Jorge
Antonio Díaz Miranda
Julio
2014
La guerra no es un juego,
pero la imaginación de los niños y su fascinación por los artefactos bélicos
hacen que lo parezca. Los juguetes que imitan sistemas de armas como tanques, ametralladoras,
obuses, barcos artillados o misiles, vinculan a los niños con el temible mundo
de las tempestades de fuego. Los registros arqueológicos indican que al menos
desde el año 2000 A. C., el hombre ha construido réplicas en miniatura de
guerreros, caballería, naves, espadas, lancetas, hachas y artilugios que han
servido como juguetes para los niños de distintos estratos sociales. La guerra
concita una pasión inusitada en la infancia y sus objetos vinculantes concitan
furor y preferencias en niños y niñas. De forma casi paralela la literatura de
estilo épico, desde (La Iliada de Homero hasta Little Wars de H. G. Wells)
y las películas de guerra, constituyen objetos demandados por los niños de la
modernidad. Un apartado único lo constituyen los Video War Games para Xbox,
cuya parafernalia de gráficos 3D, sonido sorround envolvente y realismos de
operaciones de asalto terrestre, bombardeo aéreo, guerra submarina, batallas
navales o intercambio de fuego de artillería, mediante sofisticados sistemas de
simulación para armas de última generación como los drones; conforman un
mercado imponente en geométrica expansión.
Volviendo
a los juguetes y su preciosa artesanía –que la tecnología y el mercado van dejando atrás como
anacronismos-, los niños siguen buscando estas artesanías industriales, las
cuales han logrado un nivel de refinamiento con las miniaturas Halo,
cuyos constructores están orgullosos de precisión milimétrica de sus modelos. Qué
lejos están los tiempos victorianos en que los juguetes bélicos provocaban
escándalo y horror, pero para fines de un entendimiento global y realista del
mundo es bueno que eso suceda, pues la hipocresía de la moral burguesa o
aristocrática enajena, fanatiza y encubre un conocimiento al que los niños
también tienen derecho de acceder. El juego, nos dice Johan Huizinga, es la
forma que tienen los niños para entender el mundo, y, agrega el autor de estas
líneas, nunca será suficiente el número
de artefactos de mediación para que la comprensión del mundo realmente ocurra. Juguetes
baratos o juguetes caros, no son limitantes o potenciadores para los alcances
inmensos de la imaginación infantil. Cuando los niños entran en contacto con
los juguetes de guerra, su imaginación se arraiga y puede procesar situaciones
de su contexto para lograr un entendimiento pleno. En la guerra de la ex
Yugoslavia, los juguetes de guerra constituían excelentes objetos terapéuticos
para disminuir el estrés de la infancia o amortiguar el impacto traumático. Para
los adultos esto puede parecer horrendo, como una “degeneración” del sentido
moral o una temprana deshumanización, pero la realidad es más compleja que
cualquier prejuicio políticamente correcto. Durante el período de la Gran
Guerra (1914-1945), en Europa se fabricaron juguetes con una inventiva una
tanto macabra, por ejemplo, el rompecabezas Get
Ride of the Huns (deshazte de los hunos), un mazo de naipes dibujado por
los presos de Buchenwald, una casa de muñecas diseñada para entrenar soldados
en el combate, el primer tanque Louis Marx que representa la novedad en la
transfiguración de la caballería y la infantería en un sólido y férreo cuerpo
mecanizado, la limusina del Fürher hecho en hojalata con todas las insignias
rituales del Tercer Reich (fabricado por cierto por una compañía judía), una
formación francesa de cuchilleros o liquidadores (que eran formaciones que se
encargaban de liquidar a los heridos sin esperanza de sanar, en el campo de
batalla).
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