Julio Medem nos entraga su peculiar visión de la otredad, en un argumento humano, demasiado humano en el sentido poético del escritor griego Nikos Kazanzakis. Por su parte, las actrices Elena Anaya & Natasha Yarovenko hacen las delicias del público con actuaciones sinceras, dulces, de un feeling entrañable, sin exageraciones, poses o sobreactuaciones. Quizá los diálogos les faltó algo de tratamiento contextual pero no cabe duda que el tratamiento histriónico de ambas es coherente, creible, elocuente. Ahí, en una habitación de Roma, se da cita la historia, el pasado grecolatino, el humanismo del renacimiento, la modernidad, la ternura y el amor, y la apuesta por la más directa sensualidad. La historia me gustó por sencilla ya que no busca complicaciones psicoanáliticas almodovarianas, ni melancolías venecianas o escisiones de personalidad al estilo western cowboys tardío...Es el cine por lo que es, el instante de lo inmediato, la retícula de lo fugitivo y la rendija del amor lejano...no más que eso, pero no menos que eso, creo.
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