la angustia" o bien "que la angustia está reprimida"; y luego mucho menos cuando se afirma que eso es un prerequisito para vivir plenamente o bien que esa represión aleja de nuestra libertad la finitud del tiempo. ¿Me lo explicas con manzanitas?

7. sin duda hay muchas cosas absurdas en la existencia, lo malo es que una gran parte de estas no son tan evidentes y se enganchan a nuestra cotidianidad, a la rutina, a la cosa de todos los días...Algunas incluso forman parte de nuestra sensación de bienestar, del equilibrio, de nuestra forma de ser. El problema es una vez más ¿como hacer para ser objetivos con nuestra conducta sin caer en falsos dilemas o el reduccionismo de las dicotomías?

Gracias por tus comentarios.

Anónimo dijo...

Creo que también tú deberás esperar para las respuestas, que non son pocas, sólo te puedo adelantar que he leído a Hedda Gabler y Casa de muñecas de Ibsen y creo entender por dónde va tu comentario. De hecho es desde Casa de muñeca que arranca toda una corriente a favor de los derechos de la mujer... pero esto es otro cantar.

Yo estaba tomando como pretexto hablar de la angustia, más que de las mujeres y sus peregrinaciones hacia la libertad del género.

Por esto te repito que la angustia kierkegaardiana es fundamental en toda la filosofía de la existencia, que luego trueca con Heidegger, Sartre, Camus y Cioran… y más… y que desde mi parecer ha sido abandonada y está en completa ruina y deriva. Por otro lado, ¿no es así que se siente justamente el ser humano? Pero, lo significativo aquí es que ya nadie se quiere ocupar de estos “pormenores” de la vida.

Yo creo que la manera de ser del hombre y la mujer y más aún del hombre y la mujer juntos, tiene intrínseco una red compleja de líos que tienen que ver con esta fundamental angustia.



Por lo que se refiere a Heidegger, estamos hablando de su metafísica y en esta metafísica Heidegger arrastra al ser y a la nada. Nuestro diálogo debería ahondar partiendo de esta cita:


“Sólo porque la nada es patente en el fondo de la existencia, puede sobrecogernos la completa extrañeza del ente. Sólo cuando nos desazona la extrañeza del ente, puede provocarnos admiración. De la admiración—esto es, de la patencia de la nada—surge el ¿por què? Sólo porque es posible el ¿por què?, en cuanto tal, podemos preguntarnos por los fundamentos y fundamentar de una determinada manera […] la pregunta acerca de la nada nos envuelve a nosotros mismos—a los interrogadores. Es una cuestión metafísica. [que pertenece] a la “naturaleza del hombre”.



¿Entiendes ahora un poco más o un poco menos lo que quería abordar yo? Esta metafísica del ente, nos dice H., no es pues una disciplina filosófica, ni un campo de estudio analítico: “es el acontecimiento radical en la existencia misma y como tal existencia”.



Entonces estoy hablando de un pathos existencial, que va más allá del individuo. Una ruta de la existencia de la cual la filosofía contemporánea no se quiere hacer cargo, y que me gustaría ahondar personalmente. Aunque pensándolo bien, ¿cómo podemos prescindir de nuestra existencia como sujetos para volver objetivo un conocimiento? ¿No somos como espejos que quieren reflejar lo que no pueden entender?

Baste esto para seguir en el diálogo…

DUNCAN dijo...

Hiedegger, por muchas razones ha sido un autor que no me parece tan importante...si acaso lo es será porque la gente que lo ha glosado y que lo conoce de cerca ven en él un fósil de la vieja dignidad teutona, un profesoer que va más allá de sus contemporáneos. Sólo equivalente al otro gran contemporáneo de su tiempo, estudioso de nietzsche, e intelectual que se mantuvo digno en medio de la locura del nazismo.

Pero bien, vayamos a tu cita, primero habrpa que ubicar a tu Heidegger en la línea de la reflexión metafisica, es decir la ciecia de las esencias y la representación sensible o subjetiva. El ser es el ente pero el ente no necesariamente es el ser. El ser no toca los dos esenciales de la filosofía, Tiempo y espacio, por lo que el ser se circuscribe a su posibilidad real dentro del parámetro de los dos esenciales: ya sabes Dazein=ser ahí, aunque en alemán esto más bien es una preposición que subyara posibilidades reales, condiciones reales de existencia. La vinculación esencial de los entes es el ser o sea el Gleichstalung (que después utilizarían los nazis para caracterizar el nacimiento de la raza aria). El movimiento dialectico de los escenciales con relación al ser genera superposiciones síntesis-antitésis, así la antitesis del ser es el no ser o sea la nada, la negación absoluta que no tiene centralidad y cuyos bordes son la nada misma. La esencia del nihilismo nos dice Heiddeger es la nada que se supone está en la esencia del todo y que se manifiesta como ausencia u olvido. En el campo perceptivo la ausencia de la forma (Gestalt) supone la emergencia de la nada o bien una sensibilidad que se angustia ante lo inefable, como una especie de reacción de sorpresa, de descentralidad, de extrañeza y rareaza ante el mundo. Si eso explica el arrastre del ser o su declinación hacia la nada, no implica necesariamente su pertenenecia o su pretendida territorialidad. A menos que tu digas lo contrario o que como sucede se sobreinterprete lo que Heidegger quezo decir con su metafisica. ¿O no?