DALLAS BUYERS CLUB
JORGE ANTONIO DÍAZ
MIRANDA
Julio 2014
I
En los violentos fulgores de la primera mitad de los años
ochenta, Estados Unidos es sacudido por
una cruel emergencia sanitaria que colapsa sus servicios de salud en Texas, los
Ángeles California, New York, Washington y otras ciudades importantes de esa nación.
Ante las nuevas epidemias, los prejuicios siempre van por delante y más cuando
se trata de una enfermedad cuya vía
principal –que no la única- es la sexual y peor aún si los primeros reportes
médicos que se filtran a la prensa internacional sobre la extraña enfermedad,
la asocian con la comunidad homosexual. El Síndrome de Inmunodeficiencia
Adquirida (AIDS por sus siglas en inglés), entra pisando fuerte como un
carnaval de tragedia apocalíptica, que va acumulando ausencias con cuerpos
agotados por las múltiples enfermedades oportunistas que meten una goliza al
desvanecido sistema inmunológico. Pero en todo caso, son los sucesos de
escándalo mediático y no la gravedad del síndrome (agravada por la rapidez con
la que se disemina), lo que dispara las alarmas en todo el mundo: el deceso del
actor Rock Hudson y su oculta militancia homosexual, la desaparición de Freddy
Mercury cantante del grupo de rock Queen, y, en Brasil la muerte de Cazuza
vocalista del grupo de funk-rock Barao Bermelho. En esos años, la perpleja
comunidad científica estadounidense hacía esfuerzos sobrehumanos por describir
al agente infeccioso que es clasificado como un virus inédito capaz e
instalarse en las células y permanecer allí por años antes de manifestarse, de
tal modo que un individuo portador que ignora su condición es un potencial
agente infeccioso. Por esta condición y otras provocadas por el virus de
inmunodeficiencia, Harvey Fineberg se expresaba así de la enfermedad, hacia
1988: “El VIH es un virus insidioso. Corrompe los fluidos vitales, convirtiendo
la sangre y el semen, de fuentes de vida, en instrumentos de muerte”
(Scientific American, vol. 259, núm. 4, octubre). Fue en el año 1984 cuando se
establece en firme que la enfermedad no era exclusivamente de homosexuales y en
1985 alcanza plenamente el sector heterosexual instalándose como una pesadilla
en los hogares decentes, golpeando cruelmente a las amas de casa desprevenidas
ante la doble vida promiscua que llevan sus parejas masculinas, que no se
protegen en sus correrías extramaritales.
II
En el contexto esbozado arriba, se inscribe El Club de los
Desahuciados dirigida por Jean Marc Vallée. La película cuenta la historia de
Ron Woodrof (Matthew McConaughey), electricista y cowboy de rodeo, hacia 1985.
Ron tiene una vida agitada como montador super estrella, con una agenda abultada
de “polvos ocasionales” con féminas ponedoras, cautivadas por su personalidad
viril. Un día en el hospital, después de sufrir un desvanecimiento, The iron
man Woodroof es diagnosticado como seropositivo y en virtud de su quebrantada
salud, el médico que lo atiende
pronostica que le quedan solo treinta días de vida. No obstante el
demoledor diagnóstico, el bronco cowboy no admite el desahucio de la medicina
oficial y comienza por su cuenta una investigación intensa para saber qué es y
cómo puede tratarse AIDs. El resultado de sus pesquisas revela la falta de
tratamientos y medicamentos aprobados en los Estados Unidos. Revela el gran
negocio que montan los laboratorios y compañías farmacéuticas aprovechando la
emergencia sanitaria, (bendecidos, legalizados y autorizados, por los
reguladores de la FDA, quienes tienen una visión pro-empresarial como la de su
jefe máximo, el neo con Ronald Reagan). Revela que los médicos no tienen
escrúpulos para probar medicamentos agresivos en enfermos de SIDA, como el AZT,
que acelera su deterioro y los enfila directo a la muerte. Ante este panorama
desolador, Ron cruza la frontera sur hacia México buscando tratamientos
alternativos y medicamentos efectivos pero inocuos. Los encuentra en una
clínica apócrifa dirigida por un médico al que le han retirado su licencia
profesional. La mejoría notable de salud que experimenta el cowboy y el haber
rebasado el plazo de vida, le muestran la efectividad del tratamiento aunque
ninguno de los medicamentos está autorizado en los Estados Unidos. La idea
consecuente que tiene es introducir de contrabando los medicamentos que a él le
han funcionado, para venderlos a la comunidad seropositiva. En el camino se
asocia con un homosexual (Jared Leto), que le abre las puertas a la comunidad
gay, que lo apoya con generosas aportaciones para la fundación del Dallas
Buyers Club, asociación pionera de la sociedad civil que busca métodos
alternativos para el tratamiento de la enfermedad de la inmunodeficiencia
adquirida, al margen de la FDA, de las farmacéuticas y de la comunidad médica
oficialista. La historia de Woodroof se cuenta con una intensidad sostenida.
Las actuaciones son elocuentes y persuasivas. El guión es implacable, irreverente
y desafiante. La personalidad de Woodrodf es seductora pues no se pasma en la
contemplación de su propio martirio, se mueve con una fuerza irreductible y una
dignidad que lo aleja del lugar común de la víctima. No es la historia de un
mártir, sino la de un hombre visionario que derribó la sentencia de muerte de
una burocracia poderosa, para abrir las puertas de una esperanza de vida para
todos aquellos atrapados en las garras de la pandemia. Sus viajes a México,
Japón, Medio Oriente, etc., revolucionaron la autogestión social de la salud
pública, haciendo ver el medicare como lo que en verdad es, un negocio turbio
al que sólo le interesa sacar el mayor provecho económico posible de la
tragedia de los enfermos (Michael Moore dixit).
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