miércoles, mayo 07, 2014

EL SARCÓFAGO DE SAN SEBALDO



EL SARCÓFAGO DE SAN SEBALDO

Jorge Antonio Díaz Miranda
Mayo 2014


Los anillos de Saturno están formados por cristales de hielo y por lo que se supone partículas de polvo de meteorito que giran en torno al planeta en trayectorias circulares, describiendo una órbita que se sitúa a la altura de su Ecuador. Probablemente se trata de los fragmentos de una luna anterior que, demasiado cercana al planeta, se desintegró por la acción de las mareas de Saturno.
Enciclopedia Brockhaus.

I     
UN libro de reminiscencias. Eso es, lo que voluntariamente o no, confeccionó el escritor alemán Winfried Georg Sebald, durante su ya célebre caminata por el condado de Suffolk (Inglaterra). Sus recuerdos, apuntes, memorias y notas diversas, dan pie a un libro reflexivo, que vagabundea por distintas  épocas de la historia europea. El misterioso título Die Ringe Des Saturno (Los Anillos de Saturno), sugiere un itinerario intelectual con sentido épico, de tiempos heroicos y sagas históricas, barruntados de miseria y grandeza, tensiones y malestares sociales, encrucijadas y cambios profundos en las culturas de los países; que desembocaron en la transición entre épocas diversas. Sebald, sugiere que cada período histórico es un anillo de escombros gravitando el Ecuador de la creación estética, revolucionando de forma cíclica el orden político, cultural y social de la modernidad. Las reflexiones del escritor alemán están impregnadas de lo que Claudio Magris describe como desencanto, es decir, una desilusión esperanzadora, combativa, reactiva, que parte de una petición de principio consistente en la conservación de la memoria fundacional, la plataforma de la gran cultura europea. A manera de contextualización, Sebald recuerda la atmosfera sombría que  alimentaba las crisálidas negras de sus atormentadas reflexiones, hacia el año 1922: “Entonces emprendí un viaje a pie a través del condado de Suffolk, al este de Inglaterra… con la esperanza de poder huir del vacío que se estaba propagando en mi… Me mantuvo ocupado tanto el recuerdo de la bella libertad de movimiento como también aquel del horror paralizante que varias veces me había asaltado contemplando las huellas de la destrucción.”  Las trompetas de los ángeles del exterminio tocaban los portales de la razón para anunciar la ruina. Locura y muerte se agitaban desde el este, anticipando signos nefastos y visiones terribles, túmulos funerarios que se propagarían por Europa tras los fragores de la guerra.               
II
En el año 1507, el patriciado de Núremberg encarga al fundidor Peter Vischer construir un sarcófago de latón para Sebaldo, santo príncipe del cielo. En junio de 1519, tras los últimos retoques de un trabajo de doce años, el monumento funerario de trece toneladas de peso y cinco metros de altura, queda terminado con un trabajo primoroso lleno de símbolos y alusiones míticas, tanto paganas como cristianas, que sintetizan el cosmos de la salvación espiritual. El monumento está adornado en su base por doce caracoles y cuatro delfines arqueados, que van “transportando” que aluden a la trasmigración de las almas en su viaje a la eternidad. En el zócalo del monumento se aprietan faunos, sirenas, seres fabulosos y animales de todas formas imaginables, en torno a las virtudes cardinales femeninas de la inteligencia, mesura, justicia y valentía. Un nivel arriba, pueden verse figuras legendarias como las de Nimrod el cazador, Hércules con la porra, Sansón con la quijada de burro y el dios Apolo entre dos cisnes; es decir, la tenacidad, la fortaleza, la entereza y la templanza. En el mismo nivel se encuentran representaciones del milagro del hielo, de la comida de los hambrientos y de la conversión de un hereje. A continuación, vienen los apóstoles con sus instrumentos de martirio y sus emblemas, y por encima de todo, Jerusalén, la ciudad sagrada de tres montes con sus innumerables viviendas, la novia ardientemente esperada -que elogio Salomón en su cantar-, la imagen de una nueva vida y la morada de Dios entre los humanos. En la parte más interna del requit (receptáculo) - fabricado de una sola pieza de metal-, rodeado por ochenta ángeles, dentro de un relicario chapado en láminas de plata, descansan los huesos del muerto ejemplar, predecesor de un tiempo en que se nos secarán las lágrimas de los ojos y no habrá penas, dolor o lamento…                         
III

Casi nadie sabe que Sebald fue un agudo crítico literario, que, desde su cátedra de literatura comparada de la Universidad East Anglia en Norwick Inglaterra, ejerció su oficio con clarividencia y pasión. Quizá esté fuera de lugar la observación de que el ensayista alemán sea un experto en exilios. Pero la puntualización sirve para entender su tono desangelado y melancólico. Una melancolía que no es una negación de vivir y menos aún una suscripción al suicidio como solución final del malestar de la vida, más bien debe entenderse como una forma de resistir los embates del hedonismo, la banalización y la desmemoria. Uno de los puntos de inflexión crítica de sus ensayos es el concepto de patria, que por encima de las catástrofes históricas separatistas,  configura una de las obsesiones de la literatura austriaca de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. Entre las ruinas, Sebald reflexiona sobre el tema de la muerte en El Castillo de Franz Kafka, la paranoia del poder en Elías Canetti, la sátira de Berhard y Karl Krauss, las historias alemanas del gueto y los relatos antisemitas de Sacher-Masoch, la historia natural de la destrucción sobre el bombardeo de las ciudades alemanas…              

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