EL
SARCÓFAGO DE SAN SEBALDO
Jorge
Antonio Díaz Miranda
Mayo 2014
Los anillos de Saturno están
formados por cristales de hielo y por lo que se supone partículas de polvo de
meteorito que giran en torno al planeta en trayectorias circulares, describiendo
una órbita que se sitúa a la altura de su Ecuador. Probablemente se trata de
los fragmentos de una luna anterior que, demasiado cercana al planeta, se
desintegró por la acción de las mareas de Saturno.
Enciclopedia
Brockhaus.
I
UN libro de reminiscencias. Eso es,
lo que voluntariamente o no, confeccionó el escritor alemán Winfried Georg Sebald, durante su ya
célebre caminata por el condado de Suffolk (Inglaterra). Sus recuerdos,
apuntes, memorias y notas diversas, dan pie a un libro reflexivo, que
vagabundea por distintas épocas de la
historia europea. El misterioso título Die
Ringe Des Saturno (Los Anillos de Saturno), sugiere un itinerario
intelectual con sentido épico, de tiempos heroicos y sagas históricas,
barruntados de miseria y grandeza, tensiones y malestares sociales,
encrucijadas y cambios profundos en las culturas de los países; que desembocaron
en la transición entre épocas diversas. Sebald, sugiere que cada período
histórico es un anillo de escombros gravitando el Ecuador de la creación
estética, revolucionando de forma cíclica el orden político, cultural y social
de la modernidad. Las reflexiones del escritor alemán están impregnadas de lo
que Claudio Magris describe como desencanto, es decir, una desilusión esperanzadora,
combativa, reactiva, que parte de una petición de principio consistente en la
conservación de la memoria fundacional, la plataforma de la gran cultura
europea. A manera de contextualización, Sebald recuerda la atmosfera sombría
que alimentaba las crisálidas negras de
sus atormentadas reflexiones, hacia el año 1922: “Entonces emprendí un viaje a
pie a través del condado de Suffolk, al este de Inglaterra… con la esperanza de
poder huir del vacío que se estaba propagando en mi… Me mantuvo ocupado tanto
el recuerdo de la bella libertad de movimiento como también aquel del horror paralizante
que varias veces me había asaltado contemplando las huellas de la destrucción.” Las trompetas de los ángeles del exterminio
tocaban los portales de la razón para anunciar la ruina. Locura y muerte se
agitaban desde el este, anticipando signos nefastos y visiones terribles,
túmulos funerarios que se propagarían por Europa tras los fragores de la
guerra.
II
En el año 1507, el patriciado de
Núremberg encarga al fundidor Peter Vischer construir un sarcófago de latón
para Sebaldo, santo príncipe del cielo. En junio de 1519, tras los últimos
retoques de un trabajo de doce años, el monumento funerario de trece toneladas
de peso y cinco metros de altura, queda terminado con un trabajo primoroso
lleno de símbolos y alusiones míticas, tanto paganas como cristianas, que
sintetizan el cosmos de la salvación espiritual. El monumento está adornado en
su base por doce caracoles y cuatro delfines arqueados, que van “transportando”
que aluden a la trasmigración de las almas en su viaje a la eternidad. En el
zócalo del monumento se aprietan faunos, sirenas, seres fabulosos y animales de
todas formas imaginables, en torno a las virtudes cardinales femeninas de la
inteligencia, mesura, justicia y valentía. Un nivel arriba, pueden verse
figuras legendarias como las de Nimrod el cazador, Hércules con la porra,
Sansón con la quijada de burro y el dios Apolo entre dos cisnes; es decir, la
tenacidad, la fortaleza, la entereza y la templanza. En el mismo nivel se
encuentran representaciones del milagro del hielo, de la comida de los
hambrientos y de la conversión de un hereje. A continuación, vienen los
apóstoles con sus instrumentos de martirio y sus emblemas, y por encima de
todo, Jerusalén, la ciudad sagrada de tres montes con sus innumerables
viviendas, la novia ardientemente esperada -que elogio Salomón en su cantar-,
la imagen de una nueva vida y la morada de Dios entre los humanos. En la parte
más interna del requit (receptáculo) - fabricado de una sola pieza de metal-,
rodeado por ochenta ángeles, dentro de un relicario chapado en láminas de
plata, descansan los huesos del muerto ejemplar, predecesor de un tiempo en que
se nos secarán las lágrimas de los ojos y no habrá penas, dolor o lamento…
III
Casi nadie sabe que Sebald fue un
agudo crítico literario, que, desde su cátedra de literatura comparada de la
Universidad East Anglia en Norwick Inglaterra, ejerció su oficio con
clarividencia y pasión. Quizá esté fuera de lugar la observación de que el
ensayista alemán sea un experto en exilios. Pero la puntualización sirve para
entender su tono desangelado y melancólico. Una melancolía que no es una
negación de vivir y menos aún una suscripción al suicidio como solución final
del malestar de la vida, más bien debe entenderse como una forma de resistir
los embates del hedonismo, la banalización y la desmemoria. Uno de los puntos
de inflexión crítica de sus ensayos es el concepto de patria, que por encima de
las catástrofes históricas separatistas,
configura una de las obsesiones de la literatura austriaca de finales
del siglo XIX y la primera mitad del XX. Entre las ruinas, Sebald reflexiona
sobre el tema de la muerte en El Castillo de Franz Kafka, la paranoia del poder
en Elías Canetti, la sátira de Berhard y Karl Krauss, las historias alemanas
del gueto y los relatos antisemitas de Sacher-Masoch, la historia natural de la
destrucción sobre el bombardeo de las ciudades alemanas…
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