lunes, junio 09, 2014

HACE COMO UN MAR DE TIEMPO, ESTÁ EL AHORA


HACE COMO UN MAR DE TIEMPO,
 ESTÁ EL AHORA  


Jorge Antonio Díaz Miranda
Junio 2014



Sólo espero que todos ellos estén bien. Me quedo azorado cuando veo estas fotos de los años en que cursé la escuela primaria. Esta es una foto de fin de curso. No recuerdo si era cuarto o quinto grado. Del kínder no tengo ninguna. De la primaria sí. De la secundaria es una verdadera hueva. De la preparatoria algo patético. De la universidad ni una instantánea. De las convocatorias para volvernos a reunir con los cuates de la “secun” o de la prepa mejor ni hablamos.  Han sido reuniones tan desangeladas a las que cada uno de los convocados lleva a su familia y se pone a hablar de sus recuerdos… en su mayoría de burla hacia colegas algo despistados que en ese entonces fungían como lastimeros patiños. En las dos asambleas a las que he asistido siempre salgo preguntándome qué diablos hago ahí, qué tengo que decirles a personas con las que convivimos por tres años cuando ellos han cambiado para vivir una vida “normal”. No es que ellos sean menos interesantes, lo que pasa es que me he convertido un tanto voluntariamente en un grinch intolerante.


La distancia descrita en las líneas anteriores aplica sólo de la secundaria en adelante, con tres o cuatro (hermosas) excepciones. Pero con los colegas de la primaria es otra cosa. No aplica la misma extrañeza. Porque la mayoría eran vecinos de mi cuadra o de la colonia. Casi crecimos juntos. Nos encontrábamos en los callejones donde se “armaba” la cascarita. Con algunas jugábamos a las escondidas. Con otras “nos perdíamos” mientras otros escudriñaban los rincones de los lavaderos o de la panadería, las azoteas o los baldíos. Con muchos de ellos hacíamos caminatas por la vereda del apantle de los manantiales de Chapultepec y descubrimos una entrada secreta al parque a través de un túnel en el que escurría agua cristalina. Ahí mismo, en ese parque, perdí junto con algunos amigos, la inocencia de la mirada pues descubrimos a la maestra Carmen (nombre ficticio, persona real) con su novio “Madaleno”  (idém), cuando hacían “cositas”. Aunque la moral no me permite describir los actos atestiguados, estos serían a la postre, reales lecciones trascendentes sobre la forma de “acariciar a una mujer con flores” y que ella te amara por ello. Debo decir que convertimos aquellas demostraciones amorosas en un negocio rentable donde cobrábamos de a treinta centavos por cráneo a colegas curiosos, juguetones y precoces como nosotros. Eso sí, puros compas del turno vespertino para no conminar los reclamos de los grandes que, aunque también andaban en el desmadre eran bien espantados como los rucos de ahora (¡ahí te hablan Juan¡). Con todo, la época de mi primaria fue algo idílica y muy divertida. Las horas se pasaban rápido porque yo jugaba todo el tiempo, aun en los momentos de clase…  



Sólo espero que todos ellos estén bien. Recientemente me encontré a algunos de ellos. No me reconocieron y yo hice como si no los reconociera. Mejor así. Que solo quede en pie el recuerdo de esos días sin que ninguna mácula de señoría contemporánea manche su luminiscencia. No es querer volver a esos días, es más bien que esos días sean la meta de vivir en adelante, felices, ligeros, disipados, en un continuo hoy que no pierda ni su intensidad ni su coraje, ni sus ganas ni su juego, ni su sorpresa ni su anhelo. Tal como sucedía en los cuentos infantiles de Karel Capek.       

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