Pero es nada más que nada. El breve lapso de una tenue sensación que va de paso. La imagen fugitiva que se dirige a un indigno olvido. Un cauce inalterado de viento que va y regresa rosando la hierba, en medio de una primavera olvidada. Retazos de algo que tuvo días de solidez y más tarde se fue disgregando hasta no ser más que sensación de distancia. Ni siquiera la luz de sus ojos puede evitar la tristeza del naufragio, el inevitable adiós que se expande como niebla gélida, como sinfonía fúnebre que anuncia días oscuros...días de no encontrar donde asirse, días que no encuentran donde alojarse, extraños días, malditos días de exilio en la sombra, condenado a olvidar y ser olvidado, días de retiro en que los remordimientos crecen como una cáncer que me va matando; días en que la mejor opción es negar que fui feliz en sitios inesperados. Mañanas y noches que me traen el eco de mares perdidos, de olas incineradas, de cuerpos que se van pudriendo, quemados por un sol oscuro... ecos de infamia que retumban en casi todos los caminos del futuro sin ir más allá de triunfos inútiles y deseos que nada agotan. Para permanecer en la sala del teatro incluso cuando todos se han retirado y luego irse pronto hacia estaciones definitivas para no mendigar el consuelo de nadie.
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