Los
Caciques
De Mariano Azuela
Jorge Antonio Díaz Miranda
Agosto
2014
El
éxito que Mariano Azuela tuvo en sus
días con su novela Los de Abajo,
epítome fundacional de lo que Antonio
Castro Leal denomina la novelística
de la Revolución Mexicana, hace olvidar a menudo otras obras mejores que han
sido relegadas como derivadas o secuencias de su primer gran relato. También
hace olvidar que el escritor, político y periodista escribió desde una posición
privilegiada de primera mano pues participa activamente en el movimiento armado
al lado nada menos que de fuerzas villistas, y, que, su novelística vinculada
con sus vivencias, trata desde el principio de desmitificar y analizar
seriamente las contradicciones en las filas revolucionarias, las cuales están
inermes ante la fuerza de los caudillos, que van de aquí para allá con la
guerra sin construir una alternativa sólida para el desarrollo de las causas
sociales y agrarias que dicen defender. El heroísmo ciego, la fuerza de las
columnas guerrilleras o la pura venganza, no pueden sostener por sí mismo el
impulso del cambio, ni plantearlo seriamente. El caos bélico de “la bola” con
sus ajusticiamientos, pinta de forma intensa y crudamente realista las severas
limitaciones de perspectiva que los jefes revolucionarios ostentan en el
despliegue de sus combates, los cuales si bien son triunfos de fuerza no lo son
para cambiar realmente las condiciones sociales ni en la remoción de las
encumbradas clases sociales rurales, que, aún en el breve gobierno de Francisco I. Madero siguen extrayendo
los mayores beneficios explotando al pueblo llano.
Los Caciques fue
escrita por Azuela en 1917, un año importante en la serie de reflexiones
post-revolucionarias sobre el sentido verdadero y los resultados del movimiento
armado. El contexto histórico del relato azuelista se ubica en los años del
nuevo gobierno maderista, primer gobierno democráticamente electo tras el derrocamiento de Porfirio Díaz. Con una técnica cuasi fotográfica, Azuela construye
con un conjunto de cuadros de época las andanzas de una familia de caciques,
los Señores del Llano, que son casi dueños de una comunidad rural a la que
dictan leyes, órdenes, usos y costumbres, con el único propósito de
beneficiarse. Aún en tiempos aciagos, sugiere Azuela, las familias acomodadas se
las arreglan para extraer los máximos beneficios, especulando, acaparando, expoliando,
ocultando, engañando, saqueando, estafando a sus paisanos para que sólo su
estirpe siga mandando. Creo que la mirada literaria de Azuela es la primera en
entender la forma en que estas familias caciquiles tejen relaciones de poder
con figuras autoritarias como las élites religiosas, políticas, del comercio y
la industria, policiacas y militares; para resguardar sus privilegios y
garantizar que seas ellos siempre los que salgan ganando. Creo que es factible
ver Los
Caciques como un examen y una denuncia de la forma en
que el paso de los revolucionarios no modifica en lo fundamental la forma en
que está organizada la sociedad, dejando a merced del crimen organizado y legal
al pueblo, que es esclavizado por señores de horca y cuchillo que mantienen un dominio
pleno de las almas y los cuerpos. Es el retrato hablado de una casta que a
nivel micro-social (quizá también micro-histórico) se va adueñando de todos los
bienes terrenales que están a su alcance abusando de la ignorancia y la
confianza de los ingenuos que ven en ellos una figura benefactora, aunque sea
falsa. Azuela acuña el busto de la “gente decente” para que todos sepamos de su
hipocresía mayúscula: la cual consagra las mañanas para escuchar misa reafirmando
su –supuesta- devoción cristiana, y, consagra la tarde, para imponer, amenazar,
estafar y despojar a los desarrapados, traficando con la miseria y la
desesperación.
Una de
las mejores imágenes logradas por Azuela en su relato es cuando el cacique Don
Ignacio del Llano promete poner a la venta una cantidad considerable de maíz a
la mitad de precio corriente en el mercado, para beneficiar a los pobres, y
dicta para ello medidas previsoras para evitar que los comerciantes compren ese
maíz en lugar de los pobres. De modo que
el precio bajo de venta dictado por el cacique debe ser respetado por todos los
que venden el grano. Pues bien, lo que en realidad sucede es que los agentes
del cacique compran a ese precio con los productores de la región, mientras
solo su casa puede vender a bajo precio el producto viejo de sus trojes,
rezagado, picado y casi hecho tamo para los pobres. El resultado es el acaparamiento
de un producto básico de alimentación que escasea durante la guerra y que puede
venderse a precio de oro sólido.
Esa es
la imagen que Azuela devuelve de la casta de los caciques y a la distancia de
lo que sé ha convertido aquel movimiento armado de 1910, con la emergencia de
los cachorros de la revolución, el partido único y la dictadura perfecta, encontramos
un antecedente autoritario de nuestro actual sistema político.
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