viernes, junio 09, 2006
HERMAN BROCH:EL DESESPERANZADO Y CONTRADICTORIO SENTIMIENTO ASHKENAZI
HERMAN BROCH:EL DESESPERANZADO Y CONTRADICTORIO SENTIMIENTO ASHKENAZI
JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
[MÉXICO:2006]
Viena, 29 de julio de 1938. Quizá sea peor hoy que en los tiempos de Babel donde lo único confuso eran las lenguas. La lengua común de la modernidad está vacía de sentido, blanqueada de contenido, es plana y obtusa, no dice nada, sólo refleja una y otra vez angustia, indiferencia, esquizofrenia, como si Babel estuviera deconstruyéndose al revés. La sombra esta cerca, la guerra se cierne, las voces histéricas estallan anunciando el Ansch-luss que viene. Ante los portales de un nuevo exilio, Broch se siente perdido, como hace 20 años cuando enfrentado a su padre: perseguido, vigilado, humillado, como una presa acorralada, paralizada por el terror, a merced de sus captor. En esta noche de sangre y humo, de camiones militares, de insignias y fanatismos, Austria se hunde en su balbuceante agonía aderezada de vals, aderezada de superficialidad. No hay nada que hacer, sentenció Broch renunciando con ello a cualquier partida heroica, asumiendo para si el rol del más débil entre los débiles, él, el sonámbulo entre sonámbulos, él, el más inocente de los inocentes.
En esta babel apocalíptica la autobiografía no tiene la menor importancia, como si el juicio lapidatorio de Ernest Mach tuviera vida propia, en contra, incluso, de la pretensión de su autor, para quien el yo es una hipótesis inútil, por tanto, los actos humanos individuales no poseen la menor relevancia para la historia, así, el único territorio deontológico donde la individualidad tiene cabida, es el de un sujeto subrogado a los problemas de su época. Broch parece estar de acuerdo, piensa que lo único que se puede decir de figuras como él o sus coetáneos Kafka y Musil, es que han vivido y han escrito y eso es todo.
Sin embargo las reminiscencias de su infancia vuelven una y otra vez como suaves olas de un mar de nostalgia en un eterno retorno de sensaciones funestas: la presencia de lo siniestro, el hiriente sarcasmo, la desesperanza ante un destino que no redime, que no expía, que no brinda posibilidad alguna de revancha. los celos casi me matan, las fantasías de suicidio aparecieron desde mi niñez…desde entonces huyo. He aquí el fundamento pesimista de la visión brochiana, su mirada retrospectiva, su expresión más sombría, el sentir del artista entrampado por las mistificaciones freudianas anhelando nacer otra vez; Broch encarnando el papel del eterno judío errante que no puede morir. Esta sensibilidad “desquiciada” es también el sello personal del nihilista por antonomasia, Hugenau, el arquetipo del hombre moderno sin atributos, atrapado y extraviado en el realismo de un cambio de épocas, vacío, desnaturalizado, el perfecto asesino al que no incomoda el evidente ascenso del mal gusto (Kitsch) encarnado en los pontífices del momento: Hitler, Kart Lueguer y Guillermo II.
El eje argumental de la obra brochiana, en su conjunto, es el de la identidad perdida de los individuos, el derrumbe del vetusto edificio de la civilización europea, pero eso no es todo, es también la denuncia en tercera persona de los procesos de exclusión y marginación que utiliza una sociedad decadente, la cual destruye todo lo que no es capaz de incorporar y asimilar.
Obsesionado con la degradación social de los valores, disgustado con la historia, Broch adquiere la altura del demiurgo profeta que sabe leer correctamente y por anticipado los signos que anuncian hundimiento de Europa: la perdida de los valores fundamentales de la sociedad mitteleuropea, la supresión de la reflexión a favor de la racionalidad artificial, la negación de la vida humana, y la imposición de la muerte a través de la monopolización estatal de la violencia. Para contrarrestar los efectos insalubres del miasma recurrente de la decadencia, Broch prescribe al enfermo - y éste es justamente el alegato temático que define el tercer volumen de Los Sonámbulos-, la asunción de un valor ético, absoluto y trascendente, es decir un nuevo imperativo categórico donde la vida humana posee una dimensión única y donde el asesinato significa la negación de este valor.
En el Tractatus del primer Wittgenstein, Broch encuentra una certeza: el arte y la literatura son los espacios donde el tema central de la filosofía, es decir la vida y sus múltiples sentidos, puede y debe aclararse legítimamente.
Pese a tanto desencanto, Broch se propone atesorar la memoria, la continuidad de la cultura europea y el rescate de sus mejore momentos: el renacimiento, la Ilustración, el siglo de las luces, la revolución industrial. El sustento de su pensamiento político es la historia, y la historia como quehacer inmanente de las sociedades modernas es una reflexión sobre la relación entre la justicia y el poder. La fundación de una sociedad nueva requiere de la demolición de las falsas incertidumbres ideológicas, y la emergencia de un orden horizontal donde los sujetos posean una participación activa, abierta, inteligente, sensible, para asumir como un bien común la democracia y el bienestar. El riesgo de esta conversión es derivar a otro tipo de sociedad cerrada, dictatorial y opresora, en otras palabras la inversión de los fines de la razón, trasmutada en un instrumento de opresión, emplazada sólo para reducir o ocultar la realidad, como lo planteaba Freud en su ensayo el malestar de la cultura.
Pero no es el mero avance del conocimiento, ni la prosperidad económica de las naciones, ni el parlamento, los que por su mera existencia traerán bienestar, libertad o democracia, para ello habría primero que definir un marco de ideas tomando como base la Ética. Pero la reflexión ética no deviene de la especulación filosófica, por lo menos no de lo que a finales del siglo XIX y principios del XX se entiende como doxa filosofica, más bien se genera de la praxis artística, de esta manera Broch propone el campo de las artes como espacio propicio, neutral y objetivo para discutir con legitimidad los problemas de las sociedades, sus valores, su cambio. Renunciar a la capitulación, la repetición o la mera imitación es profundizar en la sensibilidad, ampliar los horizontes de la creación, es discernir entre el la forma y el fondo. Se cierra así el cinturón de su propuesta, toda practica literaria esta orientada a la reflexión filosófica, la creación artística es la creación de nuevos valores, el arte es la conversión de la realidad en imágenes, el arte es el espacio objetivo para la generación e intercambio de ideas, en este espacio ideal ejemplo del paraíso en la tierra las letras son la piedra filosofal de la cultura.
Estas ideas ilustran en lo general las preocupaciones de Broch a principios del siglo XX y deben entenderse como una crítica y una disensión con la sociedad de su tiempo, tiempo de pedante eclecticismo, de falso barroco, de falso renacimiento, de falso gótico. Sin duda esta posición radical esta dirigida contra la cultura oficial del imperio, contra Viena, su capital política, considerada la del vacío de los valores. Este vacío es el signo revelador de la perdida de la realidad por parte de una sociedad que cada vez se encierra más entre las murallas de un castillo. Para Broch no hay inocentes, ni ingenuos, la mediana burguesía, pusilánime, gris de ideas y lenta de pensamiento hace posible el asenso de personajes como Adolf Hitler.
Jorge Antonio Díaz Miranda
08 de junio de 2006
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2 comentarios:
Me encantaria ,tu sabes tanto de historia,que me escribieras algo de la epoca templaria,de sus codigos de honor ...
Como pido,verdad? asi me culturizo,me interesa escribir so,bre ellos,de echo lo intento ,pero mejor si me culturizo,jajaja (ya leo libros,ya...)
Besitos de esta dama sombria.
>Cristi
Comentarios al escrito “Hermann Broch: El desesperanzado y contradictorio sentimiento azkenazi.”
de Jorge Díaz
Más que verter comentarios sobre el escrito de Hermann Broch, se busca distinguir ideas potenciales en su narrativa. Un escrito, por lo menos desde mi punto de vista, es una de las formas de abrir nuevas direcciones de pensamiento que reformulen la «realidad experimentada». Por eso es que no hay nada que hacer (p.1) hace pensar en aquello que precisamente representa lo último que todo ser humano, como ser individual, «siente» al presenciar el camino seguido por una colectividad humana: la decadencia inminente.
Broch, un sujeto subrogado a los problemas de su época, reconoce sus propias limitaciones. Aunque esto sea sólo para emitir un razonamiento proveniente más de una postura subjetiva y no tanto racional. Es decir, persiste en él una «carga emocional» originada en los primeros momentos de su vida, pero a manera de un recuerdo que consigue vivir paralelamente: sujeto y existencia.
Es cierto que Hugenau podría personalizar al hombre moderno sin atributos de aquella época, lo que permitiría suponer la presencia de cambios sociales, o formas culturales, según Spengler, que sólo personas como Broch lograron «verlos» como nubes negras en el cielo que presagiaban la llegada de una terrible tormenta, no sólo en el imperio austro-húnguro, sino en todo occidente. Pero aun sin cualidades como lo traduce Ponce, creo que hace un llamado, a través de su literatura, a la sociedad sobre aquellas condiciones socioculturales que condimentan y hacen posible el arribo de personajes capaces de crear “heridas irreparables a la civilización humana.
Queda incompleta la opinión sobre la pérdida de los valores fundamentales de la sociedad por la complejidad que representa su abordaje, sin embargo, me atrevo a comentar la existencia de lo que hay en el fondo de la forma racional que “impera” en nuestra época contemporánea: un vacío generalizado. También podría suceder que la vida del ser humano ha sido transformada en un número o, quizá, sería preferible decir, sino es que más preciso, un dato. Pero todavía sería provisorio decir que esto es reflexivo, es cuando menos un “pincelazo” que quiere ser argumento.
El arte como espacio de vida. Sí, también puedo decir poco al respecto, pero no dejaría pasar la ocasión para manifestar mi aprobación y convencimiento de que esto es cierto, con todo y lo que significa este parecer. Sólo que el arte, en sus diferentes manifestaciones, entre ellas la literatura, son una “sustancia potencial” de ver al mundo, en donde estamos y somos, de otra manera, sino es que de muchas maneras. Digo esto porque puede ser, de hecho ha sido, uno de los gérmenes o vías que originan “detonaciones” sociales, políticas, culturales, económicas y, por qué no, armamentistas.
Derrida señaló, en una de sus obras, que la línea que divide nuestra realidad con las otras realidades, las cuales son generadas por aquellas «tecnologías del yo» de Foucautl es tan tenue y tan imperceptible que resulta casi imposible percatarse de ella. Si esto es cierto, sólo por el momento por lo que dure la lectura de este breve texto, creo que es creíble pensar como lo dijo Broch, aclaro que “digo pensar como lo dijo”, porque difícilmente podría pensar como él, en la existencia de espacios donde coincidan las formas creativas del hombre como el campo de las artes.
Es posible concluir parcialmente esta réplica con un intento de reflexión más personal que de otra manera no contemplada por el momento. Si el arte es imagen y ella encarna un «mensaje» que ya se originó, puesto que nada es espontáneo, que va en alguna dirección y, muy posiblemente, pretende conseguir «algo», seguimos rezagados en conseguir su comprensión, ha no ser que esto le suceda y, por consecuencia, sea experimentado sólo en algunos segmentos de la sociedad. Lo que podría explicar una parte importante de los fenómenos socioculturales (hambre, miseria, guerras, epidemias, deshumanización) sucedidos desde aquella época de Broch, hasta nuestros días.
Modesto Avelino
Junio 11, 2006.
Cuernavaca, Morelos.
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