viernes, agosto 22, 2014

LOS CACIQUES



Los Caciques
De Mariano Azuela

Jorge Antonio Díaz Miranda
Agosto 2014

El éxito que Mariano Azuela tuvo en sus días con su novela Los de Abajo, epítome fundacional de lo que Antonio Castro Leal  denomina la novelística de la Revolución Mexicana, hace olvidar a menudo otras obras mejores que han sido relegadas como derivadas o secuencias de su primer gran relato. También hace olvidar que el escritor, político y periodista escribió desde una posición privilegiada de primera mano pues participa activamente en el movimiento armado al lado nada menos que de fuerzas villistas, y, que, su novelística vinculada con sus vivencias, trata desde el principio de desmitificar y analizar seriamente las contradicciones en las filas revolucionarias, las cuales están inermes ante la fuerza de los caudillos, que van de aquí para allá con la guerra sin construir una alternativa sólida para el desarrollo de las causas sociales y agrarias que dicen defender. El heroísmo ciego, la fuerza de las columnas guerrilleras o la pura venganza, no pueden sostener por sí mismo el impulso del cambio, ni plantearlo seriamente. El caos bélico de “la bola” con sus ajusticiamientos, pinta de forma intensa y crudamente realista las severas limitaciones de perspectiva que los jefes revolucionarios ostentan en el despliegue de sus combates, los cuales si bien son triunfos de fuerza no lo son para cambiar realmente las condiciones sociales ni en la remoción de las encumbradas clases sociales rurales, que, aún en el breve gobierno de Francisco I. Madero siguen extrayendo los mayores beneficios explotando al pueblo llano.

Los Caciques fue escrita por Azuela en 1917, un año importante en la serie de reflexiones post-revolucionarias sobre el sentido verdadero y los resultados del movimiento armado. El contexto histórico del relato azuelista se ubica en los años del nuevo gobierno maderista, primer gobierno democráticamente electo  tras el derrocamiento de Porfirio Díaz. Con una técnica cuasi fotográfica, Azuela construye con un conjunto de cuadros de época las andanzas de una familia de caciques, los Señores del Llano, que son casi dueños de una comunidad rural a la que dictan leyes, órdenes, usos y costumbres, con el único propósito de beneficiarse. Aún en tiempos aciagos, sugiere Azuela, las familias acomodadas se las arreglan para extraer los máximos beneficios, especulando, acaparando, expoliando, ocultando, engañando, saqueando, estafando a sus paisanos para que sólo su estirpe siga mandando. Creo que la mirada literaria de Azuela es la primera en entender la forma en que estas familias caciquiles tejen relaciones de poder con figuras autoritarias como las élites religiosas, políticas, del comercio y la industria, policiacas y militares; para resguardar sus privilegios y garantizar que seas ellos siempre los que salgan ganando. Creo que es factible ver Los Caciques como un examen y una denuncia de la forma en que el paso de los revolucionarios no modifica en lo fundamental la forma en que está organizada la sociedad, dejando a merced del crimen organizado y legal al pueblo, que es esclavizado por señores de horca y cuchillo que mantienen un dominio pleno de las almas y los cuerpos. Es el retrato hablado de una casta que a nivel micro-social (quizá también micro-histórico) se va adueñando de todos los bienes terrenales que están a su alcance abusando de la ignorancia y la confianza de los ingenuos que ven en ellos una figura benefactora, aunque sea falsa. Azuela acuña el busto de la “gente decente” para que todos sepamos de su hipocresía mayúscula: la cual consagra las mañanas para escuchar misa reafirmando su –supuesta- devoción cristiana, y, consagra la tarde, para imponer, amenazar, estafar y despojar a los desarrapados, traficando con la miseria y la desesperación.

Una de las mejores imágenes logradas por Azuela en su relato es cuando el cacique Don Ignacio del Llano promete poner a la venta una cantidad considerable de maíz a la mitad de precio corriente en el mercado, para beneficiar a los pobres, y dicta para ello medidas previsoras para evitar que los comerciantes compren ese maíz en lugar de los pobres.  De modo que el precio bajo de venta dictado por el cacique debe ser respetado por todos los que venden el grano. Pues bien, lo que en realidad sucede es que los agentes del cacique compran a ese precio con los productores de la región, mientras solo su casa puede vender a bajo precio el producto viejo de sus trojes, rezagado, picado y casi hecho tamo para los pobres. El resultado es el acaparamiento de un producto básico de alimentación que escasea durante la guerra y que puede venderse a precio de oro sólido.

Esa es la imagen que Azuela devuelve de la casta de los caciques y a la distancia de lo que sé ha convertido aquel movimiento armado de 1910, con la emergencia de los cachorros de la revolución, el partido único y la dictadura perfecta, encontramos un antecedente autoritario de nuestro actual sistema político.                                          
 

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