JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Junio 2014
Como suele suceder con las llamaradas de petate, después de agotar su paupérrima combustión suelen dispersarse en en un montón de cenizas insustanciales. Eso le ha pasado a la UAEM, pero no así a la memoria de Alejandro Chao Barona y a la de su esposa Sara Rebolledo. Porque ni el carpetazo de Capello ni la versión oficial de Graco y sus panegiristas pueden borrar la sombra de algo inquietante y premeditado. ¿Quien gana con la desaparición del catedrático? en primer lugar todos aquellos gestores que siguen explotando las causas sociales para enriquecerse ellos mismos y a sus familias. Alejandro era un mal ejemplo por donde quiera que se le vea, al menos para esa Nueva Visión tradicionalmente clientelar y acomodaticia, en que los partidos políticos atienden a sus afiliadas asociaciones civiles de -carácter privado- para asegurarse el voto ante las nuevas elecciones en puerta. Siendo un funcionario de campo, activo y productivo, Alejandro ponía al descubierto la corrupción de siempre, la simulación y la estúpidez de una burocracia que nunca soltará el control de los recursos porque eso la nutre, eso asegura el plusvalor, el intermediarismo y los moches. Alejandro enseñó a muchas gentes y organizaciones sociales los cauces institucionales para solicitar recursos sin depender de coyotes, y eso hacía ver mal a la SEDESOL saturada de intermediarios, gestores y asociaciones civiles hasta en su falsa Cruzada contra el Hambre. Alguien como Alejandro jamás haría pagar a los demás por sus debilidades, defectos y contradicciones (que eran muchas) como si lo hacen colegas cercanos a él que hoy le lloran y lo pontifican hipócritamente, los cuales, ¿es necesario decirlo?, entrechocan sus manos para ocupar el puesto que deja Chao Barona, calculando en primer lugar los beneficios personales que ello les traerá. Pero estos nuevos personeros jamás podrán ocupar el inmenso vacío de la labor de Alejandro, ni tendrán la humildad de trabajar directamente con las comunidades porque tienen el complejo mestizo de creerse hijohidalgos nacidos en seda como el pelirrojo Pedro de Álvarado... Alejandro Chao jamás vio a las comunidades para estafarlas, comprarlas o sacarles algo, y tal vez por esa razón su desaparición se hizo de forma burda para aparentar un móvil espurio. Esa puede ser una línea de investigación productiva, verdaderamente trascendente y no como esa otra que al vapor se ha montado sólo para zafarse rápido de la presión social, consignando chivos de ocasión.
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