BY JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
2008
Sólo un argentino se atrevería a estar de acuerdo con Jorge Göttling[1] en su afirmación de que el Fútbol es la cruzada del milenio. Y es que este gran país sudamericano es único en producir frases grandilocuentes y escenarios parafernálicos, con el único propósito de administrar al mundo revival inesperados de pronóstico reservado. Mañosa la geopolítica-financiera sudaca, se ha sacado de la manga un As estelar para distraer al populacho, en estos tiempos oscuros, de la recesión económica y su seria amenaza de tumbar la puerta para llevarse en embargo hasta los cimientos de la Patria Grande. La clase política cree haber dado con la medicina para parar la tremenda bronca que se trae desde hace rato con los desarraigados, por la suba de la inflación y la escasez de guita: poroto rastrero y polenta de Villa Fiorito que salve del papelón a la sacrosanta selección nacional albiceleste de Fútbol Soccer. Y es que, el coco Basile por poco causa una convulsión social o Guerra del Fútbol[2], con su preciosismo táctico, aunque ineficaz a la hora de los goles y a la hora de vencer enemigos tan odiados. Ya se sabe que los directores técnicos dejan de ser agentes creativos cuando se convierten en filósofos, díganlo si no Jorge Valdano o el flaco Cesar Luis Mennotti. Con menos recursos conceptuales y una orfandad intelectual severa, pero teniendo de su lado la motivación salvadora del desquite, un rudimentario Marcelo Bielsa propinó a los once de Basile un baile de antología en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, equiparable en vergüenza ajena a la misma que Argentina administró sin piedad, meses atrás, a los once ratones verdes mexicanos del sueco Eriksson. La supremacía balompédica del imperio imaginario es asunto de seguridad nacional para Cristina Kirchner y la clase política engominada que cifra sus esperanzas de bancarse toda la plusvalía que genera Carlitos Teves o el flaco Riquelme cuando meten un gol de antología. La Iglesia Maradoniana celebra el año 48 Después de Diego, con liturgias de incha, plegarias y veladoras salvíficas, los milagros del gran sobreviviente[3] de la miseria, de la pamplonada ebria de la movida española - que le dejó una lesión estilo terrorista de ETA-, de las épicas arenas del calcio del coliseo romano-napolitano, de las garras de la orgullosa y pérfida FIFA, del ego forjado de su propio mito, y, finalmente, de sí mismo con ese regusto que ostenta por las bacanales suicidas de ravioli[4] y llanto. Y hasta il cappi Julio Grondona, mandamás de los destinos futboleros de la Argentina, se une al festejo por la resurrección del profeta revolucionario, curiosamente tan denostado en su propia tierra por los poderosos pero amado por el populacho. El año 48 del 10 se convirtió en una larga epifanía de revelaciones en la que confluyeron lo mundano y lo sagrado: el Diego elevado a la dirección técnica de la selección no puede ser más que otro capítulo de la revancha de los desocupados. Sin discursos rancios ni desopilantes lloriqueos, el rapsoda de vodevil y astro de tiempo completo, Diego Armando Maradona toma en sus manos las riendas de un conjunto aquejado por el síndrome de divas venidas a menos, donde se respira un cierto aire de decadencia y miseria. Pese a la falta de experiencia y el peligro de la autorreferencia, el Dios del imaginario olímpico argentino aún conserva su inteligencia estratégica y en un inspirado insight sube al navío Belgrano albiceleste, herido de muerte en su orgullo nacional asociado, a los experimentados Carlos Bilardo como asesor, Segio Goycoechea como entrenador de porteros, y a José Luis Brown, Julio Olarticoechea y Sergio Batista como ayudantes de campo. Ya veremos qué produce esta nueva conjunción de demasiada camiseta con intereses financieros, geopolíticos y mediáticos, porque en los tiempos que transcurren, es innegable que el fútbol se ha convertido en lo que María Elena Estavillo[5] describe como "una actividad sociocultural de enormes dimensiones económicas", es decir, nada que ver con la esencia lúdica de este deporte.
[1] Prólogo del libro Mitos y creencias del Fútbol Argentino, de Oscar Bernade y Waldemar Iglesias, Ediciones del Arco, Buenos Aires 2006.
[2] No olvidar que este es el título de la edición en español del libro del polaco Ryszard Kapusinski, en el que ilustra los pormenores de la guerra entre Honduras y El Salvador derivada de un encuentro entre sus respectivas selecciones de fútbol. Ryszard Kapusinsky (1988), La Guerra del Fútbol y otros ensayos. Trad. Agata Orszeszek, Edit. Anagrama, Barcelona 1992.
[3] Esta caracterización fue inspirada por el relato sobre la extraordinaria trayectoria del pelusa, extraído del inteligente libro de Luis Villoro (2006) Dios es Redondo, Edit. Planeta, México 2006.
[4] Le llaman así a las papeletas impregnadas de cocaína.
[5] María Elena Estavillo (2008) “Fútbol y competencia en los medios de comunicación”, En Andrés Roemer & Enrique Ghersi (compiladores) ¿Por qué amamos el fútbol? Un enfoque de política pública. Edit. Miguel Ángel Porrúa, México 2008.
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