viernes, julio 11, 2014

DOS VISIONES BREVES DEL CARNAVAL DE RÍO


DOS VISIONES BREVES DEL CARNAVAL DE RÍO
(CON GALERÍA EXTENSA)
Primera parte


JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Julio 2014


I. La alegoría profana de Gargantúa y Pantagruel

Dos visiones distintas de mirar coexisten en la modernidad. Una oficial, normativa, racional o prescriptiva. Otra, irreverente, contestataria, desmitificadora, provocativa, sensual. La primera se ensambla a partir de imperativos categóricos, la razón, la moral, el Estado, la religión… la segunda en la antítesis de cada uno, pero sin llegar al extremo del nihilismo. El carnaval, síntesis festiva de la segunda visión, es una construcción plurisecular que desautoriza la injerencia de la divinidad en los asuntos mundanos, marcando una frontera severa entre el qué hacer en vista de la brevedad de la vida y la supuesta trascendencia de cualquier sistema moral.  Los principios no pueden regir el pulso de la carne. El miedo místico, de terribles ángeles y soberbios demonios se conjura materializándolos a todos, en la confección de una interdiscursividad profana, en donde la música y la danza, exaltarán la belleza de los cuerpos, desde lo risible. El carnaval es la epifanía de la sensualidad, la explosión del erotismo en cientos, quizá miles, de matices distintos cada uno de los cuales alude inconfundiblemente, humores, deseos, objetos, humedades, sabores, sudor, formas opulentas, hendiduras, vida, alegría, multiplicación. Los ornamentos son alegorías sincronizadas con los mitos de la modernidad, desacralizados a través de elementos epicúreos como la orgía y la ebriedad. La supremacía realista del vientre del pobre y el tremendo desamparo que existe en la simpleza humana de la cintura para abajo. La celebración de la deformidad, el triunfo de la risa, de la humildad de los humores el cuerpo sobre la falsaria racionalidad, el dominio definitivo de los placeres sobre los sórdidos y vacíos oficios religiosos del catolicismo. El imperio de  flatus  vocis  y el instinto, sobre los monstruos que ha engendrado el sueño de la razón. Una tradición de la estulticia inscrita en la línea de Erasmo, Rabelais y Goya, cuyas obras no ocultan el idiotismo oculto en cada formalidad autoritaria, en cada figura pontificia, desde el rey, sus testaferros, los gobernantes y el papado que  violan niños y muchachas vírgenes,  se acuestan con prostitutas o éfebos, amparados en la inmensa secresía de la discriminación y la vulgaridad  más frívola y abusiva. Entre lo sagrado y lo profano hay una tenue línea de separación y es una cosa o la otra dependiendo quién tiene el poder. No cabe duda que el carnaval es un disparo a la sien de la formalidad. La plataforma de los excesos es el humor y la risa, reunidos en la superficie sinuosa de lo grotesco. Un armazón dislocado de símbolos para huir de la ausencia y el olvido. Como todas las festividades cercanas a lo sagrado, el carnaval deforma con base en un criterio dionisiaco, referencias trascendentes: los ciclos de la vida, la muerte, la renovación, el principio y el fin en una circularidad que se muerde la cola como una mantícora, el futuro que llega como un eco lejano del aleteo de horribles gárgolas, anfisbenas y ciélagos hediondos… con la penetración breve del populacho al país de jauja, donde árboles rebozan miel, y queso, y vino, carne que crepita en el vivac de vencidos mercenarios para ser devorados por los hambrientos, montañas de tartas deliciosas. El realismo de lo grotesco invierte brevemente la realidad haciendo que el margen se convierta en centro. La desproporción, el cargado ornamento, las dimensiones agigantadas, el colorido chillante, los rostros con terrible expresiones exageradas, forman parte de una liturgia de la risa, un nihilismo reactivo que opta por tomar parte del lado de los vencidos, en el sentido poético del desencanto del bardo germano, Heine.                       
             












































































         

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