jueves, julio 17, 2014

DALLAS BUYERS CLUB


DALLAS BUYERS CLUB


JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Julio 2014


I
En los violentos fulgores de la primera mitad de los años ochenta,  Estados Unidos es sacudido por una cruel emergencia sanitaria que colapsa sus servicios de salud en Texas, los Ángeles California, New York, Washington y otras ciudades importantes de esa nación. Ante las nuevas epidemias, los prejuicios siempre van por delante y más cuando se trata de una enfermedad  cuya vía principal –que no la única- es la sexual y peor aún si los primeros reportes médicos que se filtran a la prensa internacional sobre la extraña enfermedad, la asocian con la comunidad homosexual. El Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (AIDS por sus siglas en inglés), entra pisando fuerte como un carnaval de tragedia apocalíptica, que va acumulando ausencias con cuerpos agotados por las múltiples enfermedades oportunistas que meten una goliza al desvanecido sistema inmunológico. Pero en todo caso, son los sucesos de escándalo mediático y no la gravedad del síndrome (agravada por la rapidez con la que se disemina), lo que dispara las alarmas en todo el mundo: el deceso del actor Rock Hudson y su oculta militancia homosexual, la desaparición de Freddy Mercury cantante del grupo de rock Queen, y, en Brasil la muerte de Cazuza vocalista del grupo de funk-rock Barao Bermelho. En esos años, la perpleja comunidad científica estadounidense hacía esfuerzos sobrehumanos por describir al agente infeccioso que es clasificado como un virus inédito capaz e instalarse en las células y permanecer allí por años antes de manifestarse, de tal modo que un individuo portador que ignora su condición es un potencial agente infeccioso. Por esta condición y otras provocadas por el virus de inmunodeficiencia, Harvey Fineberg se expresaba así de la enfermedad, hacia 1988: “El VIH es un virus insidioso. Corrompe los fluidos vitales, convirtiendo la sangre y el semen, de fuentes de vida, en instrumentos de muerte” (Scientific American, vol. 259, núm. 4, octubre). Fue en el año 1984 cuando se establece en firme que la enfermedad no era exclusivamente de homosexuales y en 1985 alcanza plenamente el sector heterosexual instalándose como una pesadilla en los hogares decentes, golpeando cruelmente a las amas de casa desprevenidas ante la doble vida promiscua que llevan sus parejas masculinas, que no se protegen en sus correrías extramaritales.  

II
En el contexto esbozado arriba, se inscribe El Club de los Desahuciados dirigida por Jean Marc Vallée. La película cuenta la historia de Ron Woodrof (Matthew McConaughey), electricista y cowboy de rodeo, hacia 1985. Ron tiene una vida agitada como montador super estrella, con una agenda abultada de “polvos ocasionales” con féminas ponedoras, cautivadas por su personalidad viril. Un día en el hospital, después de sufrir un desvanecimiento, The iron man Woodroof es diagnosticado como seropositivo y en virtud de su quebrantada salud, el médico que lo atiende  pronostica que le quedan solo treinta días de vida. No obstante el demoledor diagnóstico, el bronco cowboy no admite el desahucio de la medicina oficial y comienza por su cuenta una investigación intensa para saber qué es y cómo puede tratarse AIDs. El resultado de sus pesquisas revela la falta de tratamientos y medicamentos aprobados en los Estados Unidos. Revela el gran negocio que montan los laboratorios y compañías farmacéuticas aprovechando la emergencia sanitaria, (bendecidos, legalizados y autorizados, por los reguladores de la FDA, quienes tienen una visión pro-empresarial como la de su jefe máximo, el neo con Ronald Reagan). Revela que los médicos no tienen escrúpulos para probar medicamentos agresivos en enfermos de SIDA, como el AZT, que acelera su deterioro y los enfila directo a la muerte. Ante este panorama desolador, Ron cruza la frontera sur hacia México buscando tratamientos alternativos y medicamentos efectivos pero inocuos. Los encuentra en una clínica apócrifa dirigida por un médico al que le han retirado su licencia profesional. La mejoría notable de salud que experimenta el cowboy y el haber rebasado el plazo de vida, le muestran la efectividad del tratamiento aunque ninguno de los medicamentos está autorizado en los Estados Unidos. La idea consecuente que tiene es introducir de contrabando los medicamentos que a él le han funcionado, para venderlos a la comunidad seropositiva. En el camino se asocia con un homosexual (Jared Leto), que le abre las puertas a la comunidad gay, que lo apoya con generosas aportaciones para la fundación del Dallas Buyers Club, asociación pionera de la sociedad civil que busca métodos alternativos para el tratamiento de la enfermedad de la inmunodeficiencia adquirida, al margen de la FDA, de las farmacéuticas y de la comunidad médica oficialista. La historia de Woodroof se cuenta con una intensidad sostenida. Las actuaciones son elocuentes y persuasivas. El guión es implacable, irreverente y desafiante. La personalidad de Woodrodf es seductora pues no se pasma en la contemplación de su propio martirio, se mueve con una fuerza irreductible y una dignidad que lo aleja del lugar común de la víctima. No es la historia de un mártir, sino la de un hombre visionario que derribó la sentencia de muerte de una burocracia poderosa, para abrir las puertas de una esperanza de vida para todos aquellos atrapados en las garras de la pandemia. Sus viajes a México, Japón, Medio Oriente, etc., revolucionaron la autogestión social de la salud pública, haciendo ver el medicare como lo que en verdad es, un negocio turbio al que sólo le interesa sacar el mayor provecho económico posible de la tragedia de los enfermos (Michael Moore dixit).


                                                                                                      

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