sábado, agosto 06, 2011

EN ALGÚN LUGAR DE LA SIERRA DE GUERRERO

La fotografìa procede del documental “Tlachinollan” 
realizado en 2004 por el Centro de Derechos Humanos de la Montaña

uración: 45 minutos


"Recuerda que te perderas por los caminos y el regreso será doloroso."
The Itinerary of Benjamin Of Tudela, Texto Crìtico, traducciòn y comentarios de Marcus Nathan Hadler, Philip Feldheim. NY 1907.



No regresé a la sierra de Guerrero para ejercer de turista, sino como reportero para ilustrar, con las herramientas del periodismo, las largas sombras del trauma de la guerra sucia que aquí no termina de pasar con su extensa cauda de desgracias. La última vez que estuve aquí fue como cadete del H. Colegio Militar, llevaba uniforme camuflado para la selva, un chaleco kevlar, carabina al hombro y 157 cartuchos útiles ceñidos al pecho. Han transcurrido poco más de veinte años desde aquellos ya pálidos días y lo que se ve hoy, lo que se siente, lo que se respira, es una significativa inmovilidad espacial y temporal.



Aquí permanece el mismo paisaje; rancherías desoladas, bosques violentados, ríos intoxicados,  ganado famélico, perros vagabundos con aire enfermizo, excrementos humanos en las calles devorados por cerdos y gallinas, lodazales malolientes y  seres humanos que miran sin mirar desde una vida tan dura que apenas les da para comer.



Aquí la miseria domina con su desdén de muerte. El apocalipsis es revelación de cada día y de cada noche. La plaga de la enfermedad llega en cada estación y siega con su guadaña implacable a cuatro de cada diez niños que nacen. Tres de los que salvan esta puerta infernal sucumben antes de cumplir los cinco años, quedando al final tres con un pronóstico reservado de vida por las terribles secuelas de la desnutrición materno-infantil.



Aquí, el despojo de la tierra es moneda corriente de caciques que parasitan la zona como sanguijuelas, aprovechándose del vacio de la ley para humillar y someter con la violencia a la mayoría desposeída. Aquí los paramilitares son una realidad cotidiana, las guardias blancas continúan su saga de asesinatos, tortura y plagio de todos los que se opongan a sus amos latifundistas, acaparadores de ganado, narcotraficantes y dueños de todo lo que se mire, tierras, montañas, madera, agua, cultivos y personas.



Aquí, el alcoholismo y las deudas trans-generacionales son  los otros flagelos que socavan cualquier pretensión de superación social. Los hombres comienzan desde los siete años a ingerir mezcal y alcohol de caña. Las deudas familiares se heredan de una generación a otra y parece que ni el duro trabajo de pago puede hacer algo para que el monto disminuya, en un círculo vicioso de intereses que van incrementándose con el propósito de obtener mano de obra y jornadas intensivas a precio de mercadería de esclavos.



En los años 70s del siglo XX movimientos insurgentes brotaron y se multiplicaron en estos parajes. Campesinos indígenas se organizaron para defenderse de los abusos de los latifundistas. El Estado intervino a favor de los latifundios y envió a la zona efectivos del ejército que saquearon, violaron, torturaron, mataron y desaparecieron a los defensores de los pueblos. En estos parajes se efectuaron las más cruentas batallas entre el ejército y los guerrilleros, de tal magnitud que los servicios secretos, civiles y militares, recomendaron directivas de guerra sucia, es decir, hacer blanco del cerco aéreo a comunidades, pueblos, rancherías y cañadas. Los paramilitares golpeaban en el día y el ejército asaltaba en la noche. La pinza de hierro aplicada de la forma más cruel para los más pobres.



A la postre, muchos de los pobladores de este lado de la sierra han emigrado a los Estados Unidos o se han enrolado en el ejército o se han enganchado en el negocio de la droga o como paramilitares en las filas de las guardias blancas. Otros siguen atrapados en las ambiciones de los hijos de los antiguos terratenientes que hoy lucen un look moderno de camionetas lobo, computadoras portátiles y aparatos GPS incorporados a sus teléfonos celulares. Pero las condiciones de la gente llana, indígenas, labriegos y jornaleros siguen siendo las mismas después de más de veinte años.



Aquí el abandono. Allá la abundancia. Aquí la disentería y el cólera como causas de muerte. Allá, helicópteros van y vienen para llevar al hijo del presidente municipal a un hospital privado de Acapulco. Aquí el mismo trabajo esclavo, la misma frustración, la misma hambre, la mierda que todo lo contamina y el cisticerco que todo lo invade. Allá, el jet set, las fiestas de las montañas de comida y los ríos de costosos licores, las enfermedades de importación, los spa, los masajes, las albercas que agotan el agua de los pozos ejidales o comunitarios. Aquí la vida dura, el trabajo de tercera, el salario de cuarta, las deudas, la enfermedad y la misma muerte como desde hace 500 años. Allá, la ambición desmedida, el desdén a la naturaleza, la insensibilidad, lo inhumano, el engaño y la fuga de la realidad. Todo sigue igual desde hace veinte años, tal vez, desde hace quinientos años cuando llegaron a la zona los encomenderos.



Aquí ruinas portentosas del pasado indígena que señalan otra América posible frente a la artificialidad hueca y desnacionalizada del presente. Aquí la vida comunitaria sobrevive a duras penas el embate del divisionismo y la simulación de los políticos que afirman que la zona está salvada de las garras de la pobreza.



En un país donde todo sobra y la riqueza escampa, aquí todo falta y la miseria domina. Aquí, lo único que ha traído la modernidad son elevadas bardas que separan las tierras de los amos de los humedales putrefactos. Aquí, lo único que ha traído la modernidad es el saqueo de los traficantes de blancas que se llevan a las niñas de siete años para trabajar en los puteros de la gente adinerada. Aquí, lo único que ha traído la modernidad es la división del pueblo entre aquellos que defienden las migajas conquistadas y los que nada esperan de una vida que les dio la espalda.  Aquí la guerra continúa, la guerra sucia, las guardias blancas… y, en los bosques se escucha la ira de las armas de los insurgentes que desafían a los amos que cancelaron para siempre la posibilidad de la conciliación, la coexistencia pacífica, la democracia, el bienestar y la igualdad.           







JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA

Miércoles 03 de agosto de 2011


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