La magnitud de la emergencia nacional sobrepasa cualquier capacidad operativa del Estado mexicano. Pero eso no justifica la desinformación, la des coordinación y la ineficacia. Siguen siendo mejores las redes de ayuda ciudadana que son capaces de montar en pocos minutos operaciones de rescates exitosas, líneas de abastecimiento de víveres o medicamentos básicos que llegan en pocas horas a los afectados. En esta hora como en tantos otros capítulos históricos anteriores el Estado se encoge ante la tragedia y muestra sus deficiencias más lacerantes. Desde 1983 con la explosión de las instalaciones de Gas en San Juanico, el sismo que arrasó la Ciudad de México en 1985, el golpe del Huracán Gilberto en 1988 o la emergencia nacional de la violencia criminal que se intensificó en el infeliz sexenio del criminal Felipe Calderon Hinojosa; el Estado ausente que simula hacer, ha sido el tono dominante de acción, más proclive a la gris andanza burocrática, al folletín deslenguado y la propaganda millonaria que difunde grandes acciones cuya sustancialidad fáctica no se ve por ningún lado. Lo que si se ve es el tráfico de las ayudas, que operan todos los niveles de gobierno, municipal, estatal y federal, que en este caso si se coordinan para establecer interminables cadenas de intermediarios, las cuales a su vez, evitan por todos los medios tramitológicos a su alcance, que las ayudas lleguen a los que verdaderamente los necesitan. Luego y por pura coincidencia aritmética, algunos de esos intermediarios, por otro lado, clientes dilectos del partido hegemónico, serán mañana los nuevos ricos del sistema. Estado fallido, Estado ausente, Estado pequeño que sólo sirve para paliar las graves tensiones sociales a través de la represión o el saqueo de las arcas públicas; pero completamente inoperante a la hora de la desgracia nacional. Por ellos la solución sigue estando en el sentido común de la ciudadanía que a pesar del golpeteo mediático y del río de sangre, aún es capaz de reaccionar coordinadamente.
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