La ética protestante y el espíritu del capitalismo, es quizá el estudio más polémico del sociólogo Max Weber. En esta investigación (publicada por primera vez entre 1904 y 1905) se pueden encontrar las raíces analíticas de su forma de hacer sociología, discriminando por un lado las ideas en su expresión teórica, y por otro lado, sus consecuencias prácticas, ponderando las dimensiones, histórica, social, política y económica. El propósito que persigue un estudio de tal naturaleza es interrelacionar de las ideas religiosas y el comportamiento económico en las sociedades occidentales altamente industrializadas. La tesis fundamental que intentará establecer el sociólogo alemán es que las ideas puritanas influyen de una manera determinante en el desarrollo del capitalismo. De hecho los determinantes técnicos de la racionalidad capitalista es el cálculo ponderado y planificado, los cuales están planteados en la catequesis del control confesional y el desapego de lo humano-mundano, preconizados por el protestantismo. La ética protestante es una suma teológica de prácticas lucrativas inscritas en la deontología de un vasto complejo de instituciones mercantiles interrelacionadas. La persecución racional del lucro es incentivado por una concienzuda regulación de la vida pública y privada. La orientación de la conducta del individuo se proyecta hacia una coherencia obsesiva entre lo interno y lo externo, para lograr la salvación, de esta manera se instala en el individuo el sentido de la Kultur Kampf o legislación opresora. El término aglutinante está inspirado en la Confesión de Westminster de 1647 inspirada en el pensamiento calvinista, el cual, pone en el centro de las aspiraciones ascéticas el trabajo como una vocación predestinada para halagar a Dios. Sólo una vida guiada por una reflexión constante podía consumar la conquista sobre el estado de la naturaleza. Aún más, El trabajo incansable promueve un minucioso código de conducta dictado directamente por Dios. Desde esta perspectiva la ganancia y las riquezas no son malas ni negativas, pues constituían el fruto de la perseverancia mística. El enriquecimiento a través de la explotación del hombre por el hombre y las diferencias entre estratos sociales, no constituyen tampoco actos de pecado en tanto enaltecen y reconocen el poder divino. Mientras que en las antípodas de las clases sociales marginales, el trabajo impersonal y mecánico, los salarios bajos y la explotación, son vistos por la ética protestante como un sanción religiosa.
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