BY JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
03 DE JUNIO DE 2009
Método blanquiazul para ganar elecciones. Predecible, rudimentario, elemental, cavernario, compulsivo, violento. Esos son los atributos que definen la actual oleada de reacción presidencial-blanquiazul, impulsada por los focos de alerta que se han encendido, ante el muy probable naufragio de conducción gubernamental en las urnas. Todo mundo entiende que al gobierno calderonista se le terminarán las balas del poder, si en las próximas elecciones no obtiene la mayoría legislativa. Y hasta la íntima y muy selecta sociedad anónima de capital variable, Amigos de Felipe Calderón lo entienden así. De todo el caos inducido desde el Estado, El presidente ha sacado en claro - muy tardíamente- esta incómoda verdad y en pánico emprende estrategias de corrección de rumbos, simulación y maquillaje, dirigidas entre otras cosas, a minimizar el contrapeso del PRI y de todo aquello que posea estorboso tufo populista manufacturado desde los talleres de la derruida Presidencia Legitima. La guerra contra los cárteles gira peligrosamente de rumbo y extiende su sombra a gobiernos y funcionarios identificados con la oposición política. La alerta desde ahora estará en rojo para intimidar a ciudadanos que osen pasarse de críticos, con telefonía intervenida, denuncias anónimas y la sombra de la muerte que puede engrosarse a cuenta de los delincuentes. Guerra patria previamente perdida, para justificar la contención y el control Estatal, simular justicia que es inexistente y apuntar con el brazo de la ley -también inexistente- blancos remisos. El incendio provocado. Pura llamarada de petate, fuegos fatuos y llamitas veleidosas, que han desatado para México la furia de incendios mayores. A nadie escapa la verdad del fracaso gubernamental para detener a los verdaderos delincuentes que por añadidura también están en las filas del panismo. La severidad mayor del imperio de la ley que el Estado esgrime, ha servido en todo caso para blindar de impunidad a los amigos del presidente, a los miembros de su partido y a los saqueadores empresariales de este país. Mientras el Nerón calderónico se pasea en medio de ciudades incendiadas, su secretario de Gobernación lanza al viento loas de falsas victorias e imaginarios avances. Mientras la corrupción sigue a todo trapo, con la impunidad y la coacción tomadas de la mano. Se hacen muchos esfuerzos para no cambiar nada, y si esto falla, ahí están las alarmas sanitarias, las guerras de puro orgullo y despecho, y los asaltos de la propaganda mediática. La idea básica de semejante despliegue es el miedo. De ahí se derivan zafias campañas de chantaje que repiten la barbarie reductiva del salinato: con nosotros el orden, sin nosotros el caos.
El legado de la era Bush. El gobierno de Felipe Calderón remeda la era del terror establecida por decreto y conveniencia, por el infame George W. Bush, que, aprovechando el dolor de las víctimas del trágico 11 de septiembre, impuso a la nación estadounidense una agenda bélica cuyo marco justificatorio fue la dictadura absoluta con piel de democracia impoluta. Así Felipe Calderón quiere un país de soplones, espionaje ciudadano, la militarización de la vida pública y la judicialización de la política; para imponer reformas de shock económico, contención social y la versión doméstica del capitalismo salvaje para beneficio de los amigos. Lo peor de las simulaciones y las medidas extremas Estatales, es que empeorán los problemas y los hacen crónicos. Los golpes de timón en la conducción gubernamental, profundizan el rompimiento del tejido social, según nos enseña la historia reciente de la dictadura perfecta y el malhadado gobierno del cambio foxi-marthista. Las estrategias al vapor para consumo propagandístico redituan buenos dividendos electorales a partir de desanimar la participación democrática e imponer el desequilibrio de la elección de Estado. La evidente doble moral con que se impone el imperativo categórico de la ley suprime de facto las atenuantes para medir con el mismo racero pequeños ladrones con delincuentes de gran calado, aunque estos últimos nunca pisen la cárcel como si lo hacen siempre los primeros. El que la iniciativa privada apoye la construcción de cárceles, no hace más que aludir a un acuerdo tácito entre el Estado del engallado Calderón y los poderes fácticos, para escalar el reordenamiento militar-policiaco de la vida pública en México. Con todo, la única vía para contrarrestar este vesánico escenario de Gran Hermano, es seguir expresando nuestro desacuerdo desde tomar las calles, escribir criticamente y alzar la voz denunciando las mentiras de este gobierno.
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