JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Julio 2014
No por repetir frecuentemente una mentira, se transmuta en verdad. Los inchas invaden páginas de diarios deportivos para expresar perogrulladas tipo "América para los americanos", máxima histórica del imperialismo yanqui cuando la moda decimononica era inaugurar repúblicas bananeras. Apelando a una utopía de unión latinoamericana los comentaristas toman sus deseos como oráculo y declaran anticipadamente a la Argentina como campeón. Las pruebas que presentan son incontrovertibles, según ellos: "la gran potencia sudaca", "el orgullo de ser che", "el coraje gaucho" o el pastelazo traído de los pelos sobre "la fuerza del barrio". Puras coguyas que desde la desmemoria olvidan el mediocre desempeño de los once de Sabella. Argentina, al igual que Brasil está en un baluarte por el que no luchó demasiado. El juego contra Holanda fue un despliegue para ver quien era más aburrido y dejar la moneda en el aire. De hecho, fue uno de los primeros efectos traumáticos de la goliza a Brasil. No es lo mismo ganar por el desenlace azaroso de penales, a pasar con una consistencia opresiva que borra del mapa al rival aunque tenga sobre sus hombros cinco campeonatos del mundo. La maquinaria alemana a veces actúa con inconsistencias, pero su recuperación es demoledora, con una idea temible de atacar todo el tiempo sin ponderar que el otro también lo haga. Hoy por hoy Alemania es mejor equipo que Argentina, hombre por hombre, trazo por trazo táctico, área por área. Mientras que la Argentina, sólo es el tango de un sólo hombre a la ofensiva, Messi y de un portero poco requerido que si ataja penales, Sergio Germán Romero, en la defensa. La medianía se inflama un poco cuando Masherano e Higuain se acuerdan que saben jugar fútbol. Entonces, el pronóstico del próximo domingo, por más tinta que agreguen necios panfletarios y los vividores de la coba periodistica, es a favor de la consistencia y del juego de conjunto, renglones en los que Alemania posee tablas, ideas sólidas y creatividad. Desde luego, las pifias arbitrales, el jolgorio de los simuladores (de lo que Argentina es depositario), los extras de poder fuera de la cancha, etc., pueden torcer los destinos y hacer que lo impensable pase. Pero eso es justo lo interesante de este mundial: la hipótesis de lo incierto aún mantiene vigente la emoción del fútbol moderno...
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