“Los horrores de la aniquilación se presentan siempre con un sin fin de detalles técnicos, como en las antiguas pinturas del infierno”. Ernst Jünger, Radiaciones Vol. 1, P.146.
TLACOLULA Oaxaca, México. 23 de febrero de 2010. Ahí estaban los restos de un sujeto anónimo. Una cabeza humana dentro de una mochila roja. Tan roja como la sangre que bañaba su rostro de niño. El cabello recortado con un peinado juvenil. El gesto del rostro era tranquilo, con una ligera tensión en los labios resecos, con los ojos cerrados, las pestañas superiores aplastadas sobre los pómulos, como si el sujeto, antes de ser ejecutado, hubiese estado “dormido”. El entrecomillado alude a dos posibilidades, un dormir normal de alguien agotado tras una sobre carga de tensión, o bien, un dormir inducido por drogas.
Dentro de la mochila, bolsas de “polvo blanco”, una libreta, bolígrafos y una cajetilla de cigarrillos. Nada de identificaciones personales. Cosas anónimas de un sujeto anónimo, cuyo único “identikit” era una pobre testa sanguinolenta.
El corte de la base de la cabeza era casi perfecto, un tajo lateral en sentido diagonal izquierda-derecha. Al colocar la cabeza en el piso la barbilla quedaba en posición horizontal, ligeramente levantada en relación antero- posterior. Ese es el signo inequívoco de profesionales que realizan asesinatos recreativos empleando cortes quirúrgicos. La firma de una aniquilación definitiva, despiadada, premeditadamente tenebrosa.
No podía faltar el mensaje declaratorio de las razones sobrehumanas para llevar a cabo este acto de terror. Razones que en el fondo repiten la misma lógica de una guerra económica: quien no obedece las reglas del sistema debe ser neutralizado, reducido o eliminado. El monopolio de poder del mercado no admite competidores ni independientes. La apuesta es a todo o nada. El combate sórdido es en cada km de territorio, casa por casa, comunidad por comunidad, como una invisible guerra de tierra quemada. De ahí la amenaza directa encriptada en una caligrafía simétrica, proporcionada, estilizada… la caligrafía de una mente concienzuda que escogió palabras justas para no causar necias confusiones, sobre quien es el remitente y quienes los destinatarios. Retóricamente sardónica, con un estilo instruido en el desencadenamiento de emociones que predisponen a cualquiera a poner atención, a considerar con suma seriedad las represalias tras el mensaje. Ésta es la voz cruel de un oscuro poder que opera desde el no lugar, al amparo de las sombras y los amplios resquicios de un Estado Fallido que ofrece, desde todos sus niveles –federal, estatal y municipal- y desde todos sus poderes –ejecutivo, legislativo y judicial-, verdaderas vías de escape, autopistas de impunidad. Es la voz de un poder que concentra con la aquiescencia del Estado, el duopolio de la violencia, actuando como un ejército paralelo de mercenarios al margen de cualquier restricción. Es la para-milicia, que sirve ciegamente, con obediencia debida y notable eficacia, a oscuros señores de horca y cuchillo.
El cuerpo de nuestro pobre sujeto anónimo apareció días más tarde, como a 25 km de distancia. Otra vez el signo de profesionales en la demolición del “edificio del alma”: tortura sistemática y dolorosa que mantiene a la victima al borde del abismo pero no la mata. Quién sabe a nombre de qué odio es capaz el ser humano de despersonalizarse e infringir a otros un daño desenfrenado. Semejante acción de terror tiene como plataforma motivacional la maldad por la maldad misma. Qué les habrá hecho éste sujeto anónimo y qué les habrá dicho a los soldados anónimos que lo secuestraron y torturaron, en esos últimos-duros momentos cuando sentía en su cuerpo las filosas garras de una implacable maquina trituradora de carne. Es casi seguro que les dijo para quien trabajaba, en que lugares distribuía la “merca” y quienes eran sus compradores. De ahí, los verdugos siguieron con su círculo de amigos y conocidos, lo cual obtuvieron después de cinco balazos que lastraron aún más la pobre carne en duro trance de suplicio. Ya cercano del final, con el cuerpo quebrantado, humillado, reducido a piltrafa, implorando el consuelo de la muerte o el perdón, el sujeto anónimo habrá soltado lo que a los torturadores les dio en gana saber, quizá información valiosa sobre el círculo familiar más cercano, padres, hermanos, esposa e hijos. Con eso los sicario aseguraron precisas represalias precautorias, de a quién amenazar o impactar si tuviese lugar molestos reclamos e insubordinaciones…
Éste es un pequeño esbozo del México negro, ese que va extendiéndose en medio de la inoperancia e insensibilidad del gobierno calderonista, que sin declarar una guerra abierta, expone a los ciudadanos que dice gobernar - desesperados por la falta de trabajo y dinero-, a un baño de sangre entre fuegos cruzados que matan por igual a los inocentes. En la sorda guerra que libran policías, narcotraficantes y militares, cada vez más, estos tres bandos actúan como un solo leviatán destructivo, como una hidra de miles de cabezas coludidas sostenida por el edificio de la corrupción institucionalizada, desde el no-lugar de un enano Estado Fallido. Pero al gobierno el caos generado por esta batahola de corrupción no le interesa. La suerte de las minorías no le interesa, en medio del horrible dialogo de las armas. Es más, será otra ocasión para que el bisoño bachiller Felipillo se llene la boca diciendo que el crimen organizado hizo un nuevo ajuste de cuentas y que nuestro sujeto anónimo merecía esa clase de final, olvidando convenientemente las causas que llevaron a ese joven anónimo a considerar como una opción viable de promoción social y económica, el distribuir bolsitas de “polvo blanco”.
Es hora ya de decirlo. ¡La guerra contra el crimen organizado ha fracasado¡. Éste es el sexenio de la estafa, la burla y la mentira del Estado mexicano y sus instituciones, hacia los ciudadanos. La guerra del supuesto gran hermano –que resultó de talla súper ligera- contra el crimen organizado es una mentira y la violencia de todos los días es la evidencia sustancial que lo pone de manifiesto. Ésta guerra para lo único que ha servido es para introducir mayor arbitrariedad y abuso de poder en la sociedad mexicana, perseguir opositores y oprimir a las minorías. Felipe Calderón Hinojosa es el perpetrador directo del fracaso y de la estafa planificada, que lenta pero inexorablemente va demoliendo el tejido social en todo el territorio nacional, torturando y desollando poblaciones, decapitando la seguridad y libertad que los mexicanos ya no tenemos, y esto en nombre de una nueva dictadura moralina que le ha abierto las puertas al terror. Y lo anterior, con el espaldarazo cómplice de la red de cacicazgos que sostienen a los gobernadores – es un decir-, la inutilidad de los tres partidos políticos –PRI, PAN Y PRD, la insana distancia de las élites, la falta de solidaridad de la clase media y el silencio de todos.
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