martes, octubre 28, 2008

LA PERLA DEL MAR NEGRO

by JORGE DÍAZ MIRANDA
2008

Frente al mar. Oscura tarde. Estoy desolado. Atormentado por grises recuerdos. Atormentado por el humo de su apagado fuego. Atormentado y culposo por la inmarcesible disolución de su beso. Mi espíritu yace prisionero dentro del Ateneo de una densa e inagotable desesperanza. Lloro con versos sobre el túmulo de su ausencia. Las olas vienen y van en un incesante movimiento de turbios reflujos ahogados en la espuma, que vomitan a la tierra astillas de árboles y barcos, destrozados en el fondo de ciegos abismos.

Fue en Mármara donde encontré su flor fulgurante. Milena era su nombre y sus letras breves se levantaban con la danza del viento entre la hierba. Su cabello negro era una cascada de rizos ondulados, sedosos y fragantes. De trigo era su piel, como Saturno encendido, flexible junco, viñedo, zarzal, extenso campo de estramonios. Sus pechos eran turgentes como las montañas de Moldavia. Sus ojos poseían el hechizo de la luna transilvana. Sus piernas eran dos columnas labradas de los Dardanelos. Su pubis poseía la mística sacralidad de la ciudad de Sofía. Sus hermosas nalgas emanaban sensualidad mediterránea.

En una noche de tempestad la tuve entre mis brazos y ame cada letra de su intenso nombre. Luego, presintiendo la distancia, supliqué la inmortalidad de su alma en el interior de una olvidada cripta Jázara. Ella se marchó una mañana por el sendero de sombras, entre el frío y el descampado recamado de ardientes dunas... En este gris atardecer de incierto ahora, de su ser sólo me queda su nombre, de su nombre sólo me queda un largo silencio, del silencio sólo me queda olvido, del olvido sólo me queda la nada. Ella no volverá a estar conmigo.

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