viernes, abril 23, 2010

EN EL CAMINO A SAMOTRACIA


Respirar el humo de perfumados inciensos, devorar el corpus sacro de hierbas alucinógenas, perderse en un tiempo sin tiempo, dentro de un laberinto vertiginoso de sinestesias extrañas...sintiendo el roce de unos labios que no cesan de besar, el movimiento de unas alas que se mueven en mi espalda llevándome más allá del sol. Escuchar música polifónica descendiendo de la cúpula Sixtina con su coro de ángeles armados con espadas. Arrodillado frente al tabernáculo invadido por la inquietante paciencia de mis enemigos. Pisando elevadas colinas de hierro rematadas en su cima con un complejo sistema de adarves y almenas, que alojan furiosos combatientes que esperan ver aparecer terribles naves de guerra preparadas para el combate. Hace falta el aliento para seguir ascendiendo, aunque se presientan cercanos los portales de acceso a los templos. A la orilla del sendero principal se perfila la recia cordillera de unos acantilados que caen en picada casi vertical, el mar se abre como un inquieto monstruo que golpea con miles de cilicios verdes, blancas bahías de grava molida y ámbar. El cielo es invadido por cúmulos de nubes negras, el viento arrecia y levanta furiosas borrascas que arrancan la corteza de milenarios cedros, espadas luminosas cortan en tajos el horizonte, perfilando la sombría tempestad que viene desde el sur. Otra vez la sensación olorosa del suave incienso, la lluvia que cae copiosa sobre los viñedos y el jardín de estramonios y alcatraces...fuego en mi vientre de un suave anillo húmedo, y la agitación de unos pechos que se agitan atrapados por mis labios. La hetaira está vestida con una túnica blanca, no entiendo lo que dice y ella tampoco entiende lo que hablo, pero está ahí encima de mi cuerpo prodigándome una generosa ración de estrellas. Formas suaves que entrechocan con la dureza de mi cuerpo, con la gracia de una anémona sinuosa y la suavidad de un lecho de seda. La mirra sigue quemándose en la ciudadela de los inciensos, mastico hierba alucinógena, mis alas crecen y me llevan hacia la noche de cielo estrellado y mar sereno. Duermo alojado en los brazos de ella, soñando que sueño templos antiguos y misteriosos mensajes escritos en demótico egipcio. Sueño en lugares donde permanece la belleza de lo que se ha ido. Ella duerme y yo me levanto para seguir mi peregrinación a Samotracia.


Jorge Antonio Díaz Miranda.                  

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