HACE
COMO UN MAR DE TIEMPO,
ESTÁ EL AHORA
Jorge
Antonio Díaz Miranda
Junio
2014
Sólo espero que todos
ellos estén bien. Me quedo azorado cuando veo estas fotos de los años en que
cursé la escuela primaria. Esta es una foto de fin de curso. No recuerdo si era
cuarto o quinto grado. Del kínder no tengo ninguna. De la primaria sí. De la
secundaria es una verdadera hueva. De la preparatoria algo patético. De la
universidad ni una instantánea. De las convocatorias para volvernos a reunir
con los cuates de la “secun” o de la prepa mejor ni hablamos. Han sido reuniones tan desangeladas a las que
cada uno de los convocados lleva a su familia y se pone a hablar de sus
recuerdos… en su mayoría de burla hacia colegas algo despistados que en ese
entonces fungían como lastimeros patiños. En las dos asambleas a las que he
asistido siempre salgo preguntándome qué diablos hago ahí, qué tengo que
decirles a personas con las que convivimos por tres años cuando ellos han
cambiado para vivir una vida “normal”. No es que ellos sean menos interesantes,
lo que pasa es que me he convertido un tanto voluntariamente en un grinch
intolerante.
La distancia descrita
en las líneas anteriores aplica sólo de la secundaria en adelante, con tres o
cuatro (hermosas) excepciones. Pero con los colegas de la primaria es otra
cosa. No aplica la misma extrañeza. Porque la mayoría eran vecinos de mi cuadra
o de la colonia. Casi crecimos juntos. Nos encontrábamos en los callejones
donde se “armaba” la cascarita. Con algunas jugábamos a las escondidas. Con
otras “nos perdíamos” mientras otros escudriñaban los rincones de los lavaderos
o de la panadería, las azoteas o los baldíos. Con muchos de ellos hacíamos
caminatas por la vereda del apantle de los manantiales de Chapultepec y
descubrimos una entrada secreta al parque a través de un túnel en el que
escurría agua cristalina. Ahí mismo, en ese parque, perdí junto con algunos
amigos, la inocencia de la mirada pues descubrimos a la maestra Carmen (nombre
ficticio, persona real) con su novio “Madaleno”
(idém), cuando hacían “cositas”. Aunque la moral no me permite describir
los actos atestiguados, estos serían a la postre, reales lecciones
trascendentes sobre la forma de “acariciar a una mujer con flores” y que ella
te amara por ello. Debo decir que convertimos aquellas demostraciones amorosas en
un negocio rentable donde cobrábamos de a treinta centavos por cráneo a colegas
curiosos, juguetones y precoces como nosotros. Eso sí, puros compas del turno
vespertino para no conminar los reclamos de los grandes que, aunque también
andaban en el desmadre eran bien espantados como los rucos de ahora (¡ahí te
hablan Juan¡). Con todo, la época de mi primaria fue algo idílica y muy
divertida. Las horas se pasaban rápido porque yo jugaba todo el tiempo, aun en
los momentos de clase…
Sólo espero que todos
ellos estén bien. Recientemente me encontré a algunos de ellos. No me
reconocieron y yo hice como si no los reconociera. Mejor así. Que solo quede en
pie el recuerdo de esos días sin que ninguna mácula de señoría contemporánea
manche su luminiscencia. No es querer volver a esos días, es más bien que esos
días sean la meta de vivir en adelante, felices, ligeros, disipados, en un continuo
hoy que no pierda ni su intensidad ni su coraje, ni sus ganas ni su juego, ni
su sorpresa ni su anhelo. Tal como sucedía en los cuentos infantiles de Karel Capek.
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