martes, septiembre 12, 2006
APROXIMACIONES A MURMULLOS DEL PÁRAMO
APROXIMACIONES A MURMULLOS DEL PÁRAMO
LA VERSIÓN SONORA DE JULIO ESTRADA DEL MUNDO ESPECTRAL DE JUAN RULFO.
Jorge Antonio Díaz Miranda
[8/sept/2006]
El arte no consuela ni hace feliz a nadie. El arte se arrastra lánguidamente como una perversión, se repite con aplicación sobre un teatro, se hecha de golpe fuera del cubilete de los dados con los que juega Dios… Y cuando el azar, el teatro y la perversión entran en resonancia; cuando el azar quiere que entre los tres haya resonancia entonces el arte es un trance, y entonces, y sólo en este caso lo que nos muestra vale la pena porque es el producto de un sueño: quimérico, irreal, pero verdadero , un pasajero desarreglo de los sentidos para penetrar a un saber distinto, ignoto. [vid. nota 1]
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Múltiples sonidos confluyen en el eco: voces murmurantes, el gemir del viento, graznidos lúgubres, vacío y silencio. De hecho el silencio es el contexto, la dimensión, el universo, origen virtual, tinglado, escenario, el verdadero sentido que otorga identidad a la muerte. Luego vienen los planos, las perspectivas, las luces, las expresiones, el desfile de cuerpos inquietos sorprendidos en su agonía, y el tiempo atrapado en una circularidad que en cada vuelta se va estrechando…¿Qué es un fantasma? un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez.
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Murmullos indefinidos, quiero decir sin identidad, sin fuente, sin rostro, sin sujeto. ¿Quien dijo eso de venir a Comala para buscar a su padre, Juan preciado, Juan silencio, Juan nosé Rulfo, Juan sin miedo, Juan el que ya no es, Juan el que es (¿pero quien es?)?…un yo lleno de aniquilación y vacío, transparente como sugiriendo que la muerte nos arrebata la voz, la mirada, el color, la expresión y hasta el dolor.
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Tiempo y espacio encriptados en una especie de autoreferencia eterna: recuerdo, olvido, nada, el muerto nada sabe del momento después de su desaparición y tal vez mucho antes, ayer, hoy, y mañana nada significan, pero en la muerte el discernimiento de estas dos dimensiones es insustancial, de la misma forma, él, yo y nosotros, no son más que halos de inútil soberbia para defendernos del olvido.
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Murmullo que se elevan en una súplica como testimonio de su insatisfacción, del abandono de Dios, de la resignación que viene tras la desesperación; murmullos, murmullos, que ilustran la tensión entre el sujeto que lucha desesperado por conservar su vida ante la inminencia del fin y la contundencia del memento mortis que le arranca de la garganta estertores, ruidos guturales, gemidos, aspiraciones, y el último soplo vital que se diluye en la oscuridad.
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Observaba un oscuro y macabro Manuel Acuña que los muertos lloran abundantemente, pues saben que ya no despertaran jamás a una mañana de rocío, a la brisa del atardecer, a la calma nocturna de una oscuridad con luna… ¡como lloran los muertos¡, talvez por eso su última voz se parezca a una letanía, un dolor detenido en un momento como la expresión en una fotografía. Pero, ¿cómo harán los vivos para escuchar la voz de los muertos, única, impersonal, asexuada, indefinida?, quizá soñando, porque en nuestro interior quedó un registro preciso de los tonos y las modulaciones de los desaparecidos, ecos de un mundo extinto, atemporal, desmembrado, hecho de retazos de canciones, de conversaciones, de dichos truncados, de ilusiones sin esperanza, de una paz lejana a la que nunca llegaremos mientras estemos vivos: No vale nada la vida …comienza siempre llorando y llorando pronto se acaba.
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Murmullos del páramo[vid. nota 2] es el testimonio de una catástrofe interior expresada mediante una propuesta innovadora que reúne la opera, la música sinfónica, el teatro, la danza, la poesía, y su innovación consiste en sedimentar sistemáticamente la identidad y los cánones de cada una de estas expresiones artísticas. El ethos resultante es una no estructura donde el tiempo y el espacio son alterados arbitrariamente y comprimidos a una circularidad de contingencias que se van acumulando hasta derrumbarse en la disfuncionalidad de una cama donde se acuesta la locura y el descanso no llega, y la desesperación despierta a la desolación; altar de sacrificio para ese cuerpo que se agotó de existir y ha optado por el suicidio –sacrilegio máximo- como solución final.
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Los murmullos no mueren, son los vestigios de las almas que no cesan de reprocharnos su muerte, el olvido, su desaparición. Encerradas en el no espacio del olvido al no me acuerdo, estas almas habitan nuestros sueños y escinden nuestra personalidad en la medida en que la soledad y el envejecimiento nos hace vulnerables, en la medida en que nos acercamos al desfiladero, o en la medida en que la ruina, el polvo y la oscuridad nos den alcance: hay pueblos que saben a desdicha, se les reconoce por el viejo aire pesado y decadente que los rodea, su aspecto tumulario exhibe abandono.
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Música minimalista para el descenso fúnebre a las sombras, canto gutural, suspiros, voces deformadas, lejanas, personajes evanescentes en el juego policromo de luz. Tensión y contrapunto, tonalidades agudas y susurros en la oscuridad, espadas de fuego que bajan hasta la boca del infierno donde un mar de sábanas se agita en el fuego de una pasión truncada, la de Eva-lilith-Susana que padece en el cuerpo los estigmas de la histeria, ella, Andrómeda, se niega a ser redimida por la hipocresía y la intolerancia, ella, la puta sedicente que abre sus piernas para ser poseída por el demonio. Éxtasis fatal, rapto ígneo, su mente gira vertiginosa y su cuerpo se lanza en caída libre hacia el abismo: su intensión es determinante, su cuerpo gime y se resquebraja, su cuello níveo se quiebra ante la fuerza de la soga que es también su ultimo contacto con el mundo, y yace suspendida como una mariposa disecada que en su apoteosis confirma la irrupción del fin del mundo.
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Comala es el infierno sobre la tierra, la evidencia contundente de la impiedad de Dios, el producto de su irá extraviada. Todo se origina de la nada y todo regresa a esta.
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… Rezaste y no obtuviste consuelo,
era estéril la tierra prometida,
tus hijos crecieron aferrados a raíces muertas,
y fueron tantas las lágrimas,
e inmenso el dolor…
todo en vano a cambio del horror.
[México D.F., 8 de septiembre de 2006]
Notas
1. Se trata de una perífrasis inspirada en las bellas palabras que Michel Foucault plasma en su libro Theatrum Philosophicarum comentando un libro de Gilles Deleuze. En el original Foucault elogia al acto de pensar fuera de las restricciones que impone un sistema lógico. Al autor de estas aproximaciones le pareció que tal ejercicio intelectual, insólito e irrepetible, sólo puede derivarse del arte y sugiere que justamente este tipo de pensamiento no-lógico es la fuente creativa de la propuesta sonora-escénica Murmullos del páramo: un efecto fractal derivado del azar sería una definición de Murmullos… donde la secuencia es una estrategia desesperada del yo para orientarse en medio del caos, no obstante, el resultado es azaroso, indeterminado, ligado fatalmente a las emociones, una sensación de vértigo que impone la sombra de lo desconocido, lo oscuro, la muerte. La perversión, para este caso se refiere a esa obstinación de mostrar la oscuridad de la forma más cruda, más directa, sin previo aviso, sin indicios de su irrupción, especie de foliè e deux donde actores y público se vinculan a través de la angustia y la locura que provoca lo desconocido.
2. Murmullos del páramo: Julio Estrada compositor y director musical, Sergio Vela director de escena, Fátima Miranda soprano, Ko Murobishi danza butoh, Neue Vocalsolisten, Ko Ishikawa shó, Mike Svoboda trombón, Magnus Andersson guitarra, Stefano Scodanibbio contrabajo, LlorenÇ Barber ruidista, André Richard diseño de espacio acústico. Presentación en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario de la UNAM el 8 de septiembre de 2006.
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