BY JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
MARTES 09 DE JUNIO 2009
Sin duda alguna, las premisas que inducen a algunas personas a no participar en las próximas elecciones intermedias de julio, están plenamente justificadas por la enorme mediocridad de la clase política en México. La percepción de inmovilidad democrática se confirma con el hecho de las heredades familiares que dominan el ámbito de lo política, con añadidos como el tráfico de influencias y la reproducción social bajo el amparo de la impunidad o la corrupción. Y en el centro de ese panorama de hartazgo, está la mediatización de las campañas electorales, que ha convertido el debate y la crítica en un mísero bodrio de telenovela macuarra, de la que está ausente cualquier propuesta seria de gobernar para desarrollar equitativamente este país. Y por si lo anterior no fuera suficiente los ciudadanos pagamos un costo económico demasiado alto para sostener las campañas preelectorales tan fastuosas y a la vez tan superficiales y estúpidas. Peor si tratamos de acercarnos a a las corrientes partidistas, porque para empezar no hay transparencia, ni apertura crítica y menos aún la visión de un proyecto político-social verdaderamente alternativo. Lo que si hay son disputas, venganzas, transas, jaloneos, escándalos, guerras de facciones, empujones, promesas incumplidas, pactos oscuros, negociaciones, fraude, sospechas, traiciones, hipocresía, doble moral, sobornos, amenazas, violencia, muerte y una amplísima amoralidad. Todo eso y mucho más.
Es claro que ante este panorama el ciudadano medio se pregunte para qué votar. Ya hasta hay un movimiento que invita a la ciudadanía a anular su voto. Y este movimiento se refuerza cuando los ciudadanos sienten que se haces cómplices de las mentiras gubernamentales con un organismo tan deshonroso como el IFE tan desacreditado por las pifias del pasado reciente y de este ahora en el que no ha parado la andanada de desatinos, retrocesos, reversas y auto desalojos, retiradas vergonzosas, cuando se ha tenido que enfrentar a las poderosas televisoras.
Pese a todo lo anterior, creo que renunciar al ejercicio del voto conlleva en sí mismo el desalojo del último bastión efectivo con que la ciudadanía cuanta para hacerse escuchar en medio de tanto desastre generado por los políticos. El voto blanco es un cheque un cheque en blanco para que los parásitos y vividores profesionales sigan manteniendo sus ventajosos privilegios y empeoren el desastre que ya vivimos. Anular nuestro voto equivale a auto retirarnos de nuestro derecho fundamental de expresar nuestro desacuerdo con una forma de gobierno. Meter una boleta sin tachar una opción política es similar a autorizar el fraude. El voto blanco es como lanzar una moneda ciega para decidir nuestra suerte y asumir que no podemos cambiar las cosas. Anular el voto es aprobar los errores de Felipe Calderón, premiar al PAN, al PRI o al PRD, otorgarle al niño verde más tiempo para mentir y corromper más a las nacientes opciones políticas. El voto blanco es el abstencionismo políticamente correcto con similares consecuencias nefastas de inmovilizar la democracia. Anular el voto es premiar los atropellos y las transas de los poderosos. El voto blanco sólo favorecerá a los poderes fácticos que se han adueñado de este país y se preparan parta militarizar la vida pública con más cárceles y tropas en la calles sin que tu y yo como ciudadanos podamos hacer algo para evitarlo. Por esto mismo Yo No Anularé Mi Voto.
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