BY JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
2008
Este ángel es de piedra. Sus alas rígidas, su manto inamovible, su libro severo, su voz un desierto. Su presencia no trae consuelo. Su alta figura se posa sobre una desolada colina y desde su sitial domina un páramo de tumbas. Ahí duermes tú, bajo el cielo gris, rodeada de árboles, privada del rayo de luz. Ayer mi sueño se acordó de ti y mis ojos se llenaron de amargura. Cuántas veces bromeamos con esta distancia y mirame hoy, recordándote, viviendo la desesperación de tu ausencia. Ni todas las flores podrían hacer olvidar la ceniza de tu cuerpo, el vacío de tus púpilas, la soledad más absoluta en la que ahora reposa la sede mancillada de tu alma...Es cierto, ya no te visito, ni enciendo cirios y tampoco vuelvo al camino de tu desfortuna, pero me sigue pesando tu sombra y sobre todo estos días grises y despiadados en que no escucho el río de tu alegría. Cómo volver a esos días ligeros en las alas de lo imposible, si la única certeza es la frialdad de la roca y el fuego estéril de un sol que no te ilumina... Pobre novia mía arrancada de la vida cuando tus alas apenas crecían. Te espera una noche eterna de tenebrosos sueños. Me espera una larga vida de oscuras dudas. Desde esta distancia te mando mi último beso, mi esperanza rota, mi amor acribillado y mi canción de adiós.
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